Los focos rojos de la violencia en Acapulco se concentran en barrios tradicionales y colonias de las montañas. Son el epicentro de la criminalidad, que le dio el título de la segunda ciudad más violenta del mundo.
Acapulco, 22 de feb (SinEmbargo).– “No se salgan de la costera, por ningún motivo”, advierten a quienes visitan Acapulco. “¿Por qué?”, preguntan los turistas. “Porque ahí es peligroso. No hay ninguna garantía”, responden los lugareños. Después de la avenida principal, hacia las montañas, no hay nada qué hacer. Adentrarse, es ver cómo se degradan las condiciones de vida bajo el eterno calor. Después de la Costera Miguel Alemán, circulan viejos autobuses colectivos tuneados con calcomanías tornasol y caricaturas de mujeres voluptuosas, las calles tienen baches, se construyen puentes para intentar disminuir el tráfico y los canales pensados para lo que fueron arroyos huelen a aguas negras.
Subiendo, en la cima de las montañas, las construcciones en las laderas no obedecen reglas de prevención sísmica, la gente convive con cerdos salvajes que roban la basura por las noches. Al bajar los cerros, por la vieja carretera federal o a través del Maxitúnel –por 76 pesos–, la vida es una obra negra constante y desorganizada, polvosa, con heridas de un huracán que pasó hace 15 años, con malos servicios y mucha muerte.
“Asesinan entre tres y cuatro personas al día”, dice sin un solo atisbo de duda Celso Castro, periodista policíaco de El Sol de Acapulco, uno de los diarios locales que lleva la cuenta de muertos en la ciudad.
El año pasado se registraron 1,170 homicidios en Acapulco, según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal. La tasa de homicidios llegó a 143 por cada 100 mil habitantes, casi seis veces el promedio nacional. Acapulco escaló estrepitosamente al segundo lugar de las ciudades más peligrosas del mundo; en 2010, ni siquiera figuraba en la lista.
El incremento de la violencia coincidió con el debilitamiento del Cártel de los Beltrán Leyva. Grupos como La Barredora y el Cártel Independiente de Acapulco se aliaron con grandes pandillas para pelear por el control de distribución y paso de drogas.
“Pero la Costera está tranquila, hay ejecuciones de vez en cuando, abandono de cuerpos… sí ha pasado en temporada alta, pero no mucho”, relata Castro como diciendo que la violencia es para los habitantes y no para los turistas. Él, como casi todos los pobladores, tiene muy claro los lugares en donde suceden los peores delitos: los barrios del Acapulco Tradicional y las manchas suburbanas de las montañas.
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¿HABLA BIEN DE ACA?
“Ya bajó un poco eso de las matazones por aquí, ya más tranquilo todo”, dice Rosa, vecina de la colonia La Garita, quien prefiere omitir sus apellidos. “Bueno, los matazones ya son menos, ahora lo feo es que secuestran a todos, empiezan pidiendo 5 millones y terminan aceptando 100 mil, 200 mil después de la negociación… también han estado pidiendo dinero, eso de la extorsión”.
Rosa ha vivido por décadas en La Garita, uno de los focos rojos señalados por el gobierno local y en el Operativo Guerrero Seguro. La Garita, la colonia Progreso y Calle 13 son las zonas de mayores índices delictivos dentro de la ciudad. En la última, constantemente los profesores deciden suspender clases debido a amenazas y cobro de derecho de piso. En otras zonas, más privilegiadas, padres de familia se han puesto de acuerdo para contratar seguridad privada que vigile las instalaciones donde acuden sus hijos.
“Hace pocos años mataron aquí cerca y por meses aparecían cabezas...”, Rosa se refiere a uno de los primeros enfrentamientos abiertamente relacionados con el crimen organizado que registró Acapulco, en 2006. Se queda en silencio un momento y medita: “… Pero ya, todo bien y tranquilo, hay que hablar bien de acá”, dice, sin intención de ironizar, en referencia al slogan utilizado para promover una buena imagen del puerto.
En la zona urbana de la ciudad, especialmente en la Costera, caminan policías federales forrados en uniformes oscuros y gruesos con chalecos antibalas, y marinos con indumentaria más ad hoc al clima. Por las calles del Acapulco no-turístico rondan continuamente vehículos de la Policía Federal y la Marina. “La misma gente ha pedido que entre el Ejército y los federales a las zonas más peligrosas, porque la policía local casi no se mete ahí”, dice Castro.
Pasando las montañas, allá donde el mar nunca se ha visto, la zona conurbada del puerto tiene mala fama: las colonias Ciudad Renacimiento, Zapata, Coloso, La Máquina y La Sabana, suelen llevarse los titulares de las notas rojas de los diarios. Las dos primeras son las colonias que atraviesa la Autopista del Sol antes de tomar la desviación hacia el Maxitúnel o Punta Diamante, las otras pueden atravesarse en camino a Puerto Marqués.
Los vecinos cuentan, como leyenda urbana, sobre el día en que una Comercial Mexicana y un Cinépolis sufrieron un incendio provocado por una granada. Con un poco más de miedo, hablan sobre cómo en 2011 un grupo armado circuló en una calle de la colonia vecina de Las Cruces y disparó contra casas y comercios, murieron niños en esa ocasión. Y, muy indignados, cuentan que una vez un grupo entró a una escuela y se llevó a un adolescente que después apareció muerto.
POR ACAPULCO, AMÉN
“¿Las historias que más me impactan? Muchas, las de los jóvenes son las que más”, intenta hacer memoria Jesús Mendoza, de 60 años.
Una mañana, Mendoza, vio caer a un joven de 17 años frente a sus ojos, cuando desayunaba en un mercado de su colonia. “Se acercaron unos en una moto y luego el joven cayó fulminado. Tuve la oportunidad de acercarme a su familia, un vecino estaba involucrado en el asesinato. La familia tuvo que irse de la ciudad”.
Mendoza reza por Acapulco todos los días, y más en los últimos dos años. Es el sacerdote a cargo de la pastoral social de la Arquidiócesis de Acapulco y forma parte de un proyecto de la Iglesia para apoyar a las víctimas de la violencia en la ciudad.
“Los casos más comunes son los de las familias de ejecutados, esos son los más dolorosos. Pero han aumentado mucho los casos de secuestros, amenazas y extorsiones, también llegan por alguno que otro desaparecido”. Recuerda otro caso doloroso: “un jovencito, lo secuestraron, su familia pagó el rescate y lo encontraron hecho pedazos”.
El padre Mendoza advirtió, hace cuatro años, que aumentaban los casos de gente que lo buscaba no para confesarse sino para confesar los pecados de otros. “¡No sabíamos ni cómo! Ellos (las víctimas) buscan a alguien que los escuche, pero nos dimos cuenta que había que hacer más”. Desde mayo, la Iglesia implementó una experiencia piloto que se ha extendido a cuatro parroquias y tres más están en espera.
“Activamos un proceso de atención a víctimas, ofrecemos acompañamiento espiritual y también psicosocial. Buscamos ayudar en situaciones de emergencia con apoyo jurídico, nos empezamos a activar en asuntos de Derechos Humanos, porque no hay condiciones para denunciar”.
Los religiosos que forman parte de la iniciativa han recibido orientación por parte de la Comisión Episcopal de Colombia para establecer una metodología de atención a víctimas. “Ellos tienen bastante experiencia en estos temas”, dice Mendoza. También han sido asesorados por miembros del Movimiento por la Paz y pretenden mejorar su trabajo en cuanto se implemente el Sistema Nacional de Víctimas.
Por el momento, tienen en la mira áreas como Zapata, Ciudad Renacimiento, Las Cruces y la zona Centro, donde la historia turística de Acapulco comenzó. Ahora el Acapulco Tradicional, cerca de las playas Caleta y Caletilla, se distingue por hoteles cerrados, el narcomenudeo y por la trata de personas, especialmente niños, como describió Alejandro Almazán en su crónica Acapulco Kids en 2008.
LA ÚLTIMA APUESTA
En la zona Centro de Acapulco, en el lado oeste de la bahía, los edificios lucen desaliñados: son estructuras de colores pasteles con manchas de humedad vieja. Hoteles como Villa Vera, El Mirador y Boca Chica, que servían de muestrarios históricos de las visitas de estrellas de Hollywood, están cerrados.
Hace un año, el empresario Carlos Slim anunció un proyecto similar al que gestó en el Centro Histórico de la Ciudad de México para recuperarlo del abandono. En compañía de otros empresarios y con apoyo de la Secretaría de Turismo, el magnate abrió una apuesta a favor de Acapulco –el Acapulco Tradicional.
En el anuncio habló de restaurar hoteles y regresar, siempre cayendo en el recuerdo, a la época de oro acapulqueña. El año no cerró bien, sólo llegaron nueve cruceros en 2012, cuando antes esa misma cantidad llegaba en menos de un mes. Este año inició con la promesa de que serían 11.
Sin embargo, en el otro extremo de la bahía, en Las Brisas y Diamante, muy lejos del original proyecto turístico de los años 50 del siglo pasado, hay quienes intentan revivir al Acapulco de lujo y fiesta. Se han construido modernas plazas comerciales como La Isla, el Forum Mundo Imperial, y hoteles tan grandes, que no hay necesidad de salir de ahí.
En ese nuevo Acapulco arrancaron las grabaciones de Gossip Girl Acapulco, la versión mexicana de la serie estadounidense que originalmente ocurre en Manhattan. Fue una buena noticia para iniciar el año, porque “mejoraría la imagen del puerto”, dijo el gobernador; sin embargo, no fue suficiente para lo que vendría con el inicio de año.
Cuando Pedro Torres, productor de series como Mujeres Asesinas y Big Brother, la anunció, dijo que Acapulco “ya va en vías de recobrarse”. Era agosto de 2012. Seis meses después serían nombrado la segunda ciudad más peligrosa del mundo, los municipios vecinos del puerto decidieron tomar en sus manos la seguridad y violaron a seis turistas españolas hospedadas en Playa Bonfil, a menos de 30 minutos de las locaciones utilizadas en la serie. Un día antes de conocerse el caso de las violaciones, el Presidente Enrique Peña Nieto había dicho al diario alemán Spiegel que la violencia seguiría en el corto plazo.
Al gobierno local le llueven exigencias: que atraiga más turistas, que mejore los servicios de los barrios populares, que apoye los proyectos de atención a víctimas, que combata la rivalidad de los grupos delictivos, que pague la deuda, que elimine el tráfico, que mejore las escuelas.
Luis Walton Aburto, alcalde desde hace cuatro meses, optó por pedir ayuda. Lo recibió una ciudad endeudada, con problemas sociales demasiado profundos. Con la voz entrecortada y los ojos cristalinos, pidió al Presidente Peña Nieto que no dejara a los acapulqueños solos, que lo ayudara a regresar al esplendor que empresarios y habitantes añoran.
A todos les es difícil hablar de Acapulco sin verse obligado a describir –con nostalgia—lo que alguna vez fue: un puerto paradisíaco capaz de recibir a casi el mismo número de turistas que de habitantes en un solo periodo vacacional. La revista Time lo describe como el “abuelo” del turismo en México. Ese abuelo está agonizando y todos se resisten a dejarlo morir.