Siempre he pensado que la cultura, las costumbres y el contexto nunca pueden justificar la crueldad animal. Uno de los muchos ejemplos de esta brutal realidad son los llamados "hombres hiena" en Nigeria. Este grupo ha ganado notoriedad en la región debido a sus crueles prácticas, especialmente la “domesticación” de hienas, serpientes y mandriles.
La captura de estos animales comienza con la búsqueda de madrigueras, donde roban crías y capturan cualquier joven o adulto que logren atrapar. Una vez en su poder, los encadenan con gruesas cadenas y sogas ajustadas a sus cuellos, además de colocarles bozales enormes que apenas dejan al descubierto sus ojos y fosas nasales. Para ellos, la sumisión de estos animales no se debe a la violencia ejercida sobre ellos, sino a rituales de magia negra que incluyen el sacrificio sádico de otros animales.
Cuando las hienas finalmente son sometidas, se utilizan en espectáculos callejeros donde los hombres hiena muestran su supuesto control y fuerza sobre ellas. Durante estos "shows" las golpean, las jalan y las cargan de manera agresiva, exhibiendo su supremacía como especie a través del sometimiento de otros. Irónicamente, parece que esta tribu ha olvidado la historia de esclavitud de su propia raza, repitiendo ahora ese mismo ciclo con otros seres vivos.
Su concepto de domesticación no es más que la destrucción total de la voluntad de estos animales, tal como la humanidad ha hecho a lo largo de la historia con cada especie que ha podido someter. Y lo más indignante es que todo esto se justifica con la excusa de "mantener a sus familias" y "preservar el legado de sus ancestros".
El problema es aún más complejo porque en Nigeria la caza de hienas es legal. De hecho, estos domadores poseen certificados y permisos oficiales. ¿Quién podría entonces rescatarlas de esta esclavitud? Estas hienas han sido capturadas y condenadas a vivir encadenadas en pequeños cuartos, muchas veces desnutridas, ya que sus propios captores apenas pueden alimentar a sus propias familias.
Las creencias en la magia y la herencia cultural siguen profundamente arraigadas en estas comunidades, lo que hace aún más difícil erradicar estas prácticas. Y peor aún, gran parte de la población local las apoya.
Me encantaría preguntarme: ¿Quién soy yo para juzgarlos desde mi posición privilegiada? No he vivido la pobreza extrema en carne propia, pero sí pertenezco a un país de tercer mundo, donde más de la mitad de la población es pobre. Y sé, sin ninguna duda, que la esclavitud y el maltrato animal no deberían ser una fuente de ingresos, por más que la necesidad empuje a las personas a justificarlo.
La explotación de animales bajo el pretexto de la tradición o la supervivencia no es más que una muestra de la brutalidad humana disfrazada de costumbre. Si bien es cierto que la pobreza y la falta de oportunidades llevan a muchas comunidades a aferrarse a sus tradiciones, eso no justifica el sufrimiento de seres vivos inocentes. El cambio no es fácil, sobre todo cuando la legislación protege estas prácticas, pero es imprescindible seguir denunciándolas y generando conciencia para que, en el futuro, ninguna cultura tenga que sostenerse sobre el dolor de otros.