Mario Campa
16/01/2025 - 12:05 am
Plan México: la apuesta más ambiciosa de política industrial en décadas
"El Plan México es lo más ambicioso en política industrial desde los intentos priistas de alcanzar el desarrollo mediante el monocultivo petrolero".
El Financial Times tiene sus destellos cuando rebaja sus ataques a gobiernos ajenos a su visión de mundo. Una entrevista en febrero del 2024 a Dani Rodrik, reconocido investigador de política industrial, aporta elementos para una primera evaluación de la presentación del Plan México el pasado lunes 13 de enero.
Rodrik ha contribuido junto a otros académicos a reposicionar la política industrial a nivel global y su influencia en el gremio y los gobiernos es creciente. En la entrevista con el Financial Times, el economista identifica tres condiciones mínimas para el éxito de cualquier política industrial: 1) elección de pocos objetivos concretos y contados, 2) coordinación inclusiva para la adecuada implementación, y 3) disciplina gubernamental para abandonar empresas o sectores “perdedores” costosos y desacreditados antes de elegir “ganadores”. Esos tres criterios aportan herramientas para dimensionar el Plan México.
Primero lo esencial. El Plan es “una estrategia de desarrollo económico equitativo y sustentable para la prosperidad compartida”. Tiene como misiones promover la relocalización, incrementar proveeduría local de más valor, impulsar la integración de Norteamérica, promover polos de desarrollo, fortalecer el desarrollo científico y tecnológico, crear empleos bien remunerados y relanzar el programa “hecho en México”, entre otras.
Está conformado por 13 metas, entre las cuales destacan: pasar de la economía número doce del mundo a la décima, elevar la proporción de inversión respecto al PIB a 25 por ciento, generar 1.5 millones de empleos, aumentar en 15 por ciento el contenido nacional, disminuir la pobreza y la desigualdad y adicionar 150 mil profesionistas y técnicos anuales, entre otras.
Por último, el Plan contempla acciones concretas. Son varias, pero destacan: un decreto de relocalización que permite la depreciación acelerada de entre 56 y 89 por ciento en nuevos activos fijos, el establecimiento de Polos de Bienestar, la creación de un fondo en la banca de desarrollo para PyMES, una Ley Nacional de Simplificación y Digitalización, el programa IMMEX 4.0 para acortar tiempos y esquemas de participación privada en generación eléctrica y mixta en infraestructura, entre otras.
Ahora sí, de vuelta a Dani Rodrik y sus tres condiciones para una política industrial exitosa...
El primer punto, la elección de pocos objetivos concretos y contados, parece ser respetado a medias en el Plan México. Aunque las misiones y metas están bien definidas, son cuantiosas y ambiciosas en un contexto de austeridad. Por ejemplo, múltiples objetivos y líneas de acción en las secretarías y dependencias pueden tensar la nómina y elevar los costos de coordinación. Aunque los aranceles pueden aumentar la recaudación y complementar una expansión de la banca de desarrollo, un gigante dormido, sin reforma fiscal la dependencia en la inversión privada y mixta podría limitar el éxito global del Plan.
La segunda condición de Rodrik, la coordinación inclusiva para la adecuada implementación, demanda liderazgos que abran el diálogo y rindan cuentas. En ese sentido, la invitación a empresarios, patronales y funcionarios subnacionales es grata noticia, aunque su involucramiento activo pesará más. Asimismo, la conferencia mañanera sería un foro idóneo para presentar avances y evaluar metas. Por otro lado, aunque es probable que la presidenta encabece la coordinación, la institucionalidad y jerarquía operativa requieren más color.
Y la tercera condición, disciplina gubernamental para abandonar empresas o sectores “perdedores”, amerita una evaluación ex post conforme circulen recursos. Ante las restricciones presupuestales, la revisión continua de programas y acciones facilitaría atajar inercias. Ahí sí, una austeridad gélida recanalizaría recursos mediante la muerte de proyectos fallidos que se presentarán de forma natural.
Es cierto que el Plan México busca relanzar la política industrial, pero es mucho más que eso. Representa un potencial giro de política económica, además de un comodín geopolítico. Bien instrumentado, podría engrosar el mercado interno sin sacrificar la competitividad de las exportaciones. Es decir, podría equilibrar dos motores dispares: uno a marchas forzadas (el externo) y otro (el interno) apagado. El Plan México podría marcar el fin simbólico del modelo de promoción de exportaciones como carta desarrollista, sin por ello representar el retorno a viejas épocas.
A los críticos de la sustitución de importaciones, modelo económico de la posguerra que propició el milagro mexicano, hay que decirles que las circunstancias cambiaron. El monocultivo petrolero condicionó durante décadas el comercio internacional en un contexto de una manufactura incipiente sin tratados de libre comercio. La economía mexicana era cerrada, cuando hoy es abierta, con una suma de importaciones y exportaciones que ronda tres cuartos del PIB. Encima, la sustitución hoy solo adelgazaría las importaciones asiáticas. En suma, el Plan no contempla una planeación central total, como sugiere Isaac Katz en una columna con sobrecarga hayequiana (El Economista, enero 13).
Mariana Mazzucato, aliada de Dani Rodrik, se reunió en octubre con Claudia Sheinbaum. En su libro “Misión economía” (2021), la académica y consultora defiende las intervenciones virtuosas del Estado en proyectos tecnológicos audaces. Uno de ellos fue el programa Apolo de la NASA que puso hombres en la luna. Una valiosa lección es que un planeador, pero no omnipresente a la Katz/Hayek, debe combatir los silos burocráticos y trazar metas que reduzcan la corrupción corporativa, como por ejemplo al pagar proyectos subcontratados con base en objetivos cumplidos y no en márgenes o costos que con alta probabilidad serán inflados. Aplicado al Plan México, la planeación vertical pero colaborativa y la intolerancia frente a corruptelas propiciarían funcionalidad y legitimidad.
El Plan México es lo más ambicioso en política industrial desde los intentos priistas de alcanzar el desarrollo mediante el monocultivo petrolero. Marca un parteaguas de escala y alcance en el contexto de una economía abierta. Ahí descansan tanto su mayor mérito como su mayor riesgo.
A diferencia del desarrollo estabilizador, el Plan México no elige un puñado de sectores o actores ganadores ni se limita a la inversión pública y nacional-revolucionaria. Pinta para ser más inclusivo y comprensivo. Con una adecuada implementación, permitiría una mejor convivencia del sector externo con el resto de la economía. Es una iniciativa que puede cambiar el rostro del mercado interno y lograr una industrialización virtuosa. Su éxito dependerá de los recursos presupuestales y no presupuestales acompañantes. Con una coordinación visible y empoderada, puede convertirse en un nuevo modelo económico para una nueva realidad global.
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