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Susan Crowley

01/02/2025 - 12:00 am

Orozco, el artista oxímoron

"Jumex le da el espacio a Orozco para que haga con él lo que quiera, para jugar y ejercitar las estrategias que tanto le gustan".

Quién aún considera a Gabriel Orozco farsante, oportunista e improvisado no ha entendido nada. En lo que sí podemos estar de acuerdo es que su forma de trabajar es provocadora, siempre y cuando entendamos provocación como estímulo, incitación y seducción. Maestro del juego, nos guste o no, su obra es mucho más que la rabiosa reacción que suele generar. Los detractores de Orozco son muchos, pero curiosamente todos caben en un Tik tok que, de manera acertada, fue colocado en el sótano del Museo Jumex, convertido en una composta virtual, con motivo de la exhibición Politécnico Nacional.

Jumex le da el espacio a Orozco para que haga con él lo que quiera, para jugar y ejercitar las estrategias que tanto le gustan. En esta ocasión la mirada es sustentada por la fantástica curadora Brioni Fer. Un universo posible, hay muchos, permite la nueva lectura de Aire, tierra, agua e incluso subsuelo.

Han pasado más de treinta años desde que despuntó la generación a la que Orozco pertenece y de la que fue impulsor, con ello abrió un nuevo sendero para el arte mexicano, no solo en nuestro país sino a nivel mundial. Los noventa coinciden con una mirada desde afuera (Nueva York, París, Berlín) al naciente México conceptual. Parecía que el grupo de jóvenes irreverentes, comandados por su líder, se manifestaban en contra de la tradicional academia mexicana y de la Escuela Mexicana de Pintura y torcían el rumbo a una ruta alternativa. Orozco en particular, insatisfecho con la institución, decidió partir de México. Ya es un clásico la frase también aquilatada en esos años, “lo mejor de México, es irse de México”; fue el inicio del peregrinar característico de su proceso.

Picar piedra en círculos internacionales, estudiar los fenómenos de aquella contemporaneidad, transitar e intuir. Aprender en las bibliotecas y en los textos de los museos; otra vez caminar y de nuevo intuir. Arriesgar a través del ensayo y el error. En suma, una práctica lejana a los cánones constreñidos al ámbito de salones y estudios, como se acostumbraba en nuestro país. Vale la pena traer a cuenta la visita a su exposición en Bellas Artes en 2006, en la que una de las máximas autoridades del arte de entonces, Teresa del Conde lamentó que expusiera este Orozco, Gabriel, cuando el palacio se engalanaba con el otro Orozco, José Clemente. Aquella fue una muestra que, después de la efectuada en el Museo Tamayo, supuso un balance de la relación del artista con México y un sólido punto de partida hacia otros horizontes.

Politécnico nacional es un título que retrata lo que veremos en Jumex. A primera vista pareciera hacer referencia a la institución universitaria; reverbera porque todos nos sentimos orgullosos del “poli”. Conforme se avanza dentro de los pasillos del edificio, cobra sentido la otra acepción. Es una muestra de la diversidad de técnicas, procesos, elaboraciones; nuevas búsquedas y diversas miradas, exhaustivos recorridos que han suscitado múltiples reflexiones sobre el objeto. Imantado, funciona de distintas formas según se le utilice y logra epifanías que le han permitido tejer y destejer un continuum. Es también la suma de estrategias que forman un corpus, y cuya definición poli- técnica convida a la mesa a Leonardo, a Duchamp, a Mondrian, a Schwitters, al mismo Gabriel y yo agregaría a la musicalidad polifónica de Bach.

Contrario a las críticas, es notoria su defensa en favor de la técnica tradicional, modificada. Del oficio parte el conocimiento. Intuición, movimiento; la libre experimentación y sus variaciones; descartar y seleccionar; dejar que transcurra el azar. Imposible que se le considere ajeno a la historia del arte. Más bien, es él quien ha servido como centro activo del pensamiento de nuevas generaciones de artistas. Punto de partida, síntesis de una forma distinta de acometer el arte. Orozco es el pico alto de un peculiar Pop, una deriva del uso del objeto cotidiano cargado de conceptualismo duchampiano y el ready made. Pero no solo es eso. Su mirada tangencial cruza en profundidad y se abre en distintos caminos, atajos y veredas.

En su obra encontramos rasgos que lo asocian a Kurt Schwitters, aquel outsider dadaísta autor de los merz que defendía la creación como una definición del mundo: "la búsqueda de la liberación de todas las ataduras para poder configurar artísticamente. Libertad no es desenfreno, sino el resultado de una severa disciplina artística". Alumno avezado, Orozco trata el legado como un collage de ideas con rigor y disciplina. Sus imágenes expuestas en esta exhibición habitan en su mente como si fueran palabras y hacen sentido a partir de sus acomodos y dislocaciones. Como Schwitters es un flâneur que poetisa con lo nimio. Aquello inadvertido por nosotros, lo hace visible y lo llena de contenido.

Sus Mesas de Trabajo evocan la práctica con lo mínimo convertido en armonía. Objetos encontrados en espera de ser completados por el espectador. El museo es un eslabón. No quedarán ahí, seguirán su cause, como las piedras del río recolectadas y tatuadas. El mundo cambiará. Gabriel es parte de ese cambio. Nosotros somos cambio. Nada será igual la próxima vez. Entre las esferas concéntricas se cuelan actos de humor que nos arrancan la risa inteligente como balones acelerados (2005); a veces casi religiosos como sus icónicos cuadros de grafito particularmente bellos. Hacer filosofía sin pretenderlo. Mostrarse asombrado ante los fenómenos que él mismo desata, ¿aprendiz de brujo, alquimista? Otra vez un jugador.

La ilimitada serie Árbol del Samurái es, en cierta forma, un atisbo luminoso de la matemática mística de Mondrian. Seminal en su obra, posibilita una teoría que abreva del más rancio Renacimiento y establece guiños con el Barroco. Intuir la luz en una superficie plana, sustentarla con estructuras geométricas, dotar el círculo como materia tridimensional en un espacio bidimensional abriendo intersticios entre lo que se ve y lo que no, pero que está ahí. Lo que permanece y lo que escapa. Fuga bachiana. Cito a Orozco “como una escultura, una pintura que pueda expresar un juego de ajedrez, un árbol, un paisaje. Un juego y una idea de estructura orgánica geométrica”.

La improvisación de la que se le acusa es el más querido atributo de los maestros del jazz herederos de la contrapuntística de J. S. Bach. Aquella máxima “no hay improvisación improvisada” es más bien un punto de apoyo. Soltar y observar el devenir. Y como en los dados al aire, mantener una constante atención. Incitar los fenómenos, hacerse de ellos. Oval con péndulo (1996), Mesa de Ping pond (1998) generan movimientos no predecibles.

El azar también se advierte en los muros de los que cuelgan fotografías que van creando ritmos, me atrevo a decir que contienen el jazz de Miles Davis. Pero voy un poco más lejos, también las fugas de Bach. Punto contra punto, varias voces, imitación, espejos, desarrollo de temas diversos van delineándose polifónicos. Utilizados con la libertad de ser objetos autónomos, dependiendo de cómo se coloquen, articulan puestas en escena que hablan también de la vulnerabilidad y fragilidad de los materiales. Son notas de una partitura que deberá ser interpretada a partir del fenómeno que genera en el momento mismo de ser expuesta. Y de nuevo suscitar otras conversaciones y otros estadios más allá del museo. La obra de Orozco es tiempo, como lo es la música.

Dinteles (2001), es una instalación elaborada con residuos de tela de las lavadoras industriales norteamericanas. No necesariamente reliquias, apunta Orozco, previniendo cualquier reducción. No quiere que lo sean. Libres, juguetonas forman pliegos que recuerdan los fieltros de Joseph Beuys. Identidad que no puede ser más humana. Piel, carne colgante, vidas acumuladas animadas por los deshechos que se cuelan; son tramas únicas. No existe una mejor descripción de un momento artístico que abrir una caja con retazos grises y, atento a su fragilidad, suspenderlos en cables a manera de tendedero. Esta obra crea un eje con otra instalación, El color viaja a través de las flores (1998), que podría ser papel picado de una festividad mexicana o hasta los decorados de la primavera asiática. Es también un residuo. Encontrados en el basurero de una fábrica de flores, son los papeles que sirven para absorber el exceso de pigmento logrando una diversidad de coloridos y una sensación de lo efímero. La impronta queda ahí. Es la memoria involuntaria de Bergson.

Y aquí una sensación que se cuela durante el recorrido a la exposición: una personalidad que en apariencia y superficialmente es considerada egocéntrica y desafiante, es en realidad consciente de su propia fragilidad. Mis manos son mi corazón (1991), es una de las imágenes más poderosas de su obra. Ligada al espacio escultórico de una de las mesas en las que Orozco se empeña en amasar barro y formar un corazón entre las manos. Melancolía que no puede ser más que consciencia de muerte. Se extraña Papalotes negros (1997).

Gabriel Orozco es un artista oxímoron: un estratega que no renuncia al asombro. El destino no se detiene, pero exige negociar con él jugando, seduciéndolo. Leonardo, Duchamp y Bach lo sabían. Gabriel también.

@Suscrowley

https://www.sinembargo.mx/3892988/gabriel-orozco-la-mistica-del-ateo/

https://www.sinembargo.mx/3786488/gabriel-orozco-pensar-fuera-de-caja/

https://www.admagazine.com/articulos/el-arte-de-la-fuga-de-gabriel-orozco-y-bach

https://www.sinembargo.mx/3611569/el-imperdonable-pecado-de-ser-gabriel-orozco/

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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