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Héctor Alejandro Quintanar

24/01/2025 - 12:05 am

Trump y la paradoja del imbécil

El problema, sin embargo, es que en políticos como Trump, esas intenciones, por transparentes que sean, chocan siempre con una realidad que en algunos aspectos aún es a prueba de idiotas.

En el mundo del discurso político, podría pensarse que la única virtud del señor Trump es su falta de filtros. Y es que la experiencia mexicana con presidentes demócratas de los últimos años, como Biden u Obama, destaca porque mientras aparentaban ser, con base en sus palabras, más sensatos que su contraparte republicana, en los hechos ambos fueron expulsores de migrantes, cuyas cifras alcanzaron, en el periodo de Biden, incluso una cota mayor que el primer periodo de Donald Trump.

Esa dualidad que esconde intenciones, o donde los hechos contradicen a las palabras, dificulta el análisis de quién exactamente es la figura presidencial estadounidense. Con el caso de actual republicano estridente y fachoso (en ambos sentidos del término), podría pensarse que su discurso es atroz pero claro, y que sin ambages revela sus intenciones y proyectos, por malsanos que estos suenen. Y con ello uno sabe bien a qué atenerse.

El problema, sin embargo, es que en políticos como Trump, esas intenciones, por transparentes que sean, chocan siempre con una realidad que en algunos aspectos aún es a prueba de idiotas. El problema, así, es aprender a desmenuzar las malsanas intenciones de Trump en medio de su pirotecnia verbal. Pongamos en ese sentido un ejemplo.

El Presidente estadunidense promovió nominar como terroristas a ciertas organizaciones criminales mexicanas. Obviamente eso le daría una presunta patente para combatirlas con la fuerza, tal cual lo estipula la histórica redefinición de la política exterior de Estados Unidos, que después de la disolución de la Unión Soviética, trocó el enemigo externo “comunista” por una ambigüedad del enemigo externo narcotraficante y, después del 11 de septiembre de 2001, por el enemigo terrorista.

Hoy, como informó en días recientes el maestro Javier Oliva, especialista notable en seguridad nacional, en entrevista con el periodista Jesús Escobar Tovar, es importante observar el listado oficial del Departamento de Estado norteamericano sobre quiénes son organizaciones terroristas, nómina donde, salvo por cuatro entidades, hay una mayoría abrumadora de organizaciones islámicas.

La decisión de imputar a alguien la pertenencia a esa lista no es, sin embargo, una decisión vertical de quien ocupe la Presidencia estadounidense, pues pasa por el filtro del Congreso y, por jocoso que suene, la entidad señalada como terrorista tiene derecho a impugnar la decisión. Ese complejo entramado aún es la aduana que debe pasar para que organizaciones criminales del narco en México pudieran ser catalogadas con esa etiqueta.

Por un momento pensemos en que eso ocurra y que en efecto hubiera un combate bélico de los Estados Unidos en México contra dichas organizaciones. La historia reciente muestra cómo el fracaso ha sido la constante en esas aventuras estadounidenses, no sólo en Afganistán, sino en Irak, donde la mentira de “armas de destrucción masiva” en 2003 y el combate al terrorismo llevaron a Estados Unidos a una derrota y a una destrucción sangrienta de dos países en Medio Oriente.

A nadie tendría que parecerle atractivo ese escenario en México.

Pero pensemos en una cuestión más práctica. Al día de hoy, el 76 por ciento de las armas de alto poder de los cárteles mexicanos proviene nada menos que de las brutales y obsoletas armerías estadounidenses. En honor a la verdad, si Estados Unidos declara “terroristas” a ciertos cárteles, inmediatamente tendría que denominar a los expendios de armas de ese país como facilitadoras de entidades terroristas, complicidad inadmisible y punible.

Eso, obviamente, implicaría además que Trump reconociera como aliados del terrorismo a esos centros avalados por la Asociación Nacional del Rifle, entidad de neuróticos violentos que, por ende, es un pilar indiscutible del trumpismo.

Y, en ese mismo sentido, Trump tendría que considerar que su país es el máximo consumidor de drogas en el mundo, y buena parte de ello proviene de trasiegos y negocios con los cárteles de México. por lo que los adictos de su país, en vez de considerarse un problema de salud pública, en automático pasarían a ser financiadores del terrorismo.

Así, queda la pregunta en el aire acerca de si realmente es viable este escenario o qué ejercicios de deshonestidad y maniobra política se harían para, al mismo tiempo, tildar de terroristas a los cárteles, y deslindar de la complicidad con ese crimen a sus soportes norteamericanos, tanto financieros como armamentistas.

El choque de realidad de la estridencia de Trump se evidencia desde su propio círculo: mientras el Presidente expone esas barbaridades, junto a otras (como los aranceles desmedidos que afectarían a la propia economía estadounidense, o anexiones absurdas como la de Groenlandia o el Canal de Panamá), el Secretario de Estado, Marco Rubio, sin ser un hombre brillante, parece entender mejor la situación y mantiene posturas que, al menos, van más apegadas a los hechos, como el considerar a México un socio par o reconocer el problema de adicciones en los Estados Unidos.

A eso se enfrenta hoy México, a un Presidente más abierto en la oscuridad de sus intenciones, pero más limitado en su entendimiento de la realidad. Saber espulgar sus dichos, contrastarlos con los hechos y conocer los filtros e interfaces que rodean las decisiones del poder presidencial estadounidense es el verdadero reto del Gobierno mexicano, la Presidenta Claudia Sheinbaum y su Cancillería.

Y en ese entramado, deberán entender qué dosis de la estridencia trumpista hay que tomar más en serio y qué cosa dejarla pasar como vil vulgata destinada a alebrestar a sus bases y mantener su apoyo electoral republicano de cara a elecciones venideras en el vecino del norte. En pocas palabras, el Gobierno mexicano enfrenta con Trump la paradoja del imbécil: si no se le contesta creerá que tiene razón, pero si sí se le contesta pensará que tiene importancia. Pero el problema de fondo es obvio: con todo y límites democráticos, siempre es preocupante que la imbecilidad política, por más sagacidad discursiva tenga, llegue al poder.

Héctor Alejandro Quintanar
Héctor Alejandro Quintanar es académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, doctorante y profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Hradec Králové en la República Checa, autor del libro Las Raíces del Movimiento Regeneración Naciona

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