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Fabrizio Mejía Madrid

20/03/2025 - 12:05 am

¿Campo de exterminio?

He leído en extenso este retrato del horror para que quede claro de qué estamos hablando cuando nombramos campos de exterminio a un espacio. Para que quede de manifiesto la irresponsabilidad, la necrofagia, es decir, el alimentarse de cadáveres, de nuestros medios de comunicación

Desde el inicio, darle el nombre de campo de “exterminio” a lo que parece uno de entrenamiento contiene una falsedad incontrovertible. Hay diferencias entre entrenar en un campo para aprender a disparar y otra muy distinta ser llevado ahí para morir. Pero así, "exterminio”, le llamó el diario Reforma y trató de vincular la declaratoria del narcotráfico como “terrorismo” hecha por Donald Trump con el supuesto descubrimiento del rancho Izaguirre en Jalisco. Es decir, el diario Reforma, al llamarle “exterminio” estaba tratando de provocar una reacción para que EU intervenga militarmente en México. Muchos lo siguieron en esa intención. De eso trata esta columna. De cómo y quiénes usaron el triste tema de las desapariciones forzadas para montar un espectáculo de terror que debilite a la Presidencia de la República, a la Guardia Nacional, y nuestra soberanía nacional.

Empecemos por el principio. Digo “supuesto descubrimiento” porque este rancho no aparece de la nada el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, como alegó en una red social el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco. Ese lugar había sido conocido por la Guardia Nacional desde septiembre de 2004 cuando detuvo ahí a diez personas, liberó a otra dos aparentemente secuestradas y descubrió un cadáver. A partir de ahí la Guardia Nacional entregó el rancho a la Fiscalía de Jalisco que lo dejó sin investigar y con las puertas abiertas, que todos hemos visto, con dos caballos como de lienzo charro, de par en par. Pero volvamos al 8 de marzo en que estas buscadoras plantean como nuevo el rancho. Dicen en su publicación: "Esto es parte de la finca Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, donde se encuentra el campo de concentración de reclutamiento de los jóvenes, la mayoría de la central (camionera), y se localizan tres crematorios con huesos calcinados, faltan por destapar fosas y hay paquetes de ropa, cargadores, casquillos". Las buscadoras dan por hecho que hay 3 crematorios. Aquí es importante detenerse en esto. Se anuncian crematorios casi por descontado, desde aquella incineración falsa de los estudiantes desaparecidos de la normal de Ayotzinapa en 2014, la famosa “verdad histórica” del Procurador Murillo Karam en el sexenio de Peña Nieto. Otro ejemplo es cuando una vocera de las buscadoras, Cecilia Flores, de una agrupación de buscadoras de Sonora, anunció un crematorio en la Ciudad de México, el 30 de abril de 2024, en el que sólo se encontraron huesos de animales. Desde el fuego del basurero de Cocula que inventó Peña Nieto hasta este, sabemos que, para que exista un crematorio se necesita la capacidad de prender un fuego de 980 grados centígrados durante tres horas con una salida de los gases que no tarde más de dos segundos. Pero a Cecilia Flores no le importó esto y lo anunció porque su objetivo era otro: incidir a favor de Acción nacional, es decir, de uno de los líderes del Cartel Inmobiliario, en su inútil lucha por ganar la elección la CDMX. Buscó una redacción emocional para dar su noticia y publicó esta: “Me quiebra el alma encontrar alrededor de esa escena tanta ropa de niños y mujeres, imaginar que ese pudo ser su destino y pensar que probablemente esas cenizas nunca puedan decirnos quiénes son. Que Dios nos proteja”. Al final, como todos supimos, no existió tal crematorio y los restos eran de puercos. Si hacemos una búsqueda de este asunto vergonzoso en Google, encontraremos cientos de páginas con la supuesta denuncia y una con el desmentido. Así las cosas en el Internet. Después de la noticia falsa del crematorio en Iztapalapa, el 3 de septiembre de 2024 la buscadora Cecilia Flores apareció abrazando a Alito Moreno del PRI y a Xóchitl Gálvez, del PAN, cuya hermana acaba de ser sentenciada a 89 años de prisión por ser la enganchadora para un grupo de secuestradores, Los Tolmex en Hidalgo, de donde son las hermanas. Es por eso que ya no podemos, con la ingenuidad de otros tiempos, decir que lo que digan las víctimas es la verdad. Ahí está el caso de Cecilia Flores que desprestigió en sólo cinco meses a todo un movimiento de madres buscadoras desde el sexenio cruento de Felipe Calderón y Genaro García Luna, apoyando a la candidata del PRIAN.

Ahora. Dos días después de la publicación en redes de las Buscadoras de Jalisco sobre el Rancho Izaguirre, un funcionario del Gobierno de Donald Trump convocó, en los hechos, al mitin del Zócalo que la oposición llamó “Luto nacional”, y que se llevaría a cabo el 15 de marzo en el Zócalo. Ese 10 de marzo, el funcionario de Trump que se llama Cartwright Weiland y cuyo puesto es en la Oficina de Asuntos Internacionales de Narcóticos, dijo sin miedo a la nota diplomática, en la 67 sesión de la Comisión de Estupefacientes de la ONU en Austria: “Ayer domingo hubo una gran fiesta en el Zócalo. Mucha música, mucha fiesta”, dijo en referencia al mitin convocado por la Presidenta de la República para defender nuestra soberanía nacional, término que se le escapó a Weiland porque él sólo registró que hubo “mucha fiesta”. Pero siguió este funcionario: “Quizás todos celebraban el final de los abrazos, no balazos”. Así dijo en tono de burla este funcionario gringo, como si la idea de que regresara la lucha calderonista que sembró de fosas clandestinas el país, fuera un motivo de celebración. Y cerró su estúpida intervención diciendo: “Parece demasiado pronto para festejar cuando mujeres y niños siguen siendo asesinados en lugares como Guanajuato”. Sin ni siquiera saber la historia del panismo en Guanajuato, este personaje lamentable acabó dando la idea de que el Zócalo debería, no de festejar la soberanía nacional mexicana, sino hacer un acto necrofílico, de luto. Eso fue retomado por la oposición que empezó a organizar que la gente pusiera zapatos tenis en el asta bandera para darle escenografía a una indignación que realmente estaba por confirmar sus motivos. Así, personajes de la estofa de Javier Lozano se grabaron a sí mismos muy indignados colocando zapatos. Él, que sirvió como un esbirro en el Gobierno espurio de Felipe Calderón que nos condujo a las desapariciones forzadas del crimen organizado.

Pero, de nueva cuenta, ahora con el rancho Izaguirre, se empezó a hablar de dos zanjas como si fueran crematorios. Se fotografiaron mochilas y zapatos, ropa que se veía nueva y limpia ---hay que decirlo---, y se dio entender que pertenecía a muchos enganchados por el crimen y quemados en ese Rancho Izaguirre. Como venía de las madres se quiso obviar la comprobación y se le dio por bueno. El mismo procedimiento de los medios carroñeros de siempre. Ahora lo llamaron “campo de exterminio” para que tuviera mayor peso en su argumentación de que EU debe intervenir militarmente en México. Aquí me detengo por segunda vez para aclarar lo que se considera y no un campo de exterminio. Lo primero es que los campos de exterminio son del Estado. Así lo fueron los nacidos del nazismo alemán, a lo que se refiere estrictamente este nombre. No se refiere a grupos armados o a organizaciones privadas, legales o ilegales. El término es acuñado para dar cuenta de una realidad, la del exterminio de una comunidad como los judíos, más comunistas, más gitanos, más homosexuales, sin mayor objetivo que borrarlos del mapa. En Los Orígenes del totalitarismo, el libro de Hannah Arendt sobre este tema, la filósofa llama Hades, Purgatorio e Infierno a tres campos distintos de concentraciones humanas por parte del Estado. El Hades es un espacio donde se separan y aíslan a las personas que resultan indeseables para el Estado. Es como lo que planea Trump con los migrantes ilegales. Le sigue, en un nivel más alto de excepción, el Purgatorio, que es un espacio de detención y trabajos forzados. Es la esclavitud en Sudáfrica o en las plantaciones sureñas de los Estados Unidos. Es decir, están aislados del resto de la población, sin poder salir, y siendo obligados a producir con su fuerza de trabajo sin recibir nada a cambio. Por último está el Infierno, que son los espacios de exterminio. En ellos están aislados, pero no tienen la finalidad de producir sino de generar un espacio donde se es libre de experimentar con la vida humana y cuya finalidad es simplemente la muerte. Escribe Arendt: “La inverosimilitud de los horrores está estrechamente ligada a su inutilidad económica. Los nazis condujeron esta inutilidad hasta el grado de una franca anti-utilidad cuando, en plena guerra, a pesar de la escasez de materiales de construcción y de material rodante, establecieron enormes y costosas fábricas de exterminio y transportaron a millones de personas de un lado a otro”. La improductividad es una de las señales del exterminio que es la finalidad de toda una maquinaria costosa cuya única salida es la muerte. En el transcurso de esa agonía se experimenta con la vida humana. No sólo los experimentos de Joseph Mengele con gemelos o fetos, sino con la condición mínima a la que puede llegar la pura supervivencia de los seres humanos. Lo que los prisioneros de los campos de exterminio llamaban “el musulmán”. Le llamaban así por la forma de andar como a punto de tirarse al suelo en dirección a La Meca para rezar. Los describe así Jean Améry: “Eran los prisioneros que habían abandonado toda esperanza y habían sido abandonados hasta por sus propios compañeros . No poseían más un ámbito de conciencia en el que bien y mal. Nobleza y bajeza, espiritualidad y no-espiritualidad pudieran confrontarse. Eran cadáveres ambulantes, un manojo de funciones físicas ya en agonía. Estaban en la segunda fase de la desnutrición. Habían perdido un tercio de su peso y la expresión de su cara cambiaba. La mirada se les hacía opaca y el rostro asumía una expresión indiferente, mecánica y triste. Los ojos eran recubiertos por un velo, las órbitas intensamente excavadas. La piel asumía un tono gris pálido y empezaba a descamarse, parecida al papel. Puesto que su temperatura estaba por debajo de los 36 grados, temblaban de frío. Si se les observaba de lejos se tenía la impresión de que eran árabes orando. De ahí que en Auschwitz les llamáramos musulmanes a quienes estaban agonizando”.

He leído en extenso este retrato del horror para que quede claro de qué estamos hablando cuando nombramos campos de exterminio a un espacio. Para que quede de manifiesto la irresponsabilidad, la necrofagia, es decir, el alimentarse de cadáveres, de nuestros medios de comunicación como el diario Reforma. Carroñeros, se le ha llamado y el término es apenas justo. Pero lo hicieron y merecen toda nuestra reprobación.

Para tratar de darle apariencia de verdad al rancho que ya se conocía desde 2024, los medios hicieron de todo. Por ejemplo, el portal Emequis, paseó por el programa de Adela Micha a su directora editorial, Sandra Romandía, para contar una historia de terror sobre el predio. Según ella, entrevistó a la familia que fue dueña del predio original y le relataron cómo el Cartel Jalisco Nueva Generación entró a su casa, los encañonó y les hizo tomar la disyuntiva entre entregar la tierra o dejar que se llevaran a su hija adolescente. Lo dijo como si fuera cierto. Los verdaderos dueños, entrevistados por Luis A. Méndez en Canal Once se quejaron de ese relato al que calificaron de puras mentiras. “No hubo intimidación", relataron, “el terreno de una hectárea se lo vendió mi papá a una señora para moler pastura. Lo vendió porque le hacía falta dinero por su estado de salud. En 2012 que mi papá vendió ya tenía sesenta años. Ninguna de sus hijas éramos adolescentes como dice esa señora de la tele. Teníamos 27, 31 y 35 años y ya no vivíamos con mi papá”. Otra fabricación mayor fue un video de un supuesto Cartel que, con un discurso como de universitario, aclaraban que Jalisco estaba en paz y que los homicidios habían bajado a cero. Eso, que beneficiaba al Movimiento Ciudadano que gobierna Jalisco desde hace 2018 con Enrique Alfaro, quien tuvo que hacer un fraude electoral a favor de su candidato Pablo Lemus para que le cubriera las espaldas, fue achacado a la Presidenta.

Y justo es lo que ha dicho la Fiscalía de Gertz Manero sobre el supuesto campo de exterminio: que la responsabilidad de la Fiscalía de Jalisco en el resguardo de este inmueble ha sido, por lo menos, negligente, cuando no cómplice. Dijo el Fiscal Gertz: “No realizaron el rastreo de los indicios, ni identificación de todo lo encontrado que estaba abandonado en ese sitio. No se procesaron debidamente los vehículos encontrados, de los cuales tres ya fueron robados. No se realizó la exploración total del lugar, ni la identificación de las huellas dactilares. El predio se dejó en abandono y no se tomó la declaración inmediata del Presidente Municipal y las autoridades principales, tampoco de vecinos”. También agregó: “No hicieron la investigación completa de la propiedad, que al parecer es ejidal y no se hizo; han dicho que era de una persona y luego de otra; lo que se tiene es preliminar”.

Así, lo que la oposición, tanto desde EU como desde México hubiera querido es que asistieran miles de personas con zapatos usados al Zócalo, que se culpara a la Guardia Nacional y a la Presidenta de la República de los hechos, y que interviniera una fuerza militar extranjera para arreglar el problema, no sabemos si bombardeando con misiles el Rancho Izaguirre o deteniendo, como fantasean en sus más húmedos sueños, a López Obrador en su descanso en Chiapas. Nada de esto sucedió, pero nos deja una elección a los ciudadanos que observamos estos hechos: hasta dónde están dispuestos los medios de comunicación, la oposición, y la embajada de los EU a llegar para doblegar a una Presidencia que tiene el 80 por ciento de aprobación. Han dado una muestra de no tener límites. Menos, de tener vergüenza.

Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

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