Héctor Alejandro Quintanar
17/01/2025 - 12:05 am
Zedillo y Calderón, la desmemoria y el cinismo
Zedillo y Calderón representan no sólo el estadio moral y derrotado de la oposición partidista mexicana contemporánea, sino que son voceros de un régimen, el de la transición.
En el año 2006, corrieron ríos de tinta donde se alertó en México que, si ganaba López Obrador, habría fuga de capitales, incertidumbre económica y una devaluación inmediata, misma que podría alcanzar una tasa de cambio de cuarenta pesos por dólar, como pronosticó Jaime Sánchez Susarrey, destacado golpeador de TV Azteca, augurio que publicó en un libro llamado La Victoria.
Los dichos no eran muy originales. En 1994, por ejemplo, se especuló exactamente lo mismo, por parte de banqueros mexicanos, si aquella elección la ganaba Cuauhtémoc Cárdenas. Viene a cuento el recuerdo por un hecho de suma relevancia. Si retomamos la historia reciente, podemos observar una cuestión, y ella es que los años de 2018 y 2024 coinciden en que México vivió transiciones presidenciales pacíficas, ordenadas y estables tanto en lo económico como en lo político.
Y ese hecho contrasta enormemente con otros periodos parecidos de la historia reciente. En 2012, por ejemplo, Peña Nieto tuvo que abrirse paso a través de represión policial en la Ciudad de México, ante protestas por su dispendio mediático en campaña y aún en el marco del movimiento yosoy132, y debió negociar a oscuras el Pacto Por México con las cúpulas de los partidos de oposición y con suciedades como Odebretch de por medio.
En 2006, la situación fue mucho peor, y el presidente espurio, Calderón, recibió un país en crisis provocada por él mismo y su antecesor, que enfrentaron tanto los protestas multitudinarias contra el fraude electoral de ese año, como un conflicto magisterial en Oaxaca que escaló a un movimiento que exigía la renuncia del entonces gobernador Ulises Ruiz, sátrapa que, al igual que el góber precioso, Mario Marín, gozó de impunidad gracias a su alianza estratégica con los presidentes panistas.
Doce años atrás, en 1994, la crisis en la transición fue brutal. Todos aquellos augurios acerca de una devaluación en México si ganaba Cárdenas se cumplieron, aunque ello ocurrió a pesar de que ganó Ernesto Zedillo, quien, presuntamente, representaba la estabilidad y tecnocracia del sistema político mexicano.
Sólo como nota curiosa, no puede desdeñarse tampoco lo ocurrido en 1988, coyuntura electoral que fue tan crítica, que a la larga ayudó a demoler al sistema priista, con base en protestas electorales legítimas tras un fraude y pasos al frente en la democratización mexicana, como la articulación de las izquierdas partidistas en una sola fuerza y la construcción de un órgano autónomo para la administración de las elecciones.
Lo que se trata de decir es que los años 2000, 2018 y 2024 emergen como excepciones de transiciones tersas, estables y donde los gobernantes inician su sexenio con la legitimidad democrática y el viento a favor. Y nunca hay que olvidar que en las coyunturas de 2012, 2006, 1994 o 1988, hay responsables directos de las crisis ahí vividas: el dispendio fraudulento de Peña Nieto, la condición impresentable de Carlos Salinas, la sevicia y corrupción de Vicente Fox... y también la condición espuria de Calderón y la incompetencia de Zedillo.
Por eso resulta indignante que estos dos últimos personajes, el expanista Calderón y el aún priista Zedillo, tengan la sevicia de hablar contra el actual Gobierno de Claudia Sheinbaum. El priista lo hizo al señalar que en México “se había perdido la categoría de democracia”, y Calderón recalcó que su estrategia de seguridad, entre comillas, había sido necesaria, en contraste con la actual forma de la llamada Cuarta Transformación para hacer frente a la delincuencia.
Zedillo quiso oponerse a la Reforma Judicial. Y su apuesta sin duda es a la desmemoria. El 1 de enero de 1995 el priista canceló la Suprema Corte de Justicia y ordenó un cambio radical en ese poder constitucional. Nadie habló entonces de que se invadía un poder autónomo ni se acusó que México se dirigiera a la dictadura o cosa parecida.
Tres décadas después, la reforma al Poder Judicial que enarbola Claudia Sheinbaum es producto, guste o no, de una propuesta de campaña que fue sometida a voto popular y cuyo resultado es una reestructuración de cómo se eligen jueces y magistrados, cosa que en 1995 se dio a causa de una individual voluntad presidencial.
Siempre resulta curioso cómo los personajes más alejados de las prácticas democráticas quieren aleccionar a quienes sí se someten a ellas. La incongruencia asoma así como un defecto grotesco que se suma a la oposición partidista mexicana. Y en ello abona otro personaje como Felipe Calderón, individuo cuya corrupción e incompetencia están absolutamente fuera de duda.
Y pese a ello, en una irresponsabilidad incomprensible, se trata de un personaje al que aún le abren espacios en medios, ni siquiera para preguntarle cuestiones inicuas (como la vida interna del PAN), sino para darle micrófono en un hecho que hoy todos deberíamos condenar: su responsabilidad en la seguridad pública mexicana, misma que destruyó no por simple incompetencia sino por corrupción, al imponer a un capo del narcotráfico en la Secretaría de Seguridad Pública y a su brazo armado dirigiendo a la Policía Federal, con lo que el estado dejó de buscar seguridad para los ciudadanos y se tornó en una plataforma al servicio de un cártel.
¿Qué podría aportar un perdulario así a la discusión sobre inseguridad pública, cuando es responsable directo de ella? ¿Por qué los medios se empecinan en darle voz a un sujeto así, cuando ello equivale a preguntarle al pirómano que inició el incendio qué le diría a los bomberos que tratan de apagarlo?
De igual modo, ¿qué aportes puede dar un priista tecnocrático sobre la democracia en México? Agravado ello con el hecho de que Zedillo carga sobre su espalda no sólo la responsabilidad de la crisis de 1995, compartida con Salinas, sino también el desastre del Fobaproa, actos autoritarios con Aguas Blancas, y su única carta democrática radica en haber aceptado la derrota de su partido en 2000, hecho que al ensalzarse equivale a felicitar a un pez por nadar.
Zedillo y Calderón representan no sólo el estadio moral y derrotado de la oposición partidista mexicana contemporánea, sino que son voceros de un régimen, el de la transición, que poco a poco se ha ido superando, para abrir paso a otro encabezado por aquellos que, con razón, denunciaron las taras, carencias y abusos que el periodo neoliberal, paralelo a la eterna transición, permitió.
Darle voz a esos personajes incongruentes, sin autoridad moral para nada, no sólo habla de la desesperada lucha por afianzar liderazgos en la oposición mexicana, sino que es un síntoma mayor: la incapacidad de la oposición de crearse un proyecto que no sea la simple vuelta a 1994 o 2006, coyunturas a las que nadie desea volver no sólo por su falta de credibilidad democrática, sino también porque han sido puntos de inflexión históricos hacia crisis económicas y crisis de seguridad.
De ahí que sería conveniente que ese priista y ese panista omitieran aleccionar a una Presidenta como Claudia Sheinbaum, del mismo modo que se dice que ahora resulta que los patos, con su cinismo y desmemoria, le quieren disparar a las escopetas.
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