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ADELANTO de Yo soy el otoño, el western urbano de Jorge Alberto Gudiño

La vida entre despojos

ADELANTO de Yo soy el otoño, el western urbano de Jorge Alberto Gudiño

22/03/2025 - 7:00 am
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ADELANTO de Yo soy el otoño, el western urbano de Jorge Alberto Gudiño

Después de explorar distintos géneros, Jorge Alberto Gudiño nos ofrece ahora un western urbano que, si bien podría estar ambientado en alguna barranca de la CDMX, también podría serlo de alguna otra gran ciudad con amplios territorios periféricos. ​

Ciudad de México, 22 de marzo (SinEmbargo).- Jorge Alberto Gudiño está de vuelta con un western urbano en el que explora la violencia, la desigualdad y la orfandad que enfrentan los más desfavorecidos de las barrancas de la Ciudad de México.

Se trata de un relato trepidante que sigue los pasos de Juriel, Santos y Macarena. Todos ellos rostros de lo que significa sobrevivir en medio de los despojos de una selva de concreto.

Las primeras páginas atestiguan un ataque al que sobreviven Juril y Santos, quienes a partir de ese momento harán una introsprección de su lugar en este mundo, como también pasará con Macarena, fiel retrato del deseo y la manipulación.

SinEmbargo comparte en exclusiva con sus lectores un fragmento de Yo soy el otoño, de Jorge Alberto Gudiño, de la editorial Alfaguara, con permiso del autor y de Grupo Random House.

***

 

Como si ella misma no tuviera una larga historia a cuestas. La imagen de la chica ingenua y cándida no la compra nadie. Medias oscuras, una falda de amplios vuelos, blusa fajada, un peinado de coleta bien fijado y la emoción de entrar, ahora sí, a «La Catedral del Baile» la entretuvieron los últimos minutos.

La magia inició con la llegada del grupo, con una anciana muy mayor con un güiro bajo la tarima y con el anuncio del presentador.

Luego, los primeros acordes. La mujer los acompañó rascando su instrumento, presa de un extraño frenesí. A Ernesto le dio tiempo para explicar que la mujer enviudó hacía unos años, que su marido era músico, que nunca la llevó a un baile y que ahora recuperaba el tiempo perdido tocando el único instrumento a su alcance. Tocando y bailando. Viviendo. La música, el güiro, el ambiente.

El inicio de la melodía tras el puente musical. Clásica, para abrir pista. Hablaba de un amante que regresa para encontrarse con su amada en brazos de otro hombre, de cómo se cuela a su casa y dejan que se avive la llama de un amor de antaño.

Ernesto le extendió la mano y, con solemnidad impostada, llevó a Macarena al centro de la pista. Ella estaba tan entusiasmada que no reparó en nadie más. Se limitó a poner su brazo sobre el hombro de su pareja y a dejarse llevar por la música.

Unas horas después, Neto, Netito, le pidió un descanso. El sudor bajaba de la frente a un ritmo mayor del que podía enjugar. Aprovecharon para tomar algo. Macarena una cerveza; Ernesto una cuba campechana. Él anunció que iba al baño. Ella se quedó contenta, siguiendo el ritmo con los hombros, dejándose llevar por la fantasía consistente en encontrar a un hombre, a otro hombre, que bailara con ella hasta convertirse en un par de ancianos como los
que acaparan todas las miradas alrededor de la pista.

¿Por qué tan solita?

La fórmula fue pronunciada por Christian Villagrán.

Hola, Christian.

Hablaron poco. Ella le confirmó su mayoría de edad. Él hizo una broma idiota acerca de que ya llegó a la edad oficial, salvo que ya se hubiera entregado a alguien antes. Macarena apenas inició una mueca que no sirvió como disuasión.

Llevaba escuchando idioteces de ese tipo, al menos, desde hacía unos cinco o seis años.

¿Bailamos?

La propuesta le llegó al mismo tiempo en que Christian Villagrán puso su mano sobre la cintura de Macarena, acercó su aliento asedo hasta su cara y comenzara a jalar un poco, como si la simple pregunta incluyera su asentimiento.

No vengo sola.

Los aspavientos de Christian Villagrán llamaron la atención en torno. Que si nadie se atrevería a abandonar a una chica como ella, que si su pareja la había abandonado, que si deberían llamar a seguridad. Bromas cada vez peores que festejaban de lejos algunos de sus amigos.

¡Ya vine, princesa! No me tardé tanto, ¿o sí? Gritó Ernesto a varios metros de distancia, ostentando a más no poder su desparpajo.

¿Vienes con ése?

Y a mucha honra. Respondió Ernesto una vez a su lado.

Macarena aprovechó el regreso para colgarse del hombro de Ernesto. Se fueron a la pista. Se alejaron lo suficiente para no ver las miradas cada vez más vidriosas de Christian Villagrán y bailaron varias horas más, durante las que Macarena no pudo ser tan feliz como al principio, pues no dejó de fantasear con esa otra pareja.

Tiempo. Mucho tiempo. O casi nada. Macarena perdió la noción del paso de las horas. Si acaso, se enteraba del cambio de canción por la pausa; del cambio de grupo por la bebida nueva.

No reparó en nada más. Cuando piensa un poco, imagina. A ese hombre con el que, está segura, se apoderará de la pista. Siente la excitación entre las piernas. En el rastro tenue de una mano pasando entre sus muslos sudorosos o humedecidos. Descarta a sus noviazgos previos, pero evoca algunos de los escarceos; la vez que dejó a Santi penetrarla apenas y no le gustó; cuando no quiso acostarse con Fernando y la insultó; el día en que estuvo a punto de hacerlo con Leonardo, los dos ya encuerados y encamados, pero llegaron sus papás y apenas le dio tiempo de vestirse y luego ya no se pudo porque ellos se mudaron y ésa iba a ser su despedida; cuando por fin Javier se la metió con calma en un hotel, pero él acabó muy pronto y luego ya no le volvió a llamar…

Un hombre, lo que necesitaba era un hombre de verdad, concluyó girando con el embate de la música del último grupo de la noche.

El beneficio residual de toda fiesta es que la euforia no termina de golpe. Se va diluyendo, poco a poco, hasta dejar los ecos reverberantes de la música dentro de los oídos conforme uno se dispone al sueño, con trabajo, pues aún priva algo del entusiasmo sobre el agotamiento.

Eso era lo que esperaba Maca: dar un par de pasos de baile, el colofón de la noche, mientras se cepillaba la boca y se dejaba capturar por un bostezo. Quizá, incluso, se daría el lujo de prolongar la fantasía de un hombre más hombre que Christian y Ernestito juntos antes de dormir, con los muslos descubiertos por la playera corta y jalada
hacia arriba para que su mano diligente pudiera...

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