La violencia que vive México ha permeado la banalidad del mal. La sociedad es ejecutada por individuos que no consideran el bien y el mal, y actúa en un Estado permisivo para imponer su ley.
Ciudad de México, 27 de marzo (SinEmbargo).– Hannah Arendt consiguió escapar del Holocausto y llegar a Estados Unidos. Años después fue enviada por la mítica revista The New Yorker a cubrir el juicio a Adolf Eichmann por sus crímenes contra los judíos, como jefe de la oficina de la Gestapo en la Segunda Guerra Mundial. De esta experiencia, Arendt escribe Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal.
La filosofa de origen judío acuña el término “banalidad del mal” en referencia a que, en las normas jurídicas del Estado Criminal, lo abyecto es convertido en algo rutinario y desapasionado, banal, producto del ejercicio del poder. Eichmann era un hombre ordinario, un burócrata del nazismo despreciado por varios de sus colegas y superiores, que a fuerza de eficacia escalaba la pirámide del poder.
Martínez de la Escalera ha estudiado el tema del feminicidio, y aclara que banalidad en español se malentiende como frivolidad, “como si Arendt hubiera dicho que el mal no tiene importancia. Por el contrario, pide analizar con cuidado cómo se lleva a cabo el mal, el poder de decisión sobre la vida de los otros, y saber qué responsabilidad nos toca como sociedad”.
Por extensión, la banalidad del mal es ejecutada por el individuo sin medir las consecuencias de sus actos, sin considerar el bien y el mal; sencillamente actúa dentro de un sistema permisivo, ya sea siguiendo órdenes superiores o asumiéndose él mismo superior, en todo caso con poder.
Como los nazis de la Segunda Guerra Mundial, personas normales en general, los verdugos, victimarios y abusadores mexicanos, no son enfermos mentales, desequilibrados emocionalmente, o marcados con el gen del mal, sino que están educados para someter e imponerse. Lo concluyen, por separado, los estudiosos de la violencia en México a los que aquí se les ha preguntado.
EJERCICIO DE PODER
No piense sólo en sujetos cuya violencia llama la atención de los medios. Sume a su círculo inmediato: familiares, amigos, novios, amantes. Según se desprende de la indagación aquí hecha, la violencia es un ejercicio de poder masculino, incorporado durante el desarrollo y convivencia del varón con los otros, hombres y mujeres.
El investigador Alberto Jiménez del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz, se enfoca en el estudio de la violencia, masculinidad, y su impacto en la salud mental. De acuerdo con él, nacer hombre ya es un factor: “Es un proceso por el cual pasamos los hombres. El medio en el que crecemos nos enseña (también lo aprenden las mujeres) lo que en teoría debe ser uno: fuerte, dinámico, valiente, proveedor, y el ejercicio de la violencia es una de las formas que tenemos para demostrarlo”.
Hay una violencia más estructural. Por ejemplo, dice, la que vimos en la llamada guerra contra el narco. “A estos amigos los capacitan para ser violentos”. A cierto nivel su violencia es aprendida. Obedece a motivaciones de control, subyugación, sometimiento:
“Se entrelaza con el ejercicio del poder; la necesidad de demostrar que se está por encima del otro. Y la manera más efectiva e inmediata es someterlo. La violencia estructural en todos los ámbitos, es cometida en su mayoría por hombres. Esto se va incorporando hasta volverse tan natural, que llega a un punto donde ya no hay otra opción. La naturalizamos, y afecta todos los ámbitos de la vida del sujeto: las relaciones de pareja, familiares, laborales”.
PLASTICIDAD DEL CEREBRO
Ramón de la Fuente Muñiz, fundador del Instituto Nacional de Psiquiatría (padre del ex Rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente), decía que nuestros genes nos determinan, pero la experiencia y, señaladamente, la educación, nos complementan. Discípulo de Erich Fromm, De la Fuente, pionero en tratar la plasticidad del cerebro, decía que en constante interacción con el ambiente, el cerebro se construye a sí mismo a través de la vida.
El doctor Jiménez, del mismo Instituto, refiere que la plasticidad del cerebro, tiene que ver con la capacidad de adaptarse a las circunstancias. “En el caso de los abusadores o ejecutores, les permite desvincularse emocionalmente de la persona a la que maltratan. Las víctimas de violencia cotidiana aprenden que no hay salida. Existen casos de mujeres maltratadas que permanecen con el abusador, y lo que ocurre es una especie de apropiación de la voluntad, de la personalidad e individualidad del sometido, hasta llegar a una esclavitud emocional. Quien ha estado victimizado por mucho tiempo, asume, aprende y acepta su condición de víctima. Eso sucedió en los campos de exterminio judíos; llegó un momento donde ni siquiera consideraban la posibilidad de escapar, estaban entregados”.
–Hannah Arendt, siendo judía, cuestiona en Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal, cómo fue posible que los dirigentes judíos cooperaran con los alemanes entregando la lista, o censo de los judíos, y porqué “fueron al matadero como obedientes corderos”.
–Es lo que Gramsci, el filósofo marxista, llama los procesos de hegemonía, que evitan que la gente se cuestione y en cambio normalice una situación. En México muchas mujeres se acostumbran a que el marido les pegue porque sí, y asumen la situación sin cuestionar.
RELACIÓN ASIMÉTRICA
La abogada y activista social, Andrea Medina, coincide en que la violencia es una manifestación de poder: “Se construyen relaciones, o se obtienen determinadas cosas, a partir de la imposición y humillación de otra persona. La violencia es una de las principales herramientas de los poderes de dominación”.
Resalta que la violencia intrafamiliar siempre había existido y se había normalizado, pero ahora se denuncia, y que ciertas formas de violencia tienen la discriminación como causa y consecuencia; sujetos que viven violencia por su condición social: violencia contra jóvenes, indígenas, migrantes, mujeres.
–¿Corremos el riesgo de que se normalice la violencia social como se normalizó la intrafamiliar?
–Parte de los procesos de dominación, implican construir la aceptación y normalización de la violencia. Que quien está padeciendo la violencia, la asuma como algo que tiene que vivir, y no pueda oponer resistencia. En muchos casos se habla de violencia ejemplar. No tienen que asesinar a todas las defensoras de los Derechos Humanos, pero pregúntales cuál fue su reacción, cómo se sintieron, y qué precauciones tomaron a raíz del asesinato de [la activista social] Marisela Escobedo...
Alberto Jiménez destaca que en el centro de cualquier violencia, física, psicológica, económica, social, institucional, está el ejercicio del poder en el ámbito de una relación asimétrica entre quien ejerce la violencia, alguien que tiene una posición superior, ya sea física, laboral, intelectual, sobre alguien que se sitúa o lo sitúan por debajo, quien la recibe.
Añade que en el fondo de la masculinidad hay un núcleo de miedo a no poder demostrar de manera fehaciente “que eres un hombre”, lo que provoca que muchos lo demuestren ante las figuras más vulnerables: mujeres, y hombres, a los que se percibe menos cercanos al estereotipo de masculinidad.
“Los niños que no son osados como los demás, relata, reciben hostigamiento; los maltratan, los molestan, les dicen mariquitas, nenas. Y es que otra de las cosas que se aprende en la masculinidad, es la devaluación de la figura femenina. De ahí, indica, el ejercicio de la violencia contra las mujeres”.
EL FUTURO COMPROMETIDO
René Jiménez Ornelas, del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, afirma que existen regiones donde la violencia es tal, que la delincuencia es un poder paralelo al Estado, con su propia estructura normativa y su propio tejido social, donde la banalización del mal se expresa en términos de generar miedo en la sociedad, y de este modo poder dominarla.
“Es un medio de control que al Estado le conviene; la violencia es un eje necesario para que se mantenga el sistema sociopolítico y económico”, el investigador también advierte sobre la violencia institucional del Estado, al no proporciona certezas a sus ciudadanos: “es violento no tener empleo; es violento no tener salubridad; es violento no tener seguridad...”.
Jiménez Ornelas, especialista en sociodemografía de la violencia, considera que no obstante la situación de “plata o plomo” en diversos estados de la República Mexicana, ve luz al final del túnel; la sociedad comienza a organizarse en la búsqueda e implementación de alternativas de justicia y recomposición del tejido social, el ejemplo son algunos pueblos de Guerrero, y el Circo Volador, respectivamente.
La abogada y activista social, Andrea Medina, coincide en que el miedo provocado por la violencia limita a la persona en su vida cotidiana, habla de la importancia de no dejar de establecer lazos sociales, recuperar el espacio público de forma cotidiana, y recuerda que en los procesos de empoderamiento, que son los poderes vitales o democráticos, no se utiliza la violencia; se reflexiona sobre cómo construir relaciones y tratar subjetividades.
–¿Estamos ante un fenómeno de salud pública para el Estado? –Se le pregunta a Alberto Jiménez, del Instituto Nacional de Psiquiatría.
–Se puede hablar de un problema para el Estado. Un problema serio. Con implicaciones no sólo en la salud pública, sino en la estructura económica. El Estado debe invertir cada vez mayores recursos en la atención a las víctimas con secuelas de ansiedad, estrés, depresión. En la violencia que se da en el terreno intimo, el efecto no es tan inmediato sino acumulativo, hasta que la situación explota. Y hay una generación casi estancada: están muriendo los hombres entre 15 y 30 años captados para el asunto del narco.
FUENTEOVEJUNA
La postura de la Iglesia católica es disculpar al narco. Así lo muestra el cortometraje Hermano narco, producido por el Centro Multimedia Católico; sin embargo, para Luz Estrada Mendoza, coordinadora del área Violencia de Género y Derechos Humanos, de Católicas por el Derecho a Decidir, la Iglesia presenta un problema de venganza, cuando el problema es la responsabilidad de justicia por parte del Estado:
“Manipularon y desviaron el sentido del perdón cristiano, que es individual; una sanación espiritual que nos reconcilia con uno y con la vida. Eso no equivale a reconocer un sistema impune. El mensaje que la Iglesia manda es seguir con la impunidad. La jerarquía no pide justicia a las víctimas”.
Estrada Mendoza dice que los mexicanos no estamos peleados entre nosotros: “Tenemos un sistema de impunidad y corrupción, en donde debe haber sanción e investigación. El tejido social se recuperará en la medida en que las autoridades vayan haciendo justicia y se llegue por derecho a la verdad”.
Acusa a la jerarquía de lenta y de no criminalizar a las autoridades por la violación sistemática de los Derechos Humanos, “ni menciona el dolor tan grande que vive México, un Estado Fuenteovejuna, donde nadie sabe nada...., todo se lo adjudican a la violencia organizada, no se llega a la consignación de los delitos, se queda en trámite. Se trata de una violencia institucional, porque el Estado es discriminador, complaciente, y reproduce los patrones de misoginia. La permisividad del Estado pone en entredicho a la víctima, regularmente mujeres”.
Ya que esta nota partió a raíz de un concepto de la filosofa Hannah Arendt, cabe mencionar que en México se estrenará próximamente la película Hannah Arendt, dirigida por Margarethe Von Trotta, donde aborda el momento en que Arendt acuña la banalidad del mal.