Ana Mariani, quien reunió en un libro testimonios sobre La Perla, centro clandestino durante el régimen militar de Jorge Videla, habla en entrevista. Durante 2013 ocurrirá un megajuicio por los delitos de lesa humanidad, cometidos ahí
Se sabía que quienes ingresaban a La Perla lo más seguro es que terminaran muertos y sus cuerpos enterrados en los predios aledaños. En fosas comunes. Desaparecidos, después de haber sido torturados hasta límites insospechados, después de haber sido vejados de todas las maneras posibles, después de haber pasado por las manos de torturadores que orquestaron un plan sistemático de desapariciones en la Argentina durante la dictadura militar de 1976-1983.
Sin embargo, muy pocos de quienes fueron llevados a ese campo de concentración en Córdoba, durante los años del Terrorismo de Estado en Argentina, pudieron sobrevivir. Ellos cuentan hoy sus historias en el libro La Perla. Historia y testimonios de un campo de concentración, de Ana Mariani y Alejo Gómez Jacobo. En ese libro, recientemente publicado en Argentina, se refleja la voz de esos sobrevivientes, algunos de quienes hablaron por primera vez del infierno que sufrieron hace 30 años y al que recién pudieron ponerle palabras.
La vida en La Perla era un paso seguro a la tortura. A la muerte. A la desaparición. Cuando alguien era secuestrado (en operativos que implicaban irrumpir en casas, destruir todo, robar todo, arrancar a las personas de sus familias, amenazarlas, vendarles los ojos, llevarlas en autos sin placas y trasladarlas hasta los centros clandestinos) y llegaba a La Perla, el infierno parecía un juego de niños. Llegaban trasladados por un camión y pasaban a una oficina para el primer “interrogatorio” (tortura).
A cada secuestrado lo llamaban “el hablante” y no lo nombraban; tenían un número. Luego lo llevaban a la sala de tortura donde los tenían desde varias horas a varios días (según los diferentes testimonios). Después los llevaban a “la cuadra”, un espacio alargado, donde los tenían tirados en suelo sobre colchonetas. Cuando así lo decidían, llegaban los “traslados”. Se acercaba el camión y no sabían a quién le tocaba. Hasta que llamaban a los números (no había nombres). Sacaban a la gente, la mataban y la llevaban a fosas comunes (en cementerios), o tiraban sus cuerpos en la ciudad de Córdoba (simulando un enfrentamiento). Ese camión se los llevaba a la muerte, y a la desaparición. Terror sin lógica.
Casi de manera simultánea a la aparición del libro, el 4 de diciembre pasado comenzó en Córdoba el megajuicio por lo ocurrido en La Perla. Se lo ha denominado así porque se han acumulado 16 causas y está previsto que comparezcan aproximadamente 675 testigos; esto lo convierte en el juicio más importante en esa jurisdicción. Se juzgará lo que ocurrió en La Perla entre 1976 y 1978 y al acumular 16 causas, los testigos, muchos de ellos sobrevivientes del campo de concentración, no tendrán que estar permanentemente volviendo sobre el dolor una y otra vez, como ha sucedido hasta ahora. Se estima que, por la cantidad de testigos, el juicio pueda durar más de un año.
Con la colaboración de Alejo Gómez, la periodista especialista en derechos humanos, Ana Mariani, trabajó seis años para investigar, entrevistar a los sobrevivientes y escribir La Perla. Historia y testimonios de un campo de concentración. Luego de escuchar tanto horror, ella también tiene una huella de dolor.
-¿Qué significa nombrar La Perla?
-Decir La Perla es nombrar la muerte. Era un verdadero campo de exterminio, el final seguro del que ingresaba ahí era el “pozo”, palabra que usaban los militares para indicar el fusilamiento y enterramiento clandestino en las inmediaciones. Muchos, entonces, se preguntan por qué algunos salieron con vida.
-¿Por qué algunos sobrevivieron, por qué otros muchos murieron?
-No hubo una lógica para morir o vivir y son muy significativas las palabras de Susana Sastre, una de las ex secuestradas que testimoniaron para el libro:
DUEÑOS DE LA MUERTE
Según los organismos defensores de derechos humanos, hay 30 mil desaparecidos cuyo destino no está claro. No se sabe qué pasó con ellos, dónde están sus cuerpos. Según la investigación de la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (Conadep), creada por el ex presidente Raúl Alfonsín, hubo ocho mil 961, “pero tenemos todas las razones para suponer una cifra más alta, porque muchas familias vacilaron en denunciar los secuestros por temor a represalias. Y aún vacilan, por temor a un resurgimiento de estas fuerzas del mal”.
Los sobrevivientes del horror de La Perla mencionan que pueden ser casi dos mil 500 las personas que entre marzo de 1976 y finales de 1978 pasaron por ese campo de concentración, y, por supuesto, la mayoría fue "trasladada" en el "Menéndez Benz", como le llamaban al camión que los llevaba a la muerte. El nombre es por Luciano Benjamín Menéndez, el encargado del Tercer Cuerpo de Ejército bajo cuyo mando estaba La Perla y uno de los militares más cruentos y sádicos de la historia argentina.
La Perla, también llamada “La Universidad”, fue el principal centro clandestino de detención de Córdoba y el primero en importancia en el interior de Argentina (la ESMA, Escuela Superior de Mecánica de la Armada fue el más grande). Por allí pasaron miles de secuestrados. La mayoría tiene, hasta hoy, la calidad de “desaparecido”. Doce kilómetros separan la ciudad de Córdoba de una construcción de color rojizo que se asoma al borde de la carretera que lleva a la ciudad turística de Carlos Paz.
-¿Qué produce hoy pasar por La Perla?
- Esa construcción fue el mayor campo de detención del interior del país durante la dictadura militar. Hoy, convertida en Museo de la Memoria, continúa produciendo escalofríos. Es imposible verla y no traer de inmediato a la memoria la máquina de desaparición y muerte que funcionó entre sus paredes durante la última dictadura militar en Argentina.
-¿Por qué decidiste escribir este libro?
- Se decidió hacer este libro porque considerábamos que no había casi nada sobre uno de los mayores campos de concentración de la Argentina. La idea comenzó por un editor-investigador, también periodista. Esto ocurrió hace seis años, y dediqué este tiempo a este trabajo porque la muerte y el mal son para mí dos cuestiones existenciales que me preocuparon siempre, y, más aún, en los casos en que no son muertes naturales sino crímenes, en este caso de lesa humanidad. Qué decir del dolor cuando es producido por un ser humano a otro ser humano; cuando al sujeto se lo convierte en objeto, cuando se le quita el ser. Esto no quiere decir que haya podido llegar a entender el porqué de tanto horror; creo que el horror es casi inabordable y que sólo el que pasó por él puede saber, en todo el sentido de la palabra, lo que es. Por eso, al abordar esta investigación, siempre tuve presente las palabras del escritor francés Gustave Flaubert: “Con mi mano quemada, escribo sobre la naturaleza del fuego”. Solamente quienes pasaron por un campo de concentración son quienes pueden hablar-contar-escribir completamente seguros sobre esa experiencia. Los que nos acercamos a lo que fue ese horror somos meros intermediarios, apenas intérpretes de lo que escuchamos.
-¿Por qué hicieron eje en los sobrevivientes?
-Porque gracias a quienes sobrevivieron, se puede contar el horror y señalar a los responsables de las torturas, violaciones y muertes. Porque gracias a los sobrevivientes, hoy hay 44 represores (militares, policías y civiles) en el banquillo de los acusados en el mayor juicio que se ha llevado a cabo en Córdoba. Ellos son los únicos que pueden llegar a relatar aquel infierno. Nosotros somos sólo intermediarios. Por eso mi eterno agradecimiento a ellos, quienes pudieron hacer posible este libro. De lo contrario hubiéramos tenido otro tipo de relato.
-¿Cómo fue posible llegar a los sobrevivientes?
-Fue sumamente difícil. Había sobrevivientes que habían estado días y, otros, años. Hubo 17 personas que estuvieron allí años. Logramos llegar a ellos después de mucho tiempo por amigos que fueron confiando en nosotros e hicieron de puente para que aceptaran entrevistarse con nosotros. Lo más difícil fue llegar a quienes estuvieron años allí porque son aquellos que son interpelados acerca de por qué sobrevivieron. Para que estos 17 nos contaran su experiencia, necesitamos haber ido hasta 10 veces a visitarlos hasta que aceptaran hablar, muchos de ellos por primera y única vez. Nos dijeron que después del testimonio que nos daban no hablarían más. Quizá lo vuelvan a hacer ante la justicia. Muchos accedieron porque conocían mi trabajo previo en derechos humanos. Tuvimos que viajar por el interior de Argentina y realizar más de un viaje a Europa a donde muchos se habían exiliado.
-¿Hubo algún relato que te conmoviera más que otro?
-Todos me conmovieron profundamente, pero si tengo que decir de uno que me hubiera conmovido un poquito más, sería el de la muerte de Herminia Falik de Vergara que narra la sobreviviente Liliana Callizo. Ella cuenta que durante una Navidad, de 1976, a ella la mandaron a llamar para quitarle la venda de los ojos y que pudiera presenciar la tortura a una compañera. Una de las hijas de Herminia vino a saludarme durante el comienzo del juicio, me dijo que había leído el libro y estaba impactada. Aunque ya sabía el final de su madre, no sabía cómo había sido, los detalles.
-Estarás de acuerdo en que este libro, en el que hablan los sobrevivientes del horror, es un libro imprescindible…
-El libro es la imprescindible recopilación de declaraciones orales y escritas que revelan lo mejor y lo peor de la condición humana. Echan luz sobre un momento fundamental de la reciente historia argentina y de la provincia de Córdoba en particular. Los propios entrevistados reconstruyen la verdad sobre el destino de los desaparecidos y respecto de la participación activa o pasiva de diversos representantes de la sociedad civil, cuya responsabilidad está aún por ser investigada en profundidad y sometida a la Justicia. El libro cuenta una historia, aporta informaciones y testimonios desconocidos, y pretende -entre otras cosas- dar cuenta de lo que sufrieron tantas personas, a quienes intentaron borrarles el ser y desterrarlas tanto material como simbólicamente.
-Este es el primer libro que ahonda sobre La Perla…
-Para empezar a escribir el libro buscamos bibliografía y vimos que sobre Córdoba, a pesar de la importancia de La Perla, había sólo dos escritos que eran testimoniales. Pequeñísimos. Uno de un periodista que había estado preso (no en La Perla), pero en base al testimonio de una sobreviviente hizo un libro. Y el otro de un ex prisionero sobreviviente y de su esposa. La Perla fue un ícono del terrorismo de Estado de la Argentina. Las publicaciones sobre los años 70 y el accionar de la dictadura llegaban en cantidades solamente desde Buenos Aires.
-¿Cómo se hace para lidiar con tanto dolor y sufrimiento al momento de escuchar los testimonios y, para quienes padecieron el horror, al momento de contarlo?
–Fueron necesarias docenas y docenas de entrevistas. En muchos casos, nos alejábamos de los encuentros con la certeza de que tendríamos que regresar sobre nuestros pasos, ya que en ocasiones quedaban dudas, algo por preguntar. Fueron experiencias durísimas ya que nos convertíamos, por momentos, en periodistas que debíamos hacer revivir el sufrimiento a seres que habían pasado por lo peor que un ser humano puede pasar. Buscamos sobrevivientes a lo largo de todo el país y viajamos varias veces al extranjero para conseguir testimonios que nunca fueron publicados hasta ahora, y para reconstruir una historia que, creemos, pocas veces ha sido abordada en toda su complejidad. Desde el principio, supimos que eran muy pocos los sobrevivientes de esa máquina de muerte y no fue sencillo encontrarlos y que se decidieran a hablar y a confiar en nosotros. Pero hubo amigos de ellos que funcionaron como puente para que, por lo menos, accedieran a conocernos.
-¿Cómo se da la relación entre una periodista como tú, experta en el tema y de la generación torturada, con un periodista que no había nacido cuando el horror ocurría en Argentina, como es Alejo Gómez?
-A mí me interesaba este complemento, fundamentalmente, porque iba a ser la mirada prácticamente no contaminada, y hasta ingenua, de un joven que había nacido después del horror y la de alguien que conocía lo que ocurría durante la feroz dictadura.
-Cuando él comenzó el trabajo tenía 25 años, para él era una oportunidad para su carrera. Aparte, vi que tenía interés en la temática y en acompañarme en todas las entrevistas. Al punto que decidió viajar a Verona a entrevistar a uno de los sobrevivientes que había estado más tiempo en La Perla. Tuvimos varias discusiones, imagínate que fueron seis años de “convivencia”. En muchos momentos tuve que frenar la audacia de él, por su juventud, en el sentido de alguna manera de nombrar lo que ocurría adentro, o acordar ante ciertas diferencias sobre la inclusión de algún testimonio.
¿Qué significó volver sobre cada testimonio una y otra vez?
-Nunca pude ponerme una coraza. De allí que tuvo tanta incidencia en mis horas de sueño, mis relaciones, en no poder compartir muchos momentos por estar absolutamente dedicada al dolor y a lo difícil que se les hace comprender esta situación a quienes están al lado mío. Cada vez que leía un testimonio me producía la misma sensación, incluso hasta ahora cuando vuelvo sobre las páginas.
-¿Se puede sobrevivir a ese horror como el que sucedió en La Perla? ¿Cómo?
-De la tortura y del horror, no se vuelve. Nadie de ellos vuelve a ser la misma persona. Una de las sobrevivientes, una abogada, cuando le preguntas cómo pudiste rehacer tu vida, ella dice: me morí en La Perla. Es como haber pasado por la muerte. Por eso el capítulo que relata su experiencia se titula “Morir para seguir viviendo”. En La Perla hubo muerte física de muchos y la muerte emocional de otros. Es muy difícil que quien ha pasado por un campo de concentración pueda volver a ser el mismo. El trauma que dejan la tortura, las vejaciones, los gritos de los secuestrados mientras son torturados, el estar con los ojos vendados y no saber si es de noche o de día, la muerte de los compañeros de infortunio cuando venía a buscarlos el camión de la muerte… ese trauma nunca se supera. Las marcas son para siempre. Eso no significa que muchos de los sobrevivientes no hayan tratado de reconvertir el dolor en algo positivo como estudiar, trabajar y formar sus familias, como lo relatan en el libro. Además, se sienten enteros frente al juicio que comenzó en diciembre, para poder señalar a los responsables y que sean juzgados por tribunales imparciales como no pudieron ser juzgados los desaparecidos.
-¿Tuviste relación con los sobrevivientes luego del libro?
-Sí, muchos incluso llegaron a la presentación. Algunos desde otros lugares del país. Muchos leyeron una parte del libro y no pudieron seguir. Otros leyeron sólo su testimonio. Todos sienten que se hizo con mucho respeto. Y muchos se sienten más aliviados; pero algunos de ellos, también, más expuestos.
-Cuando escribían el libro, ¿pensaban que podía servir para sentar en el banquillo a los responsables de tanto horror?
-De eso nos dimos cuenta cuando finalizamos el libro, pero no éramos conscientes en ese momento. Nuestra principal finalidad era contar lo que es un campo de exterminio en Latinoamérica. Pensamos que este libro servirá para la historiografía de lo que fueron los campos de exterminio en Latinoamérica.
¿Qué sigue a partir de este libro?
-En este libro no se cierra nada, todo lo contrario: abre caminos para que se siga investigando el horror desde otros puntos de vista.