Xavier Guzmán Urbiola leyó este texto en la presentación de la revista-libro La casa como manifiesto de Luis Barragán.
Por Xavier Guzmán Urbiola
Ciudad de México, 16 de marzo (SinEmbargo).- Inicio dándole las gracias a Margarita de Orellana y Alberto Ruy Sánchez, quienes me propusieron escribir para esta revista-libro sobre la Casa Estudio de Luis Barragán así como a Guillermo Eguiarte, quién también me incitó a participar en esta publicación.
Déjenme comentarles algo a propósito de la genealogía del artículo que entregué para el presente número de Artes de México. Hará dos o tres años que en el Seminario de Historia de la Arquitectura, que coordina la Dra. Louise Noelle, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, mismo al que asisto desde hace 15 años —y que lo formamos diversos académicos de distintas universidades y centros de investigación, entre otros, Lourdes Cruz, Iván San Martín, Raquel Franklin, Alejandro Ochoa y Rodolfo Santamaría—, nos planteamos hacer el ejercicio de estudiar la arquitectura con fuentes no convencionales.
La arquitectura se analiza in situ, pero también documentándose en libros y revistas, sin olvidar planos, fotos, hablando con sus usuarios y observando sus procesos de envejecimiento, que a veces son afortunados y otras no. Sin embargo, casi no se echa mano de la poesía, el cine, la música y esas fuentes no convencionales son las que nos propusimos explorar.
Puesto que un servidor había hallado diversas cartas y postales de Luis Barragán, hasta entonces desconocidas, en el Archivo Carlos Pellicer, ubicado en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional, mismas que estudiándolas logré estructurar en un artículo que publiqué en La Jornada Semanal, propuse en el seminario darle continuidad a dicha indagación.
Mis compañeros me escucharon, discutimos mis primeros resultados y me sugirieron acudir al Archivo Luis Barragán en busca de la parte opuesta de aquellas mismas cartas para “espejearlas”. Lo hice y, aquí en la Casa Luis Barragán, me reencontré con Guillermo Eguiarte, pues nos conocimos en Japón en 2005. Él no sólo me permitió ver el archivo, sino que fue realmente generoso al platicarle mis hipótesis, hallazgos y conjeturas. Fue así como pude cumplir con mi compromiso y entregué en tiempo y forma lo que me había comprometido a hacer para mi seminario. Pero, sólo entonces, inició nuestra real aventura.
Y digo “nuestra real aventura” porque, en seguida fueron Guillermo Eguiarte y Armando Chávez, quienes durante una serie de largas pláticas y comidas me animaron a emprender el estudio de las relaciones amistosas de Barragán, pero ya no sólo con Pellicer, sino con Edmundo O’Gorman, Justino Fernández, Salvador Novo, María Luisa Lacy, Gloria Cándano, José Gaos. Por tanto, debo aquí confesarles que de no haber sido por su contagioso entusiasmo esta investigación no hubiese continuado.
Fue así que acudí con mi querida maestra la Dra. Josefina Zoraida Vázquez para escucharla hablar de O’Gorman, fui al Archivo Salvador Novo, Margarita de Orellana un día me sorprendió facilitándome un fabuloso autorretrato caricaturizado de Barragán dirigido a la Güisa Lacy (también desconocido), leí incansablemente para cumplir con otro encargo de Guillermo Eguiarte y Armando Chávez (que fue contextualizar históricamente aquellos acontecimientos), así como escribí y reescribí, tal como aconsejaba Vicente Leñero, un ensayo cuyo tema central es la amistad.
En este punto debo decirles que el análisis del libro del famoso sociólogo italiano Francesco Alberoni, titulado justamente La amistad, me fue fundamental, pues procedí a tomar de él los conceptos y valores que consideré fundamentales de dicho sentimiento y, observando pasajes concretos de la vida de aquellos amigos, ilustrarlos con reflexiones que los clarificaban, les daban sentido y dirección.
Fue así que acontecimientos específicos, algunos conocidos, otros no, como el hecho de imaginar a un Barragán viejo, cuyo tiempo debió valer oro, se daba la oportunidad de ir cada año con su amigo Pellicer a ayudarlo a construir una enorme maqueta, colocarle luces, armar un cielo, ponerle estrellas y figuras, para armar un nacimiento, dejan de ser anécdotas curiosas y se transforman en eventos que hablan de dos amigos envejeciendo con lealtad, uno al lado del otro, para hacerse mutuamente felices al crear juntos algo entrañable con sus manos.
Ese tipo de sucesos, para mí conmovedores, creo que armados en un conjunto comunican una dimensión amistosa que estructuró sin duda la vida de aquellos amigos y, adicionalmente, lo hacen con mi artículo.
Mi texto que ustedes podrán leer en este número de Artes de México es pues una apretada síntesis de esta investigación sobre esos entrañables vínculos entre Barragán y sus amigos no arquitectos e indaga sobre lo que le aportaron ellos al arquitecto y lo que él les aportó. La investigación amplia está en mi libro que próximamente se presentará. Por ahora los invito a todas y todos a leer este artículo y les tocará a ustedes valorar si logré cumplir, aunque sea medianamente, con lo que me planteé.
Falta mucho por investigar. La Dra. Noelle me ha compartido recientemente un hallazgo: Carlos Mérida hizo una serie de litografías sobre los famosos Sonetos de otoño, uno de los cuales Pellicer le dedicó a Barragán. Hoy tenemos pistas para encontrar el posible Archivo de Jesús Reyes Ferreira, otro de sus amigos no arquitectos que aquí debí posponer por la falta de información. Alberto Ruy Sánchez sagazmente me ha aguijoneado sobre la posibilidad de que Barragán, el gran especialista en jardines, haya quizás aportado algo más que consejos a Pellicer para el Parque de La Venta.