Sandra Lorenzano
16/02/2025 - 12:02 am
Objetos perdidos
"Objetos y umbrales como huellas de la memoria. Una llave, una foto, un caracol, un dibujo encienden la chispa que nos lleva nuevamente a ese hogar lejano: a un antes".
Los objetos tienen memoria. El cuerpo tiene memoria. El cuerpo y ciertos objetos guardan la historia de nuestra vida. Los olores de la infancia, el ritmo de los arrullos maternos, las huellas del miedo, de la solidaridad, de las fragilidades familiares, aparecen entretejidos con imágenes, con sonidos, con geografías, que funcionan como guardianes del recuerdo, como marcas de identidad. Allí están nuestros vivos y nuestros muertos, el pasado y el presente, los hogares y la intemperie. Como en esa llave de la que habló Sergio Ramírez, el escritor nicaragüense expulsado de su patria, en el discurso que pronunció al recibir el doctorado honoris causa de la Universidad de Guadalajara, en diciembre de 2024.
“Hace algún tiempo, por azar, me encontré en el forro de una maleta las llaves de mi casa de Managua. Me las había metido en el bolsillo, como siempre, aquella mañana en que Tulita y yo salimos hacia el aeropuerto sin saber que, al cerrarse la puerta tras nuestros pasos, ya no volveríamos a traspasar el umbral”.
¿Cuántos de los migrantes del mundo no han tenido esa misma sensación? ¿Cuántos de los desplazados, desterrados, a-terrados? ¿Cuántos no lo estarán sientiendo justo en este instante? En Estados Unidos con su presidente desquiciado, en una balsa que cruza el Mediterráneo, en la Franja de Gaza, en nuestras propias fronteras y en tantos sitios más. Objetos y umbrales como huellas de la memoria. Una llave, una foto, un caracol, un dibujo encienden la chispa que nos lleva nuevamente a ese hogar lejano: a un antes. Siempre hay un antes.
Con los años he ido aprendiendo que no hay ningún objeto imprescindible: sólo la gente querida es imprescindible. Sin embargo, cada vez que tengo que viajar pongo en la maleta todo aquello con lo que podría sobrevivir para siempre en otra ciudad, en otro país, en otra vida. Como si no fuera a regresar nunca. Como si en cualquier momento, el destino pudiera decidir que no, que no hay regreso, que ya no volveré a cruzar ese umbral.
Pero sé que también podría sobrevivir en cualquier lado con casi nada, con una “jabita” -como dicen en Cuba-, una bolsita en la que ya no quedara sino la memoria.
“Necesito caminar y caminar cuando vengo a Labana (sic); necesito sentir mi tierra en la planta de los pies”, me dice Karla Suárez, de paso por ésta, su isla. En pocos días volverá a Lisboa, y volverá a extrañar estar aquí. Saudades. La miro caminar, reír, abrazar a sus amigas de toda la vida, y pienso en la protagonista de su novela Objetos perdidos (Tusquets, 2024.): Gisel, que se ha vuelto Giselle, como en el ballet. Una cubana de 31 años, como dice ella que dice su pasaporte; cuerpo bailarín enamorado del movimiento “porque cuando bailas el mundo desaparece. No existe nada más porque nada más hace falta”. Luces y sombras, en la vida de Giselle, de Renamagua a Madrid, de la dureza materna al regazo de los amigos, de un sueño al mismo sueño: bailar. “Lo único que yo quería en el mundo era bailar”.
A lo largo de las páginas de Objetos perdidos, Giselle nos cuenta su presente -cuatro días perdida en Barcelona por circunstancias que no les voy a develar, pero que tienen que ver con objetos que se pierden, que se cruzan, que se encuentran, que se intercambian, que guardan y revelan secretos, en una trama a la vez melancólica y vital. La acompañamos, entonces, en un ejercicio de sobreviviencia en la precariedad, porque se ha quedado sin nada: sin dinero, con apenas un poco de comida, con ropa que no la cubre del frío, sin documentos, sin sus amadas pulseras (¿es su cuerpo una imagen de la isla que tanto ama? ¿Es la propia Giselle esa Cuba que vemos hoy?). Pero, claro, le quedan la memoria del cuerpo, el movimiento y los amores, las complicidades, la amistad. Frente a la Sagrada Familia (¡vaya nombre para la trama de esta novela!), baila sin detenerse para que el azar haga que la vea su amigo Raviel -el único vínculo que tiene allí con su origen-, pero sobre todo baila para reencontrarse consigo misma en ese imprevisto nuevo umbral en el que la vida la ha colocado; ese nuevo exilio en la esquina de una ciudad ajena. Y el baile es un viaje al pasado; con ella recorremos su infancia cubana, el descubrimiento de la danza, su enamoramiento adolescente, su traición a las expectativas sociales. Su ansia de libertad. Aunque la libertad implique también aprender a dialogar con los miedos y los abandonos.
Conmovedora, dulce, de a ratos divertida, de a ratos dolorosa, de a ratos irreverente y desafiante, como su propio personaje: así es Objetos perdidos.
“Objetos perdidos” llamamos en español a esas oficinas que en inglés se conocen como Lost and found. Y me gusta pensar el título también en ese sentido: porque Giselle pierde unos objetos, pero encuentra otros, íntimos y nostálgicos, o luminosos y felices, que le permiten completar el rompecabezas de su vida, le permiten terminar de poner polvo de oro sobre sus propias heridas. Objetos perdidos. Lost and found: perdidos y encontrados. Así Giselle. Así Karla caminando por las calles de La Habana por el enorme placer de sentir su patria / matria bajo los pies. Mientras acaricia seguramente una llave. Como Sergio Ramírez, como ustedes, como yo. Porque, ¿hay acaso alguien que no guarde una llave de su pasado?
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