Jorge Alberto Gudiño Hernández
05/01/2025 - 12:01 am
¿Discutir con la necedad?
La pregunta clave es, entonces, ¿qué tanta responsabilidad tiene una persona de refutar a quien dice una necedad? (Eso, sobra decirlo, al margen de que no sea uno el necio, el ignorante, el de los argumentos absurdos).
Cada tanto me aparece en alguna red social un consejo. Lo parafraseo. Cuando alguien llegue con un argumento absurdo, no vale la pena discutirlo racionalmente, es mejor idea responder con algo aún más absurdo. Así, el ejemplo que más se repite en estas publicaciones es el siguiente diálogo:
—El hombre nunca llegó a la Luna.
—¿En serio crees en la Luna?
Confieso que la primera vez que lo leí me causó un poco de gracia. La segunda o la tercera me hizo pensar en ejemplos todavía más absurdos que me entretuvieron un rato y me pusieron de buenas. Después, ya apartado de ese automatismo en que nos imbuyen las redes sociales, me puse a pensar un poco. Más allá de que este tipo de respuesta parece ser efectiva y contundente para no tener que entrar en ese tipo de discusiones, me incomodó un poco el asunto de “ese tipo de discusiones”.
Intento ser claro. Si, de pronto, estoy metido en una plática con conocidos, de esas que se dan en reuniones sociales y alguien sale con una afirmación como la del ejemplo, como el terraplanismo o los antivacunas, es probable que ni siquiera conteste de la forma propuesta, sino que, simple y sencillamente, me aleje de ahí. A veces, uno no tiene ánimo para discutir en la línea del absurdo. Sobre todo, a sabiendas de lo poco probable que resultaría modificar las opiniones de alguien que está tan convencido de esas verdades.
Pero hay algo mal en mi actitud, lo reconozco. Porque una afirmación de ese tipo (olvidemos la Luna y vayamos a cosas más relevantes como las vacunas, ciertas formas de discriminación u opiniones en torno a genocidios) suele generar eco. No es que me convenzan a mí o a muchos otros, pero quizá sí a alguno. Y eso se vuelve a replicar una y otra vez. Baste con pensar en el enorme eco que tienen los terraplanistas.
La pregunta clave es, entonces, ¿qué tanta responsabilidad tiene una persona de refutar a quien dice una necedad? (Eso, sobra decirlo, al margen de que no sea uno el necio, el ignorante, el de los argumentos absurdos).
Supongo que la respuesta tiene que ver con los grados de influencia de la persona. Tengo la responsabilidad de refutar esas afirmaciones con mis mejores argumentos cuando se trata de explicarlo a mis hijos, por ejemplo, o a mi círculo más cercano. También cuando se trata de mis alumnos. Las discusiones en clase son de los mejores métodos de enseñanza. En los siguientes niveles es más difícil. Hacerse sitio a codazos en medio de una reunión gregaria para refutar las afirmaciones de quien asegura que hay diferentes niveles de seres humanos no es sencillo. Mucho menos, hacerlo en la cola del súper al escuchar a un sujeto asegurándole al otro que la COVID no existe y nadie murió de ello. Uno no quiere acabar golpeado por meterse en conversaciones ajenas.
Quizá el parámetro para discutir sea justo ése: pertenecer a la plática. Si la afirmación absurda fue hecha para nosotros, entonces es conveniente refutarla o, al menos, intentarlo. Esto para evitar la amplificación por medio de cámaras de eco.
Y vale la pena no sólo porque es una forma de combatir cierta clase de ignorancia, sino porque, de hecho, esta necedad se puede volver muy peligrosa. Baste pensar en todos los que murieron convencidos de que vacunarse era peor que no hacerlo.
Queda, pues, armarse de paciencia, buscar los mejores argumentos y entrar en una discusión necia, por decir lo menos. ¿Quién sabe? En una de ésas, uno termina aprendiendo algo.
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