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Mario Campa

09/01/2025 - 12:05 am

La ultraderechización del G7 avanza

La última vez que el G7 —nombrado así hasta los 70— estuvo tan cargado a la derecha fue cuando Alemania e Italia unieron fuerzas en la Segunda Guerra Mundial.

El nuevo año no esperó para generar zozobra. La dimisión del Primer Ministro de Canadá fue el primer gran suceso político del 2025. Enric Juliana, adjunto al director de La Vanguardia (España), respondió en Bluesky al respecto: “Trudeau, cae un guapo telegénico. Cuidado con el cambio de época. Ahora está de moda ser malo y prepotente”. Y es que en estos tiempos recios la patanería antigobierno es celebrada desde una grada galvanizada por una era que contagia inconformidad, pero por razones bien distintas a aquellas que la derecha radical ofrece como lombrices en carnada.

En Estados Unidos, el retorno de Trump es el sueño húmedo de los amantes de la incorrección política y el impulso económico desde la oferta, la desigualdad y la libertad selectiva de corporativos protegidos como Tesla y oligarcas influyentes como Elon Musk. La debacle de Biden, el repudio al comodín comunista-wokista, la expansión de retadores como China, el reflujo antiglobalización, la privatización de los medios de comunicación y algoritmos potenciadores de confrontación crearon un caldo de cultivo propicio al avance ideológico y electoral del trumpismo radicalizado con planes expansionistas. Ahora, el centro neurálgico del G7 tiene vía libre para potenciar un eje ultraderechista voraz.

En Canadá, la dimisión de Justin Trudeau acerca a los conservadores a una barrida electoral. Su líder, Pierre Poilievre, es cercano a Trump en posiciones como la normalización de las criptomonedas, el adelgazamiento deficitario mediante austeridad, los recortes tributarios y la reducción migratoria. Como matiz, sus posiciones a favor del aborto, del matrimonio entre personas del mismo sexo y del uso de tecnología verde lo encasillan en la tradición libertaria y no conservadora tradicional. Con todo, Norteamérica pasará de una alianza de liberales moderados (Biden y Trudeau) a una de ultraderechistas.

En el Reino Unido, la derrota de los conservadores es engañosa a segunda vista. Aunque los laboristas obtuvieron una mayoría arrolladora, la obtención de sólo 34 por ciento del voto aconsejaba cautela. Reform, heredero del Brexit y replicante de eslóganes como Make Britain Great Again, arrebató 14 por ciento y crece hasta casi provocar un empate de tres en las últimas encuestas. Un laborismo descafeinado que respalda a Israel, rechaza la migración y muestra excesiva moderación ante la crisis de poder adquisitivo es blanco continuo de críticas en cada escándalo provocado por extremistas. En días recientes, Elon Musk entró a la arena con acusaciones de encubrimiento gubernamental de pederastia y una incendiaria defensa de Tommy Robinson, activista ultra condenado por cargos de violencia y fraude.

En Alemania, las disputas entre verdes, liberales (amarillos) y socialdemócratas (rojos) llevó a la coalición semáforo a la desintegración y al adelanto electoral. Al igual que con Canadá y el Reino Unido, una economía sin crecimiento desde la prepandemia creó un ambiente propicio al cambio. Y de nuevo, el chivo expiatorio de la migración infló la intención de voto de los radicales, con el partido filonazi Alternativa por Alemania (AfD) promediando uno de cada cinco electores en mano. Elon Musk, con interés directo en la forma de una megafactoría de Tesla en Berlín, se consagró como padrino mediático de los extremistas hasta provocar acusaciones de injerencia extranjera.

En Italia, la Primera Ministra Giorgia Meloni es otra cabeza que descuella en la hidra. Líder de Hermanos de Italia, partido nacido de los rescoldos del posfascismo, promueve activamente la articulación de las derechas. En los primeros días de enero, viajó a Florida a un encuentro con Trump y firmó un acuerdo militar de proveeduría con Elon Musk, cuya figura acecha de nuevo.

En Francia, el Presidente Emanuel Macron intenta mantener un pie sobre la coladera, pero a ratos parece ser acicate de pactos legitimadores. Para sorpresa de casi todos, Marine Le Pen fue votada segunda detrás de un inesperado bloque de izquierdas que contuvo al ascenso ultra y mandó al partido en el gobierno al tercer lugar.  Sin embargo, Macron optó por gobernar con la venia lepenista. Políticas como los recortes de impuestos a los ricos y el rechazo a la migración árabe validan la oferta extremista y dejan en completa incertidumbre el porvenir.

En Japón, el conservadurismo nacionalista al mando y el magnicidio de Shinzo Abe alertan sobre el espíritu de la época. Lejos de ser excepción asiática, en el vecino Corea del Sur la derecha radical antiwoke y antimigrante —común denominador en esta oleada ultra— respaldó el autogolpe de su líder y Presidente Yoon Suk-yeol en una afrenta antidemocrática que gatilló una crisis constitucional.

La última vez que el G7 —nombrado así hasta los setenta— estuvo tan cargado a la derecha fue cuando Alemania e Italia unieron fuerzas en la Segunda Guerra Mundial, escoltados por un Japón imperialista. En aquel entonces, la alianza entre Estados Unidos y el Reino Unido logró liberar a Francia para junto a la Unión Soviética vencer la embestida fascista.

Tal confluencia de factores coyunturales catastróficos luce hoy improbable. En Alemania, los conservadores de la Unión (CDU/CSU) acarician una victoria en las generales de febrero con AfD aislado del Gobierno por el hipotético cordón sanitario contra la extrema derecha. En el Reino Unido faltan cuatro años, en principio, para que Reform convierta intenciones en votos. Entretanto, un ventilador mecánico asiste la respiración del progresismo al interior del G7.

La antesala de la Segunda Guerra Mundial alerta que la parálisis parlamentaria y la caída de gobiernos pueden patear el tablero político. Con Trump y Musk, la reactivación de la OTAN, el militarismo israelí, el surgimiento de potencias emergentes y la efervescencia de las redes sociales, el G7 podría radicalizarse aún más hasta tejer lo que Macrón llama “la nueva internacional reaccionaria”, con mandatarios como Milei (Argentina) y Orbán (Hungría) o aleros como Abascal (España) empoderados en las periferias.

Pero las malas noticias son mitigables. Lo que hoy luce desequilibrado encuentra incipientes contrapesos en las afueras. China, India e Indonesia ya ocupan u ocuparán un sitio entre las siete economías más grandes del mundo y ganarán peso en años próximos. Está por verse si alianzas como la de los BRICS articulan capacidad institucional libre de amenazas latentes como los Bolsonaro — más ultraderechistas al caldo.

Entre los no alineados, México es notable excepción y juega de contención en América Latina. Un factor explicativo es el triunfo de la izquierda como alternativa política hasta ahora exitosa. Otro es el rechazo que levanta Trump en México por sus amenazas y diatribas. Para muestra, el último Latinobarómetro (2024) en 17 países de la región revela que los mexicanos otorgaron un 2.4 de calificación a Trump en escala del 0 al 10 para ser quienes peor lo evalúan. Ambas particularidades repelen de momento brotes ultra.

Gráfica con los datos de la satisfacción con la democracia en México y América Latina.
Una gráfica sobre la satisfacción con la democracia en México y América Latina. Foto: Especial
Gráfica con los datos sobre la valoración de Donald Trump en Latinoamérica.
Una gráfica sobre la valoración de Donald Trump en Latinoamérica. Foto: Especial

Pero viven y colean personajes funcionales al sentimiento de era. Lilly Téllez gana vitrina desde la institucionalidad del Senado con posturas incendiarias. Eduardo Verástegui presume amistad y cercanía a Trump para tejer alianzas con otros ultraderechistas como Salinas Pliego, un Berlusconi latinoamericano. México Republicano, una especie de franquicia MAGA, busca registro partidista con ayuda de los republicanos estadounidenses y de alas radicales del panismo. Para muchos, este espectro desmerece atención. Para el resto, enciende alarmas.

Mientras ese embrión doméstico abreve del cambio de época favorable a un bloque ultraderechista en las viejas potencias, las izquierdas y fuerzas progresistas en general harían mal en bajar la guardia. La Historia aconseja jamás subestimar al facho.

Mario Campa
Mario A. Campa Molina (@mario_campa) es licenciado en Economía y tiene estudios completos en Ciencia Política (2006-2010). Es maestro (MPA) en Política Económica y Finanzas Internacionales (2013-2015) por la Universidad de Columbia. Fue analista económico-financiero y profesor universitario del ITESM. Es planeador estratégico y asesor de política pública. Radica en Sonora.

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