Aquí jamás se termina de sudar ni de comprender. Las remesas han engrosado algunas billeteras. Por otro lado, se extiende la sombra de la carestía. Todo, un día, será mejor, dice una nieta de la Revolución
La Habana.- A Irma le gusta fantasear que Cuba pronto cambiará. No sabe cuándo, pero confía en que la profecía que ha escuchado desde que tiene memoria en boca de su abuelo y sus padres se cumplirá. “Esto va a mejorar”, repite para sí misma.
Pero mientras ese momento llega, seguirá estudiando Derecho en la Universidad Central de Santa Clara, ubicada a unos kilómetros del gigantesco monumento del comandante Ernesto “Che” Guevara.
Mientras turistas visitan el memorial donde se encuentran las cenizas del argentino, Irma y sus compañeros se cuestionan los dogmas de un sistema que ya existía cuando nacieron. Recibir educación y salud gratis, parece no ser suficiente para esta generación de jóvenes bautizada como “los nietos de la revolución”.
Sin blasfemar en contra del sistema, Irma admite que los cubanos enfrentan “su propia revolución” todos los días, cuando tienen que contar la plata de sus bolsillos. Desde que sale el sol. Cuando desayunan, comen y quizá cenan.
En Cuba es común ver cómo psicólogos, médicos, profesores, ingenieros engrosan la enorme lista de trabajadores del Estado que “dobletean” en el sector turístico, ya sea como meseros o como taxistas de autos americanos –del año 1959- Chevrolet, Plymouth o Dodge.
Hasta mediados de 2012, el rango de salarios estatales era entre 250 y 900 pesos cubanos, es decir, un poco más de cuatro centavos de dólar. “Eso no me sirve”, dice enfático un cantante ambulante al ofrecerle un billete de tres pesos con la imagen del Che Guevara.
Pero el 80 por ciento de los trabajadores que sirve a la nación recibe un salario en pesos cubanos; sin embargo, ese mismo gobierno les vende artículos en “la otra moneda”, el CUC, aceptada desde 1992 para sustituir al dólar. “Si te cogían con un dólar ibas preso”, explica Irma.
A sus 19 años, está consciente de que su caso tampoco será la excepción. Obtener un título profesional no la apartará de la marginalidad al que el sistema la condena, así como a otros 11 millones de cubanos.
Si tiene suerte y logra colocarse en algún juzgado ganará unos mil 200 pesos cubanos; 48 CUC’S; 48 dólares. Con esa cantidad deberá pagar renta de casa, comer, transporte. Tal vez comprará un pantalón, pero no una camisa o unos zapatos, porque en “la shopping” todo lo encuentras arriba de los 20, casi la mitad de su sueldo. No es necesario ser experto en matemáticas para pronosticar que los cubanos tienen que hacer algo extraordinario para llegar a fin de mes. La sonrisa de Irma, una mulata con afro al estilo Michael Jackson a finales de la década de los 60 se congela.
Pero el interés por “ayudar a los suyos” la reanima. Unos minutos después su sonrisa se vuelve congelar. Sabe que una vez titulada deberá “aplicar la ley”. De los tormentos que le quitan el sueño se encuentran los casos de personas que trafican con la carne de res. Sí. En Cuba ese alimento es un calvario: tanto conseguirla, como comerla, excepto para los turistas, claro.
Cuenta que sólo las embarazadas, niños menores de tres años y enfermos tienen la aprobación para consumirla, “pero mucha gente la consigue por la izquierda”, dice en voz baja. Y eso se paga con cárcel.
Durante sus primeros años de carrera en leyes ha leído “todo el código penal de derecha a izquierda”, aun así, no comprende por qué una persona que asesina a un caballo o una vaca puede ser condenada hasta diez años de prisión, a diferencia de alguien que mata a otra persona, “chica acá si matas a un hombre te dan… ¡Cinco años!”.
— ¿Y por qué es delito matar un animal?
— Bajo el mandato socialista no existe la propiedad privada. Tener un animal de estos no implica que seas el dueño, aunque lo hayas comprado con tu plata ¿Entiendes? — cuestiona con sus enormes ojos negros.
— ¿Y entonces por qué decidiste estudiar Derecho?
— Para servir a mi pueblo –insiste. Fidel Castro también es abogado. Ese conocimiento lo ayudó a defenderse durante la revolución. En un país donde ocurren tantas cosas, siempre es bueno saber tus derechos.
— ¿Y Fidel? ¿Qué se dice de Fidel?
Piensa. Analiza y habla.
—¿No has visto sus fotos en el periódico cultivando en un huerto? Salió con una camisa a cuadros y un sombrero de yarey. Eso me hace sacar reflexiones, así que está mejor que tú y que yo ¡Gracias a Dios!
Irma inclina la mirada y aprieta sus gruesos labios color chocolate. Cambia de tema.
DE SANGRE TEMPLADA
Para Irma no es suficiente presentarse con su nombre de pila, apellido paterno y apellido materno –los cuales pidió cambiar para evitarle problemas-, de su morral floreado saca su pasaporte, “también soy rusa”, de no ser por el documento cualquiera pensaría que esta mulata de afro azabache miente.
Madre rusa. Rubia de ojos verdes. Padre Cubano. Negro como la noche. Irene cuenta que se conocieron en el país de su madre, cerca de Siberia, cuando “Cuba era el bebé pequeño” de aquel país.
Él, estudiante de técnicas en refrigeración. Ella se enamoró hasta el tuétano. Dejó todo. Familia, estudios, comodidades para llegar al otro extremo del mundo, donde hasta el clima es distinto.
Irma puede viajar al extranjero sin tanto trámite con el gobierno; sin embargo, su problema es igual que para cualquier cubano: tener el dinero. Un gran lío.
A finales del año pasado, el Presidente de Cuba, Raúl Castro, anunció que a partir del 14 de enero de 2013 la flexibilidad migratoria al eliminar la famosa “carta blanca” con valor de 150 dólares, así como la carta de invitación para viajar al extranjero solicitada por parientes o amigos con un costo de 200 dólares.
De acuerdo con el periódico Granma publicado el 16 de octubre de 2012: "paulatinamente se adoptarán otras medidas relacionadas con el tema migratorio, las cuales, coadyuvarán a consolidar los prolongados esfuerzos de la Revolución en aras de normalizar plenamente las relaciones de Cuba con su emigración".
Sin embargo, conseguir “la plata” es el dolor de cabeza para los cubanos promedio, “el socialismo puro no funciona del todo bien”, agrega Irma, quien pertenece a una generación de jóvenes que no tiene ningún vínculo sentimental con la revolución.
— ¿Pero gracias a la revolución hay educación y salud gratis?, le comento.
— ¡Quiero a Cuba! Sin la revolución quizá yo no podría ir a la universidad con los 30 pesos cubanos mensuales que mi padre me da para alguna emergencia.
— ¿Y dentro de las aulas qué se dice?
— En las universidades se realizan mesas de debate y discusiones sobre el sistema, y aunque los profesores tienen un compromiso moral, la mayoría son jóvenes también, y las opiniones coinciden.
Las marcas rusas de ventiladores Órbita, televisores Krin 218, radios VAF 1180 y las lavadoras Aurika, son de los pocos recuerdos que la madre de Irene conserva del país donde nació, “esas marcas son resistentes”, presume con alarde Irene.
La mulata desconoce si tiene primos o sobrinos rusos. Es poca la historia que sabe de su familia materna. Su abuelo falleció hace cinco años. Su abuela vive, pero la conoce sólo en fotografías.
Imaginar la posibilidad en que la anciana los visite en Cuba es absurdo, “sería como poner a un pingüino en la playa”, dice en broma.
Su mamá jamás imaginó todo lo que pasaría. Cuando recién llegó a Cuba inició la hambruna más seria en su historia en 1991, época conocida como “el periodo especial”. En aquel año, con la caída de la Unión Soviética se terminó el apoyo financiero de los grandes países socialistas a los pequeños, con lo cual, la economía cubana se había sostenido.
Esto, aunado al recrudecimiento del bloqueo con Estados Unidos, terminó por colapsar a la isla: hambruna, escases de combustible, apagones eléctricos eran parte de la cotidianidad.
El escritor de Matanzas -“La Atenas de Cuba”-, Pedro Juan Gutiérrez, en su libro “Trilogía sucia de La Habana”, relata que en aquella época la única manera de sobrevivir era “loco, borracho o dormido”, todos querían irse “de esa mierda”.
Pero Irma nació en 1994, cuando la isla comenzaba a sobreponerse a pasos muy pequeños de tremenda crisis económica, cuando el gobierno se dispuso a contrarrestar los males con el turismo, que a casi dos décadas continúa siendo el principal sustento económico en la isla.
De acuerdo con la Oficina Nacional de Estadística de Cuba, en 2010 se obtuvieron ingresos en este rubro de dos mil 218 millones de pesos convertibles CUC.
Irma se ha resignado. Sabe que quizá nunca conocerá el país de su madre. Ni tampoco a su abuela, ni tampoco la nieve. Su único contacto, el más tangible es la Iglesia Ortodoxa Rusa, ubicada en La Habana vieja.
Un templo estilo bizantino, con seis grandes cúpulas -dos de oro y cuatro de bronce-, coronadas por cuatro cruces de oro sólido que son iluminadas con el sol escandaloso y bochornoso habanero.
NEGRA BONITA, OJOS DE ESTRELLAS
Irma habla de temas que nunca pasan de moda en Cuba: miseria, desnutrición, dólares, jineterismo, los que se van, los que se quedan, Estados Unidos, Fidel Castro, pero lo hace en voz baja, tan discreta que parece un mimo.
“Seguro que alguien por aquí ya sabe de lo que estamos hablando. Sonríe ¡Lucas te mira!”, una frase clave que utiliza para advertir que hay un espía estatal cerca o una cámara grabando “es para vigilar, no para proteger”, lamenta.
Irma lleva un pantalón de mezclilla negro que resalta unas caderas típicas caribeñas: anchas y bien formadas. No pasa del metro 60 de estatura, y una sonrisa tan blanca como una mazorca. Dice no ser “tan prieta” como su padre. Le gustan los colores vivos, como el amarillo canario de su playera que la distingue a kilómetros de distancia.
Baila, canta. Aprendió a ser feliz con poco. Los cubanos son así. Es mejor “reírte de tu desgracia, que vivir en la amargura”. Dice que es hija de Ochún, una deidad conocida como la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba.
Estamos a las afueras del templo de la Virgen de Regla en La Habana. Mujeres negras lanzan caracoles a cambio de CUC por parte de los turistas. Una de ellas, la de turbante blanco en la cabeza se nos acerca. Tiene un diente de oro que cuando ríe brilla hasta deslumbrar.
— ¿Cubana?, le pregunta la mujer a Irma.
— ¡Sí!—, responde contundente.
La mujer la ignora y se va.
— A veces no entiendo lo que hace la gente por plata—, exclama Irene mientras acelera el paso.
Irma no quiere irse de su país, pero sí desea una Cuba aliviada, mejorada, “parece un chiste a veces: si no haces lo que digo, te puedes ir… y muchos lo hacen”, pero dice no tener el valor suficiente para juzgar, pues todos tienen “derecho a buscar una vida mejor”.
La migración es un tema doloroso con el que ha tenido que aprender a vivir. Amigos, conocidos, compañeros de clase que se han ido. Recuerda que hace unos meses, cuando estaba de vacaciones con su novio en La Habana, muy cerca del malecón, escucharon gritos que venían del mar.
Desde una lancha, unas personas los invitaron a ellos y a sus amigos a irse con ellos a Estados Unidos. Dos aceptaron. Se fueron sin ropa, sin dinero, sin despedirse de sus familiares. Brincaron sin mayor remordimiento.
Una práctica común en la isla. Son “cazadores de cubanos”, explica Irene, quienes reciben 10 mil dólares por cada presa, dice en voz baja, “son los anticastristas de Miami quienes financian el proyecto”, con esa imagen de sus amigos subiéndose a la lancha como prueba.
“Mija… ¡Esto es candela!”, dice como si acabara de decir un secreto de Estado.
Y DESPUÉS, QUÉ
Irma recuerda aquel capítulo de su adolescencia cuando tenía un compañero de clases que se dedicaba a reclutar a jóvencitas para jinetearlas. El escándalo fue tan grande, que el chico fue expulsado, pero el daño ya estaba hecho.
“Cuando comienzas a tener plata con malas mañas, así vivirás por siempre”. Irma es una joven de 19 años con madurez de mujer. El camino que ha recorrido para llegar a la universidad no ha sido fácil, reconoce que en ese nivel son más marcados “los sectores sociales”, porque en Cuba se divide entre la gente que tiene y la que no.
“A veces la hago de tripa corazón para no fijarme en la ropa y los zapatos que llevan mis compañeras, y enfocarme únicamente en mis estudios”, dice con una mirada brillosa, pero jamás en tono de compasión.
Desde que uno pone un pie en el aeropuerto internacional José Martí, Cuba es un dolor de cabeza. Mientras unos esperan la despensa y la ropa enviada por familiares que se dedican a interceptar turistas que viajan a la isla “para pedir de favor”, que guarden en su equipaje sobres de leche en polvo, shampoo, jabón de ropa, salsas, toallas sanitarias, papel higiénico; otros en cambio, se pasean entre los pasillos con cadenas de oro y ropa de marca esperando a los familiares o amigos con una “máquina” –carro- estacionado.
En 2011, el gobierno aprobó la compra y venta de autos tanto a cubanos que viven en la isla, extranjeros residentes permanentes o temporales. Antes de esa “actualización” al modelo económico, únicamente se podía comprar o vender modelos que no sobrepasaran el año del triunfo de la revolución, 1959.
A simple vista, parece que en Cuba sí hay clases sociales, al menos así se puede percibir entre la zona del Vedado y La Habana Vieja. “Hay cubanos que reciben remesas de los familiares que están en Miami u otra ciudad del mundo, así que visten, se alimentan y viven mejor”, admite.
La cantidad de dinero que se envía a Cuba al año, es difícil de rastrear, pero es una realidad que la “nueva Cuba” sobrevive en gran parte de la gente que la abandona.
Irma no se cansa de repetir que ama a Cuba, su historia, su gente, pero al momento de analizar los logros de la revolución mientras vive en medio de tantas carencias, se desanima. “Cuba tiene cosas buenas y malas como cualquier lugar, pero me gustaría viajar y tener un futuro estable. A veces pienso qué será de mi cuando termine mi carrera… ¿Y si no encuentro trabajo?, ¿Y si lo encuentro, pero no me alcanza el sueldo?, ¿Y si tengo hijos?, ¿Y si no tengo para la renta estaré condenada a vivir con mis padres y mis hermanos?”. Sin embargo, confía en que muy pronto todo cambiará en Cuba.
LA NUEVA CUBA
Cuando uno llega a Cuba jamás termina de sudar ni tampoco de comprender. Edificios descoloridos y en ruinas habitados por dos, tres o cuatro familias. Balcones y ventanas barrocas que vomitan ropa empapada. Recorrer las calles de La Habana vieja es hacer un esfuerzo por imaginar aquello antes de 1959.
Y entre los pasillos polvosos de aquellos edificios decadentes el calor obliga a hombres y mujeres a exponer cuerpos que sin conocer de ejercicio, dietas, cremas o saunas son atléticos y perfectos.
Sándwiches de jamón con queso, pizzas de pasta gruesa de jamón con queso, bollos con jamón y queso, viandas fritas –saladas o azucaradas-, es parte del menú que se puede encontrar en cada esquina en pesos cubanos o en CUC.
Pero si se busca sofisticación –y si el bolsillo lo permite- se puede recurrir a los paladares, restaurantes privados improvisados en casas. Desde 2011, se han expandido así como las rentas de casas o habitaciones a los extranjeros, imanes que atraen CUC para los dueños, quienes tienen la obligación de reportar todos sus ingresos al Estado, además de pagar un impuesto anual.
El tema de las libertades en Cuba “es complejo” advierte Irma, quien promete mandarme algún correo electrónico. Le pregunto si tiene cuenta de Facebook. Ríe “¡Ay chica cómo teloe’plico!”.
En Cuba sólo el dos por ciento de la población tiene acceso a internet. Mientras que en varias partes del mundo es una práctica común, en la isla es un lujo. Si eres estudiante universitario recibes una cuenta exclusivamente para correos nacionales, y hasta sexto semestre para internacionales.
Irma va en segundo año, pero en Cuba si algo sobra es ingenio “te escribiré del de mi novio, quien en este año termina su carrera de filosofía”.
Como yuma –extranjero- te puede costar hasta 12 dólares la hora de internet en un hotel con autorización. Así que algunos habitantes se las “ingenian” para robarse la señal, bajo una condición: no conectarse al mismo tiempo, de lo contrario se saturará.
Llegó el momento de la despedida. Irma se dirige a la estación de autobús de La Habana rumbo a Santa Clara. Prometemos volver a vernos. Cuándo. No sé. Quizá cuando todo en Cuba cambie. Me digo a mí misma.