Con la primavera, el DF, una de las ciudades más grandes del mundo, embellece su fisonomía vegetal. Mujeres y hombres de la tercera edad contribuyen para crear el milagro verde en plena selva de asfalto.
Ciudad de México, 4 de abril (SinEmbargo).– La primavera ya está aquí. El aire agita las hojas, el polen vuela, la vida se renueva... Es fácil anticipar la floración que inundará parques y avenidas, junto con un incremento de la temperatura que invitará a vestir ligero y disfrutar más el aire libre. Créanlo o no, la Ciudad de México, una de las urbes más pobladas del mundo, tiene su lado fresco, verde y vivificante; aunque su fisonomía vegetal ha ido transformándose al paso del tiempo.
Por ejemplo la Dalia, flor que se erige como nacional y cuyo nombre proviene del náhuatl Acocoxochitl –considerada originaria de Aztlán, la tierra mítica– era muy fácil de encontrar en jardines públicos, a los que embellecía; y desde hace un tiempo ha dado paso a otras especies, como Lirio Persa, Fornios, Agapando, Clivia y Hemerocallis. Por su parte el Ahuhuete, que en 1921 recibió la condecoración de “árbol nacional de México, debido a su amplia distribución geográfica y su importancia cultural desde épocas prehispánicas”, también ha ido desapareciendo del paisaje de la capital, porque su altura y el grosor que puede alcanzar su tronco, lo hacen poco funcional para los espacios actuales.
Aún así, el verde, en sus muy amplias tonalidades y formas, siempre está presente en la Ciudad de México, no solo en los denominados “suelos de conservación” (que constituyen 59% de su superficie); también en sus espacios emblemáticos, como los Bosques de Chapultepec y Aragón, bajo el resguardo de la Secretaría del Medio Ambiente; en sus parques –muchos incluso con carácter histórico y un fuerte sentido de identidad– así como en camellones de las múltiples colonias, en unas más que en otras.
El arreglo de los jardines de las vialidades principales –Paseo de la Reforma, División del Norte, Insurgentes, Periférico, Circuito Interior– está bajo responsabilidad de la Secretaría de Obras y Servicios del Distrito Federal, mientras que los parques, glorietas y calles son jurisdicción de cada delegación. En éstas, la participación ciudadana es nodal para incidir en el mejoramiento, renovación y mantenimiento de las áreas verdes.
Para nutrirse de plantas, el Gobierno del Distrito Federal (GDF) tiene un vivero en Yecapixtla, Morelos, para producción de especies de clima subtropical; el Vivero de San Luis Tlaxlaltemalco, enfocado principalmente a producción de variedades forestales para las áreas de conservación de la metrópoli –considerado el más grande de América Latina por sus 58 hectáreas de extensión– y con el Vivero Nezahualcóyotl, que inició operaciones en los años setenta y está ubicado sobre la Avenida Canal de Chalco. En este último, tanto los gobiernos delegacionales como el público en general, pueden adquirir las plantas que requieran a costos preferenciales. Aunque también se dan casos especiales donde se donan árboles, por ejemplo para un evento que la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) efectuó para los niños, hace unos meses.
La labor que se realiza en los viveros es fundamental, ya que eso contribuye a tener plantas más consolidadas, que al momento de instalarse en algún área de la ciudad tendrán mayor probabilidad de supervivencia. Por ejemplo, en el caso de los árboles, el ingeniero Isidoro Recillas Silva, director de Reforestación Urbana, Parques y Ciclovías de la Secretaría del Medio Ambiente, comenta que lo mejor es que sean de 7 u 8 años, porque sus necesidades de mantenimiento son menores y no requieren de atención especial. Enfatiza que “no hay árbol malo”, pero sí condiciones a cumplir al tratarse de especies que están destinadas a espacios urbanos.
Aquí cabe enfatizar los grandes beneficios que todas las áreas verdes de la ciudad aportan a los habitantes: generación de oxígeno, regulación del clima y disminución de las llamadas “islas de calor”, atenuación de ruidos, depuración del aire, aportación de humedad y sombra, facilitar la recarga de los mantos acuíferos al captar el agua de lluvia, así como contribuir a evitar la erosión del suelo. También constituyen un hábitat y fuente de alimentación para numerosas especies de fauna silvestre.
Cabe resaltar que, además, una cantidad importante provee espacios de deporte, esparcimiento y recreación, incrementa la estética de la zona, y sin duda, mejora la calidad de vida.
De acuerdo con estudios encabezados por el Doctor Roger Ulrich, de la Universidad de Texas, estar expuestos a flores y plantas “puede producir una mejora significativa en la presión arterial, en el ritmo y actividad del corazón, la tensión del músculo y la actividad eléctrica del cerebro”, recomendando caminatas en jardines o parques, porque también contribuyen a “reducir emociones negativas como miedo, cólera o tristeza”.
No todas las especies que vemos en la Ciudad son nativas del Valle de México; algunas fueron llegando al país por modas u otros motivos. El Eucalipto, por ejemplo, es oriundo de Australia y se ha introducido al paisaje capitalino en diferentes etapas, desde la época de la Colonia. Hacia finales del siglo XIX –por mencionar una– la razón la impulsó el incremento de casos de malaria entre los habitantes, y la convocatoria que hizo la Academia Mexicana de Medicina para recibir propuestas que pudieran contrarrestarlos. Fue el Doctor M. De Bellina quien recomendó que se plantaran millones de Eucaliptus, en especial de las especies gobulus, blue gum y gunii, a fin de desecar las zonas de aguas estancadas que existían en esos años. Aunado a este efecto higiénico, la medida recibió gran aceptación porque la esencia o eucalyptol servía “para sanar las bronquitis subagudas, la laringitis catarral, la tisis de marcha lenta, las pulmonías crónicas y las gangrenas pulmonares”.
Otro árbol no nativo que ha adquirido una presencia de un par de lustros a la fecha es el Neem. Nativo de la India y Birmania, adquirió rápidamente una positiva valoración porque prácticamente todas sus partes tienen propiedades medicinales –hojas, corteza, flor, fruto, semillas y hasta las raíces– y se recomiendan para enfermedades como la diabetes.
Con casi 9 millones de habitantes –y un total de 20.1 millones en toda la Zona Metropolitana del Valle de México, de acuerdo con el censo del INEGI del 2010– se requiere fortalecer los esfuerzos para renovar, mantener, conservar e incrementar las áreas verdes urbanas, con compromisos igual de claros para las autoridades y la ciudadanía. Por ello, periódicamente se realizan jornadas de saneamiento del arbolado y de sensibilización de los vecinos, enfocándose al manejo de heces caninas y de residuos sólidos, entre otros temas, porque como bien menciona el ingeniero Recillas Silva, uno de los problemas que afectan más este tipo de espacios “es el vandalismo”.
Los árboles se utilizan para colocar letreros de diversa índole, pegar chicles, hacer pintas, realizar prácticas de campismo o acrobáticas, y en muchas ocasiones se cortan sus raíces para impedir que levanten las banquetas, lo que los deja en una condición frágil, e insegura para el entorno. En los prados, muchas veces las plantas son maltratadas por perros y personas que entran a jugar sobre ellas; circunstancias que van mermando el estado de éstos habitantes verdes de la Ciudad de México.
También es importante conocer las características de cada región del Valle de México para proveerlas con las plantas adecuadas. El Tamarix, por ejemplo, es un árbol oriundo de las zonas secas de Euroasia y África, y ha resultado ideal para los alrededores del Lago de Texcoco por su resistencia a los suelos salados, predominantes en esa zona. El Trueno, procedente también de Asia, puede crecer con buena fortuna prácticamente en cualquier área de la urbe. Las jacarandas, que en primavera tienen su floración de mayor esplendor, son provenientes de Sudamérica, en especial del Perú, y engalanan varios parques y avenidas.
En otras ocasiones lo que hay que tratar primero son los “suelos originales”. Así ocurrió con uno de los parques más recientes de la ciudad, el llamado Cuitláhuac, en la Delegación Iztapalapa, que de inició requirió una inversión de recursos, trabajo y tiempo importantes, para poder mejorar su calidad antes de explorar la mejor paleta vegetal para el lugar y proceder a su colocación y consolidación.
Siempre se trata de una combinación de especies, cada una con su particular función, y de otorgar el suficiente espacio entre una y otra, para que la competencia por los nutrientes del suelo no las estrese.
[slideshow_deploy id='577866']Todas estas, son algunas de las razones para que las actividades diarias no cesen en el Vivero Nezahualcóyotl, que además de las 150 especies que cultiva, tiene otra particularidad destacable: cuenta con un grupo de la tercera edad, formado predominantemente por mujeres, que inició sus labores desde antes de que el vivero se constituyera formalmente. Es decir, al principio trabajaban como eventuales, combinando estas actividades con labores en fábricas de los alrededores. Cuando se abrió la oportunidad de integrarse de tiempo completo, ninguna lo dudo. Todas coinciden que ha sido mucho más gratificante trabajar al aire libre, cuidando las plantas, que lo que hubiera sido su vida en el encierro de alguna fábrica.
Deshierban, riegan, abonan, trasplantan, retiran las hojas secas, otorgan cuidados afectuosos a árboles frutales como Manzanos, Ciruelos, Chabacanos, Tejocotes, Capulines y Perales, entre otros; a numerosos Liquidámbares, Encinos, Nolinas, Grevileas o Árbol del Fuego, Pirules, Palos Locos, jóvenes Ahuhuetes, Álamos Plateados, Palmas Canarias, Pinos; lo mismo que a variedades conocidas como cubre suelos, entre los que podemos mencionar Chisme, Dedo Moro, Siempre Viva, Calancho, Helecho...
Alejandra Facundo Morales, Modesta Mariano Díaz, Eloina Díaz Salgado, Esther Sabina Hernández Garzón, Gloria y María Luisa Ambrosio, María Concepción Martínez, María Del Rosario Guzmán, Margarita Gutiérrez, María Rebeca Hernández Ortega, Modesta Mariano Díaz, Rosa y Teresa Toral García, Sofía Espinoza Olalde, Trinidad Ramírez Sumano, tienen entre 22 y 33 años, cada una, laborando en el Vivero Nezahualcóyotl. Cabe destacar a Doña Cleotilde Barrera Nolasco, quien tras 28 años de trabajo y un retiro por su edad, continúa yendo, porque “es mejor estar ahí que en su casa”.
Por supuesto, en el Vivero hay cuadrillas de hombres que, además de contribuir en actividades similares a las de estas mujeres notables y de sonrisas afables, también son responsables de fumigar, trasladar plantas de gran tamaño, y vigilar los alrededores. En estas labores, o bien cuidando dentro de toldos especiales especies más delicadas, como el belén o el cempasúchil, encontramos a Don Evaristo Camarón Hernández, Fabián Murillo Pérez, Eduardo Silva Sánchez, Francisco Rojas, Juan Licona, Pablo Flores, y a Noé Melitón Hernández.
Para todos ellos este enclave verde, ubicado en la zona sur, es un paraíso que no cambiarían por nada. Además, están conscientes que mucho de su esfuerzo diario se verá reflejado, en algún momento, en la estética, clima y armonía de la urbe que habitan.
Algunas de las áreas verdes –parques, bosques y jardines– que distinguen y embellecen la Ciudad de México, y que además son entrañables, son:
Sin embargo, y a pesar de esta aparente abundancia, aún estamos en el camino de alcanzar estándares internacionales. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), lo recomendable es que existan 9 metros cuadrados de áreas verdes por habitante en las ciudades, y que se localicen a un promedio de 15 minutos a pie de los hogares, o menos, para que así se beneficien de las bondades de las mismas. Aunque en la Ciudad de México se hacen esfuerzos importantes, el cumplimiento de estas características varía mucho de una delegación a otra (Miguel Hidalgo vs Iztapalapa, por ejemplo), lo que da como resultado un promedio aproximado de 5.3 metros cuadrados para cada habitante.
Por ello, la Secretaría del Medio Ambiente, en coordinación con las delegaciones, procura un inventario claro de la vegetación urbana, la cantidad y variedad de los árboles y qué especies les acompañan, sí presentan plaga de muérdago, si su cantidad implica poca visibilidad para los paseantes o si su circunstancia implica un factor de riesgo para el entorno y los ciudadanos.
Lo cierto es que todos los capitalinos debiéramos de voltear con mayor cuidado a las áreas verdes que nos rodean, sí para contribuir a su cuidado y mejoramiento, pero también para apreciarlas más, como el hermoso y gozoso privilegio que representan.