Fabrizio Mejía Madrid
08/01/2025 - 12:05 am
El CEU
"Esta videocolumna tiene como propósito narrar qué fue el CEU y la huelga estudiantil contra el neoliberalismo entre 1986 y 1987, pero sobre todo ver qué pasó, no sólo con el bando triufador ---los estudiantes--- sino con el perdedor".
Antes de que existiera el neocardenismo de Cuauhtémoc Cárdenas, antes de su triunfo en 1988 y el fraude de Salinas de Gortari, antes del obradorismo y de la 4T, existió un movimiento de estudiantes de la UNAM. Fue el primer dique al neoliberalismo y se nombró Consejo Estudiantil Universitario, El CEU. A él se ha referido la Presidenta Sheinbaum en varias ocasiones y también lo hizo López Obrador. El 3 de enero, en La Mañanera del Pueblo, la Presidenta hizo una breve historia de su relación con el jefe de asesores, Jesús Ramírez Cuevas y con el subsecretario de Hacienda, Edgar Amador. Dijo: “Jesús era muy joven en el CCH Naucalpan y Edgar era de la Facultad de Economía. Los tres nos conocimos en aquel movimiento estudiantil, del Consejo Estudiantil Universitario”. Esta videocolumna tiene como propósito narrar qué fue el CEU y la huelga estudiantil contra el neoliberalismo entre 1986 y 1987, pero sobre todo ver qué pasó, no sólo con el bando triufador ---los estudiantes--- sino con el perdedor, el de las autoridades de la administración del rector Jorge Carpizo. En ese movimiento y las reacciones de la derecha se fundó, de muchas y contradictorias maneras, lo que hoy vivimos. El bando que triunfó y que llenó el Zócalo en dos ocasiones se fue, en su mayoría, a construir el partido de la izquierda electoral, el PRD y, tras la traición de los Chuchos, Morena. El otro, el de la burocracia dorada de la UNAM, se desbarrancó en el desastre final del sexenio de Carlos Salinas de Gortari.
Empecemos por el relato de lo que sucedió hace ya casi 40 años. 38 para ser precisos. El país de Miguel de la Madrid era uno que había sido destruido. Se habían hecho quebrar a propósito las industrias del Estado mexicano para poder venderlas. Los sindicatos obreros, como el de teléfonos, la industria del acero o los propios petroleros se resignaron a un sindicalismo que ya no luchaba por mejoras laborales sino por mantener los empleos. Así, aceptaron todas las reducciones de salarios por debajo de la inflación y se sentían agradecidos de que no les cerraran las empresas o se las vendieran a los empresarios favoritos del PRI. A eso, de la Madrid le llamó la “reconversión industrial” y empobreció al país a niveles no vistos en tres generaciones. Fue la primera vez en la historia del México posrevolucionario que los papás sabían que a los hijos les iba a ir peor que a ellos. Es en ese contexto que el rector Jorge Carpizo, un funcionario universitario que había pasado por muchos puestos dentro de la UNAM, emite un documento llamado Fortaleza y debilidad de la UNAM donde se delineaba el proyecto neoliberal para las universidades públicas: como a las empresas del Estado, a la Universidad Nacional se la tachaba de ineficiente por su bajo nivel de titulación y la permanencia durante más años de los estipulados dentro de la matrícula estudiantil o la deserción de sus alumnos; a los profesores se les tachaba de faltistas y no hacer investigación; y al sindicato de trabajadores de aumentar sus plazas sin ton ni son. Los estudiantes eran unos holgazanes y unos irresponsables. Los profesores, unos simuladores y “abúlicos”. El sindicato, pura corrupción. Carpizo jamás mencionó que 15% de los que cursaban preparatoria o CCH trabajaban y que 35% de los de licenciatura estudiaban y trabajaban al mismo tiempo. Tampoco mencionó que no contaban con el dinero para comprar libros y, a veces, ni siquiera sacar fotocopias, porque el 76% de las familias de los estudiantes ganaba menos de 2 salarios mínimos. De cada millón que egresaban de la UNAM sólo 100 mil encontraban un trabajo formal. Ante la sucesión de gabinetes, desde de la Mdrid hasta Peña Nieto, en los que secretarios y subsecretarios vienen del ITAM, la Anáhuac, y el Tec de Monterrey, ahora los anuncios de chambas en el periódico agregan un requisito: “No de la UNAM”. Los que habían dejado de creer en la UNAM eran los empresarios y los funcionarios neoliberales.
Eran las consecuencias del empobrecimiento de los trabajadores durante la destrucción emprendida por Miguel de la Madrid. Pero Carpizo, que había estudiado la prepa en La Salle, le asignaba la culpa a las actitudes individuales y su documento era una versión del “echeleganismo” que comenzaba su larga moda. La mayoría de los medios apoyaron sin mayor argumento al rector Carpizo. Sólo los moneros de La Jornada y algunos de sus columnistas estuvieron en contra. En los institutos de investigación y las revistas Nexos y Vuelta, se inventaron a un rector que era “valiente” por señalar que la UNAM debería de privilegiar al interior a los que ya de por sí estaban favorecidos. A eso le llamó “excelencia académica” que era favorecer a los ya favorecidos. Carpizo organizó una consulta “epistolar” a cuyo buzón llegaron mil 700 ponencias, la mayoría llenas de elogios. Así que, aprovechando las vacaciones de los estudiantes, llamó a un Consejo Universitario “por obvia resolución” el 11 y 12 de septiembre de 1986. De los consejeros universitarios, sólo 17 votaron en contra de la restricción del pase automático para quien no lograra cursar el bachillerato en 3 años y con 8 de promedio, el aumento de cuotas en los servicios escolares, examenes globales sin importar la escuela o facultad, desaparición de una segunda vuelta en los exámenes y restricción al número de extraordinarios que se podían presentar. Sólo quien no trabajaba para aportarle a su familia, tenía dinero para libros, tiempo y espacio propios para estudiar, no vivía a cuatro horas de transporte público. Eso sólo lo podía lograr ---la tan anhelada “excelencia académica---, la clase media alta. El 15 de octubre, Miguel de la Madrid dice en la reunión de la ANUIES: “El gobierno federal se solidariza entusiastamente con los proyectos de renovación que tienen que redundar en la elevación de los niveles de calidad educativa de las instituciones de educación superior". Y su secretario de Educación, González Avelar, simplemente cuenta los centavos y declara: “Las ineficiencias no se pueden tolerar en aras de evitar problemas mayores, generalmente supuestos. Ningún desperdicio de recursos es ahora concebible”. Así, la inversión en educación media y universitaria se consideró un desperdicio y, sin más, se le tacha a la reacción estduidiantil, de algo “supuesto”, es decir, de algo hipotético.
Pues no fue hipotético. El 27 de octubre diez mil estudiantes se concentran en la explanada de la Rectoría y llaman a conformar el Consejo Estudiantil Universitario con dos delegados por cada escuela. Cuatro días después, en el auditorio Ho Chi Minh de Economía 26 facultades y escuelas conforman la representación del movimiento y exigen la derogación de los acuerdos del Consejo Universitario de la “obvia resolución”. Aprueban un paro general para el 13 de noviembre. Un mes después, el 11 de diciembre, ya son 100 mil estudiantes los que marchan por la ciudad hacia la Rectoría de la UNAM. Proponen un diálogo público transmitido por Radio UNAM entre estudiantes y autoridades en el auditorio Ché Guevara de Filosofía y Letras. Esto se da a partir del 6 de enero de 1987. Un millón de radioescuchas tiene este diálogo público donde lo insólito es que estudiantes de bachillerato le ganan las discusiones a unos burócratas que exhiben su ignorancia, incluso de datos que contienen los libros de texto gratuito de las primarias. Cuando se les exige definir su proyecto de Universidad, los funcionarios responden que “no tienen un todo acabado”. Cuando se les emplaza a aceptar que su objetivo era terminar con la Universidad “de masas”, ellos dicen que no saben el tamaño de esa Universidad pero que están buscando que fuera de “los mejor calificados”. Como escribió Carlos Monsiváis sobre este momento: “El éxito del CEU es que rechaza el respeto prefabricado a quienes nos antecedieron en el uso del currículum. En las transmisiones en Radio UNAM los entrenados en el no-decir, se ven frágiles frente a la expresión contundente de los estudiantes”.
Desesperados, el día 12 de enero, cuando callaron ante la propuesta de pedir un aumento conjunto del presupuesto para la UNAM del 100% y realizar un Congreso Universitario que decidiera una verdadera reforma, decidieron romper el diálogo lanzando una “Goya” con traje, corbata, y los pelos erizados. Por ahí anda todavía esa fotografía. Lo que priva durante los diálofgos públicos es la dignidad de los representantes del CEU ante la ridiculez de los funcionarios de rectoría: José Narro, Mario Ruiz Massieu, José Sarukhán, Raúl Carrancá, José Dávalos, Fernando Curiel, entre otros, que emprenden argumentaciones que acaban siendo desmontadas por sus contrapartes estudiantiles: Antonio Santos, Carlos Imaz, Imanol Ordorika, La Pita Carrasco, Óscar Moreno, Andrea González, Leyla Méndez y Luis Alberto Alvarado. A una apabullante propaganda pagada por Carpizo en los medios, las autoridades le suman la conformación de un grupo porril que se oponga al CEU. Le llaman “Voz Universitaria” y acarrean a un mitin en el techo del Museo Universitario de Ciencias y Artes ---Miguel Ángel Granados Chapa, en La Jornada, exhibe las amenazas a los profesores que no asistan--- donde la derecha vuelve a hacer el ridículo. El doctor en Derecho, Ignacio Burgoa Orihuela asegura sin miedo a la locura: "Son antiuniversitarios y traidores quienes llaman a un paro, y ello entraña un delito de lesa humanidad". Es el mismo desajuste que veríamos entre el discurso casi estúpido de Vega Memije, de la Procuraduría de Vicente Fox cuando acusó a López Obrador en la Cámara de Manlio Fabio Beltrones. El Desafuero. Es el mismo desfase que vimos durante estos seis años ---y contando--- de las noticias falsas, los montajes, y las teorías conspirativas instantáneas y desechables de la derecha en Las Mañaneras. Siempre hacen el ridículo ante un pueblo digno, con argumentos, y pacífico: esa misma tarde, la del 21 de enero, el CEU llenó el Zócalo con 300 mil asistentes, entre estudiantes, profesores, los padres de familia. Y así, con su prepotencia y sin dar crédito a que los estudiantes les habían ganado cada punto del debate público, las propias autoridades orillaron al CEU a estallar la huelga en la UNAM, el miércoles 29 de enero de 1987. Era la primera desde 1968. La inversión de las cifras ---el 1986--- le dio un carácter cíclico a la rebelión. Eran sus hijos, literalmente. Ahí está Claudia Sheinbaum como botón de muestra. Del otro lado, el grupo porril llamado Voz Universitaria tiene entre sus integrantes a Alfonso Navarrete Prida, quien será, después procurador de Peña Nieto en la brutal represión en San Salvador Atenco, Jesús Silva Herzog Marquez, conocido comentarista anti-4T, Javier Villazón que acabó en el Instituto de Combate a las Drogas durante el sexenio de Salinas, o Ángela Quiroga, quien fue la encargada en la secretaría del Trabajo de Peña Nieto para la reforma laboral del Pacto por México.
La huelga de los estudiantes del CEU duró apenas 20 días. El Consejo Universitario aceptó derogar ---“suspender”, decían para generar ambigüedades en la base estudiantil más radical--- y realizar el Congreso Universitario Resolutivo, electo por voto universal directo y secreto, y cuyas conclusiones serían asumidas por el Consejo Universitario. Triunfaron los estudiantes, contra los medios, las autoridades, los intelectuales, y hasta los porros que amenazaban, instigados por un discurso del rector Carpizo, con retomar las instalaciones por la fuerza. Una semana después de levantada la huelga, el gabinete del rector Carpizo renuncia en masa y él dirigió un mensaje por televisión en donde se sorprendió de lo que le había ocurrido. Dice: “De un problema estrictamente académico pasamos a uno de carácter social”. Siempre fue un problema social, salvo para él y sus autoridades que querían reducirlo a un asunto de número de egresados y calificaciones de 8. Jamás reconoció que la UNAM era parte de la sociedad mexicana y que expresaba sus desigualdades. Jamás reconoció que la Universidad es una experiencia de vida, no sólo de pasar exámenes.
Casi todos los dirigentes de las 30 escuelas que fueron a la huelga en 1987 alimentaron el movimiento cardenista y la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988. Estuvieron en las protestas contra el fraude de Carlos Salinas. Digo “casi”, porque hubo algunos, especialmente de la Facultad de Economía, que cambiaron el plan de estudios de esa carrera para hacerlo más neoliberal, es decir, econométrico. Luego, fueron recompensados con puestos en el IFE de Woldenberg y en el Instituto de la Transparencia. Se ligaron, más tarde, presupuestalmente con el gobierno corrupto de Miguel Ángel Mancera en la Ciudad de México. Omito sus nombres porque no les dirían a ustedes nada; son irrelevantes en sus desempeños pero, eso sí, millonarios del erario público. Otros, los más radicales dentro del CEU, fueron los que hicieron la huelga estudiantil de 207 días entre 1999 y 2000. La del CGH. Los del CEU histórico estaban construyendo la alternativa electoral de la izquierda, con López Obrador siempre al frente. Así, Jesús Ramírez Cuevas, quien fuera vocero de Andrés Manuel, y Edgar Amador, hoy subscretario de Hacienda, son reconocidos por Claudia Sheinbaum como compañeros en una lucha de casi cuarenta años contra el neoliberalismo y por las democratizaciones. A esa lista se le pueden añadir 300 mil más, que participaron, como el vocero del plan de contención de la pandemia de COVID, Hugo López Gatell, o Martí y Lenia Batres, hoy director del ISSSTE y ministra de la Suprema Corte, respectivamente.
Del lado perdedor de ese momento, de la Rectoría, la historia se convirtió en robos y asesinatos. Mario Ruiz Massieu, quien había sido jefe de los porros desde la secretaría general de la UNAM, acabó acusado de recibir sobornos de narcotraficantes por el Departamento del Tesoro de los EU. 13 millones de dólares, de esa época, cuando el salinismo. El 28 de septiembre de 1994 su hermano, José Francisco, presidente del PRI, y cuñado del Presidente Salinas, fue ejecutado dentro de un coche a escasos metros del Monumento a la Revolución. Salinas nombró al hermano, a Mario, jefe de las investigaciones, mientras el ex rector Carpizo se desempeñaba como Secretario de Gobernación. Y cuando llegó Zedillo, resultado del asesinato del candidato Colosio, acabó metiendo a la cárcel a Raúl Salinas, hermano del ex presidente. Mario Ruiz Massie huyó del país ---diciendo célebremente “los demonios andan sueltos y han triunfado”--- y fue detenido por lavado de dinero en EU. En 1999 se suicidó con somníferos.
Carpizo pasó por ser ministro de la Suprema Corte, e igual que Diego Valadés, fueron usados como tapaderas de la tenebra detrás de los asesinatos de Colisio y Ruiz Massieu a cambio de recibir pensiones de 250 mil pesos mensuales. El ex rector fue también procurador y secretario de Gobernación con Salinas de Gortari, a donde se llevó a casi todo su personal de la Torre de Rectoría. Por ejemplo, el negociador en la Comisión del Consejo Universitario para el Congreso, Jorge Madrazo Cuéllar, fue Procurador de Zedillo cuando la matanza de Acteal en Chiapas, el 22 de diciembre de 1997. Fue acusado de fabricarle delitos a los inculpados. Acabó exiliado en Seattle. Y de Narro no di´re nada. Fue un priista toda su vida. Fue el que inventó el término “ninis” para denosytar a los que “no estudian ni trabajan”, es decir, a los jóevens pobres de este país.
Ahora Claudia Sheinbaum, que fuera representante de la Facultad de Ciencias ante el CEU, es la primera Presidenta de México. Al final, el CEU inaugura una cultura de la defensa de los derechos pero también una cultura de la victoria pacífica. Respaldada por la base estudiantil, la epopeya del CEU puede ser resumida en su manifiesto inicial, del 13 de noviembre, llamado “Del renacimiento de la Universidad”: “No somos un movimiento destructivo y caótico. Somos el nuevo orden que brota desde abajo en todo el país. La Universidad no es la excepción”.
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