Mario Campa
23/01/2025 - 12:05 am
La deriva oligárquica de los Estados Unidos
El peso del poder económico en el engranaje político crece: legitima y patrocina la causa, hoy al mando de Trump.
En una gélida toma de protesta con todo y la pompa ceremonial, Trump anunció sin recato que Estados Unidos volvería a ser una nación expansionista. En ese mismo acto, declaró una emergencia fronteriza que ganó el aplauso de una grada con una fortuna agregada de 900 mil millones de dólares sólo entre Elon Musk (Tesla), Jeff Bezos (Amazon) y Mark Zuckerberg (Facebook). Cual escena de Dragon Ball, una danza de la fusión entre el poder político encarnado por Trump y el económico representado por los tres sonrientes magnates dio vida a un ser nuevo, a saber: una oligarquía de libro de texto.
Crecen los clamores contra esa forma de Gobierno cuyo poder es amasado por una minoría, típicamente la clase social pudiente, que ejerce plena captura para saciar el interés individual sobre el general. Joe Biden protestó en la agonía de su mandato contra la aparición de un nuevo “complejo tecnológico industrial” que amenaza el ideal democrático estadounidense. Algo que Steve Bannon, exasesor de Trump, llama “tecnofeudalismo”.
Y las alarmas también suenan en el exterior. En su último artículo para el diario francés Le Monde, el economista Tomás Piketty nombró a la batalla de la democracia contra la oligarquía como “la lucha del siglo”. Si bien culpa a Biden de letargo por haber hecho “poco para oponerse
a la deriva oligárquica que ocurre tanto en su país como a nivel mundial”, reconoce que la influencia del dinero en las campañas electorales de Estados Unidos vuelve improbable un giro de rumbo de corto plazo.
Y es que el financiamiento de los magnates sigue en franco ascenso. Elon Musk, la moneda más reluciente de la alcancía, donó unos 270 millones de dólares a la campaña de Trump. Como resulta más metálico que lógico, un análisis de CNN reveló que tres docenas de los nombramientos de la nueva Administración corresponden a donantes o recaudadores de fondos. Con el culto a las utilidades hemos dado.
El grado de descomposición moral y regodeo sorprende cada que aparenta haber alcanzado un techo. Las dos criptomonedas meme llamadas TRUMP y MELANIA, en manos mayoritarias de la pareja presidencial, duplicaron la fortuna familiar en la antesala del poder. La normalización de la burbuja y los vicios de Trump restaron importancia al conflicto de interés en un mercado desregulado y fraudulento que ha visto cientos de activos volverse polvo. Ayuda a matar la noticia que los dueños del Washington Post, Facebook y X (antes Twitter) unieron su futuro al de Trump.
El regreso de Trump simboliza un desafío a los valores democráticos y al orden internacional construido tras la Segunda Guerra Mundial. Además de las instituciones multilaterales amenazadas, el estado de bienestar, la prensa independiente, la movilidad laboral transfronteriza y hasta la soberanía territorial corren riesgos existenciales.
El programa nombrado como “America First 2.0” por algunos republicanos es una versión radical del primer trumpismo. La presencia de Javier Milei y Georgia Meloni entre los selectos invitados anticipa desde las formas una agenda de ruptura con el dogma neoliberal. El consenso forjado en la posguerra entre las potencias occidentales luce herido donde más duele: en su legitimidad anclada a la conducción orquestal de los Estados Unidos.
Para Branko Milanovic, la caída del Muro de Berlín dio inicio del neoliberalismo como bloque histórico y la asunción del 20 de enero marca su final simbólico. Lejos de celebrar la victoria de Trump, el economista considera que la política basada en aranceles coercitivos y de bloques
regionales marca un quiebre de rumbo.
El activismo geopolítico basado en olas de amenazas seguidas de alianzas encontró nueva expresión con la crisis de TikTok. Al entrar de apagafuegos, Trump dejó entrever la posibilidad de una venta del 50 por ciento de la aplicación china a algún magnate estadounidense congraciado. Fiel al estilo de la casa, Trump anticipó aranceles y forzar un cierre permanente en caso de algún veto de Xi Jinping.
Que temas espinosos sean seguidos entre la indiferencia y la resignación por el elector moderado hablan de un cambio de época tolerante a la hiperconcentración del poder, los abusos asimétricos, el individualismo extremo, el darwinismo social y la priorización del crecimiento sobre la sana convivencia. La libertad del zorro en el gallinero es aquello que los multimillonarios exigen para saciar el apetito infinito de la riqueza personal. Y la llave de vía libre al gallinero se llama Donald Trump.
La deriva oligárquica de los Estados Unidos aún puede ser frenada, aunque tarea fácil no es. El peso del poder económico en el engranaje político crece: legitima y patrocina la causa, hoy al mando de Trump.
Para Piketty, quitarle al zorro la llave demanda un cambio en la correlación de fuerzas en el Sur Global para empujar fiscalidad progresiva o una democracia económica que otorgue representatividad a los trabajadores en las juntas directivas. Para demócratas como Bernie Sanders o Elizabeth Warren, arrebatar la llave pasa por romper en partes pequeñas a los gigantes tecnológicos como Amazon o Microsoft. Ambas vertientes encuentran cauce en el abatimiento de las desigualdades como condición necesaria para sociedades más justas.
Acaso el tamaño de la tarea amerite un retorno a Montesquieu, quien no levantaba sospechas de socialista: "La tiranía de un príncipe en una oligarquía no es tan peligrosa para el bienestar público como la apatía de un ciudadano en una democracia", dijo en el Espíritu de las leyes.
Para vencer la apatía, el primer paso es retratar las fauces y el vientre saciado del zorro junto a la crudeza de las primeras plumas ensangrentadas. Solo así se alborota al gallinero sobre la peligrosidad de desmayar la guardia frente a una llave en plena captura.
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