Fabrizio Mejía Madrid
22/01/2025 - 12:05 am
El discurso de Trump
La segunda llegada de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos (EU), señala algo innegable: con él llega la élite billonaria de los Elon Musk y sus coches espaciales, Mark Zuckerberg y su Facebook-Meta, Jeff Bezos y su Amazon.
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La segunda llegada de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos (EU), señala algo innegable: con él llega la élite billonaria de los Elon Musk y sus coches espaciales, Mark Zuckerberg y su Facebook-Meta, Jeff Bezos y su Amazon, es decir, los primeros tres estadunidenses en la lista de Forbes de los más ricos del planeta. Encubierto en un discurso del hombre blanco desprotegido contra los géneros sexuales que les quitan su confianza en la Biblia, los inmigrantes que les quitan sus empleos, los chinos que se quedan con sus ganancias, Trump dice estar con esos hombres blancos empobrecidos, sin trabajos, sin casa, atribulados por las drogas, zombies por el fentanilo, pero su gabinete es el de los billonarios. Ha llegado hasta ahí, no por la esperanza, sino por el miedo. Y, como todo miedo, ha ido alimentado las fobias sociales: misoginia, racismo, islamofobia, transfobia, homofobia, y repudio a la inmigración. En su discurso de toma de posesión como Presidente describió así al estadunidense que él cree representar: “Somos un pueblo, una familia y una nación gloriosa bajo Dios”. Como toda derecha, Trump reivindica la soberanía pero sólo para quienes considera parte de la nación: los blancos, cristianos, varones, que comparten un conjunto de valores que no admiten ni siquiera la pasiva tolerancia. No habla de soberanía popular nunca. Y, cuando habla de “pueblo” es para decir individuos asociados por su etnia, religión, género masculino y una historia de las películas de los cuarentas: la “conquista” de la frontera, los cowboys, los soldados de las guerras mundiales, Corea, el espacio sideral. Ni una palabra para los nativos americanos, a quienes les expropia el nombre del monte de Alaska, el Denali, para denominarlo McKinley otra vez. No es casual que el único héroe, además de sí mismo, que Trump mencione sea William McKinley, otro de los presidentes asesinados en ese país, junto con Lincoln y Kennedy. McKinley, republicano, fue el que promovió la guerra contra España para adueñarse de Cuba, Hawaii, Puerto Rico, Guam, y las Filipinas. Un expansionista marino. Ni una palabra de Trump para los afrodescendientes de la esclavitud, a quienes sólo les reconoció su apoyo electoral. “Los he escuchado”, dijo, al igual que para los descendientes de inmigrantes latinoamericanos. Así, la nación de Trump no es una democracia popular, sino una etnia blanca acosada por los extranjeros, a cuyos descendientes les agradece su voto. La nación expansiva es sólo para las élites. Un país que sólo habitan Elon Musk, Jeff Bezos, y Mark Zuckeberg. Un lugar en el que pueden dar rienda suelta a todo tipo de anti-socialidad, incluyendo aventarse un saludo nazi frente a una multitud.
En su discurso de toma de posesión, se lee que el establishment ---al que Trump llama “radical y corrupto”--- “no protege a nuestros magníficos ciudadanos estadounidenses respetuosos de la ley, pero brinda refugio y protección a criminales peligrosos, muchos de ellos provenientes de prisiones e instituciones psiquiátricas que han ingresado ilegalmente a nuestro país desde todas partes del mundo. Tenemos un Gobierno que ha otorgado fondos ilimitados para la defensa de las fronteras extranjeras pero se niega a defender las fronteras estadounidenses o, más importante aún, a su propio pueblo”. Según él, los inmigrantes son una mezcla de asesinos y dementes a los que sus países han expulsado y todos se han ido a refugiar a los Estados Unidos. Eso le permite a Trump hacer una primera propuesta mediática y espectacular:
“Primero, declararé una emergencia nacional en nuestra frontera sur. Se detendrá inmediatamente toda entrada ilegal. Y comenzaremos el proceso de devolver a millones y millones de delincuentes extranjeros a los lugares de donde vinieron. Restableceremos mi política de permanencia en México. Terminaré con la práctica de atrapar y soltar. Y enviaré tropas a la frontera sur para repeler la desastrosa invasión de nuestro país. Según las órdenes que firmo hoy, también designaremos a los cárteles como organizaciones terroristas extranjeras. Y al invocar la Ley de Enemigos Extranjeros de 1798, ordenaré a nuestro Gobierno que utilice todo el inmenso poder de las fuerzas del orden federales y estatales para eliminar la presencia de todas las pandillas y redes criminales extranjeras que traen crímenes devastadores a suelo estadounidense, incluidas nuestras ciudades y ciudades del interior”. Nuevamente, su peculiar diagnóstico coincide con una operación de fuerza: según él, los inmigrantes serían, a su vez, narcotraficantes. Si hay cárteles de la droga en suelo estadunidense, no serían de estadunidenses, sino de redes criminales de extranjeros. El tráfico ilegal es por acta de nacimiento, no por la enorme derrama de recursos que deja a su paso y por la demanda que existe en su país; el problema del fentanilo no es el reguero de cadáveres a ambos lados de las fronteras con Canadá y México, sino una
cuestión de trámites de papeles. De ahí, la declaratoria de una guerra interior que extirpe el mal de un organismo bueno. Sin importar el voto latino, Trump hace ejecutar una prohibición para que obtengan la ciudadanía estadunidense los hijos de inmigrantes indocumentados. Adiós a la ciudadanía por haber nacido en el territorio, un derecho que todas las Constituciones del mundo, empezando por los EU, tienen en su texto.
Continúa Trump: “La crisis inflacionaria fue causada por un gasto excesivo masivo y el aumento de los precios de la energía. Y por eso hoy también declararé emergencia energética nacional. Perforaremos, cariño, perforaremos”. “Drill, baby, drill” es una expresión que usaba la exgobernadora de Alaska, Sarah Palin, para demostrar su interés en que su estado sacara petróleo sin importar las comunidades nativas ni el medio ambiente. La consigna fue acuñada por un afroamericano, representante de Maryland, en 2008, que hacía alusión a su vez al “burn, baby, burn”, “quema, cariño, quema”, un lema de los Panteras Negras en las revueltas de los negros por sus derechos civiles de los años sesentas. Ahora, apropiado por el blanco millonario, se convierte en el plan de Trump para inundar de gas y petróleo Estados Unidos para bajar la inflación. Lo reiteró cuando sostuvo: “Estados Unidos volverá a ser una nación manufacturera y tenemos algo que ninguna otra nación manufacturera tendrá jamás: la mayor cantidad de petróleo y gas de cualquier país de la Tierra”.
William McKinley, el único expresidente estadunidense aludido por Trump, fue el creador de muchas tarifas proteccionistas que, en sus años (1897-1901), dieron resultado para proteger la industria manufacturera. Emulándolo, Trump dijo en su discurso: “Inmediatamente comenzaré la revisión de nuestro sistema comercial para proteger a los trabajadores y familias estadounidenses. En lugar de gravar a nuestros ciudadanos para enriquecer a otros países, aplicaremos aranceles y gravámenes a países extranjeros para enriquecer a nuestros ciudadanos. Para ello, estamos creando el Servicio de Impuestos Externos para recaudar todos los aranceles, derechos e ingresos. Serán cantidades masivas de dinero que llegarán a nuestro tesoro provenientes de fuentes extranjeras”. En realidad, y casi cualquiera lo sabe, aumentar tarifas comerciales generará un aumento de precios de esas mismas mercancías, pero puede ser que Estados Unidos logre sustituir sus importaciones. Estaríamos hablando del final del libre comercio, la panacea de los neoliberales durante casi medio siglo. El globalismo dará paso al regionalismo o quizás a una versión de una economía semi-cerrada.
Según su ideología, la de la ultraderecha del Atlas Netwok, Trump dijo: “Esta semana también pondré fin a la política gubernamental de intentar incorporar socialmente la raza y el género en todos los aspectos de la vida pública y privada. Forjaremos una sociedad daltónica y basada en el mérito. A partir de hoy, en adelante será política oficial del Gobierno de Estados Unidos que sólo haya dos géneros, masculino y femenino”. Se termina con ello uno de los componentes de la política identitaria neoliberal, que no fue sino la otra cara cultural hasta el surgimiento de la ultraderecha, ya aliada plenamente al discurso de la homogeneidad racista, clasista, misógina, transfóbica, y homofóbica. Pero les hablaré más de este asunto, una vez que Trump termine de hablar para esta columna.
Sigue Trump: “Estados Unidos recuperará el lugar que le corresponde como la nación más grande, más poderosa y más respetada del mundo, inspirando el asombro y la admiración del mundo entero. Dentro de poco vamos a cambiar el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América. Y restauraremos el nombre del gran Presidente William McKinley en Mount McKinley, donde debe estar y donde pertenece”. Como ya dijimos, ambas ideas tienen que ver con el legado de McKinley: las tarifas y la expansión por el Golfo de México y el Mar Caribe. Pero, añadió algo más: el Canal de Panamá. Dijo: “Los barcos estadounidenses están siendo gravemente sobrecargados y no reciben un trato justo de ninguna manera, y eso incluye a la Armada de los Estados Unidos. Y, sobre todo, China explota el Canal de Panamá. Y no se lo dimos a China, se lo dimos a Panamá y lo vamos a recuperar (…) Y perseguiremos nuestro Destino Manifiesto hacia las estrellas, lanzando astronautas estadounidenses para plantar las barras y estrellas en el planeta Marte”. Como Kennedy, que anunció la toma de la Luna como parte de la Guerra Fría contra la URSS en 1962, ahora Trump anuncia la de Marte. De ahí, la presencia de los billonarios, como Jeff Bezos quien, en medio de la pandemia que nos tenía a todos encerrados o arriesgando el físico en el exterior, se fue de vacaciones al espacio con su cohete pagado por los usuarios de Amazon en todo el mundo y las pobres condiciones laborales de sus empleados. Mientras, yo veía la película de “No mires arriba”. La diferencia entre lo de la Luna y Marte es que no logró inspirar a nadie. No sólo porque, celebrándolo, Elon Musk hizo un saludo nazi dos veces, sino porque sabemos que la conquista de otro planeta será privada, para que los multimillonarios sigan haciendo negocios con los minerales, los viajes al espacio para quien pueda pagarse ese tipo de turismo, y hasta la defensa militar, como la fallida “Guerra de las Galaxias” de Ronald Reagan.
Pero dejemos que Donald Trump ya termine: “En Estados Unidos, lo imposible es lo que mejor hacemos. Desde Nueva York hasta Los Ángeles, desde Filadelfia hasta Phoenix, desde Chicago hasta Miami, desde Houston hasta aquí mismo en Washington, D.C., nuestro país fue forjado y construido por generaciones de patriotas que dieron todo lo que tenían por nuestros derechos y por nuestra libertad. Eran granjeros y soldados, vaqueros y trabajadores de fábricas, trabajadores del acero y mineros del carbón, agentes de policía y pioneros que siguieron adelante, marcharon hacia adelante y no dejaron que ningún obstáculo derrotara su espíritu o su orgullo. Juntos construyeron ferrocarriles, levantaron rascacielos, construyeron grandes carreteras, ganaron dos guerras mundiales, derrotaron al fascismo y al comunismo y triunfaron sobre todos y cada uno de los desafíos que enfrentaron”.
¿Cómo ocurrió este segundo ascenso de Trump? Es la pregunta que intenta plantear esta columna. Para empezar hay que mirar las señales de la época. Lo que se terminó en EU ahora, y antes en Europa, fue lo que llaman el neoliberalismo progre o los partidos de centro-izquierda o también llamados “social-demócratas”. A lo que nosotros en México llamamos “buena ondita”. Es decir, el mismo despojo económico, bajos salarios, nulas condiciones laborales, contaminación ambiental, combinado, compensado, con el reconocimiento de tu identidad. Así, mientras extraían recursos del 99 por ciento de la población para concentrarlo en el uno por ciento, te decían que estaba bien ser mujer, gay, trans, afro, latino, musulmán, pobre pero llámenme “emprendedor”, etc. La política como identidad es una forma de despolitización porque cada quien asume su lugar, su designación, su papel, y se moviliza para defenderlo. No es, como en toda rebelión, que consiste precisamente en salirse del lugar asignado y reclamar el derecho a participar de los que no tienen ningún derecho, cuyas voces se consideran ruido, cuya existencia es la de la plebe, es decir, que se multiplica, así, nada más. Lo que trajo consigo ese intercambio beuna ondita entre “te exploto más pero te reconozco” fue la construcción de una supuesta “izquierda” neoliberal, como la de Tony Blair, Barak Obama, o Francois Hollande, que, a la vuelta de la primera década del siglo XXI, perdieron su base probable, que era la de todos los excluidos por esta política de asignación de lugares y por el neoliberalismo. En EU específicamente, el Partido Demócrata insistió en esa idea de ser lo más parecido al Partido Republicano pero con el símbolo del arcoíris y dejó el paso libre para el trumpismo, una combinación entre libertarismo, aranceles proteccionistas, con abierto racismo, sexismo, y un único Dios verdadero. Este supuesto neoliberalismo buenaondita escogió el elitismo: cuando las políticas neoliberales se hicieron impopulares, generaron movilizaciones populares que fueron tachadas de populistas por el centro-izquierda. Le echaron la culpa de todo al pueblo que dejó de seguirlos porque jamás le respondieron a la pregunta de qué hacer con el uno por ciento que se enriquecía a manos llenas. Jamás propusieron alguna forma de redistribuir los recursos. Lo que sí hizo Andrés Manuel. Lo llamaron “ignorante” frente al supuesto conocimiento de la élite, lo llamaron “emocional” ante el supuesto “cerebralismo” de la élite.
Así reaccionaron los buenaonditas en todos lados. La ultraderecha, en cambio, construyó un pueblo propio, una base social de la élite financiera internacional que ya no necesitó el buenondismo y se afilió, sin más, a la extrema derecha de Trump, de Meloni, de Orbán en Hungría, Andrej Duda en Polonia. Su principal artilugio es echarle la culpa del empobrecimiento, no a la desregulación, la des-industrialización, y el outsourcing, sino a los inmigrantes. Incluso utilizó argumentos de los derechos humanos para hacer campaña contra el islamismo por el uso de burkas en las escuelas. Así, la islamofobia se transformó en feminismo y en defensa del “Estado laico”. Por lo tanto, lo que Trump llama la “edad de oro” de “América” es el fin de esa supuesto buenondismo neoliberal y el regreso de las élites a un modelo que recuerda al fascismo, cuando personajes como Henry Ford o Charles Lindberg se aliaron a Hitler para detener la rebelión socialista en Europa. Que el centro-izquierda nombrara a este pueblo como enemigo de la democracia, puso un punto final a ese tipo de neoliberalismo. Ahora comienza otro, más crudo y descarado. Habrá que ver cómo contener ahora a este neoliberalismo descarnado.
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