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Héctor Alejandro Quintanar

03/01/2025 - 12:05 am

2025: una mirada a las raíces de la transformación

"Hoy que Claudia Sheinbaum gobierna, es muy constructivo y enriquecedor observar las raíces del movimiento al que pertenece, y observar que ella, como activista y como parte de un gobierno, ya ha actuado para enfrentar mentiras y chicanas antidemocráticas".

En los próximos meses de este año 2025 se cumplirá un cuarto de siglo de que tomaron posesión López Obrador y Claudia Sheinbaum como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México y Secretaria de Medio ambiente capitalina respectivamente, en un proceso histórico precedido de hechos de suma importancia que vale la pena recordar.

Hace justamente 25 años, el escenario político era muy distinto. López Obrador acababa de culminar su período como dirigente nacional del PRD, partido al que llevó a sus mejores números de la historia, al lograr ser Segunda fuerza en el congreso en 1997 y obtener sus primeras gubernaturas.

El tabasqueño saltó así de ser un referente regional de las fuerzas progresistas a un líder nacional, que había contribuido a que la izquierda partidista ganara la capital de un país para desde ahí mostrar dotes de gobierno local y ampliar posibilidades de saltar al gobierno nacional, cosa que ocurriría en latitudes como São Paulo en Brasil o Montevideo en Uruguay.

En 2000, cuando el primer gobernante de la capital emanado de las izquierdas, el histórico Cuauhtémoc Cárdenas, se tornó en candidato presidencial, López Obrador fue el aspirante natural a sucederlo, en una coyuntura compleja, donde pese a los éxitos del ingeniero y al prestigio electoral del tabasqueño, había un contexto marcado por la marea foxista y la necesidad de alternancia.

López Obrador comenzó ahí a labrar no sólo su estilo de ser opositor sino también su estilo de gobernar. Hizo una campaña a ras de suelo, a contracorriente del discurso panista, y señaló la necesidad de profundizar cambios en la Ciudad de México y de sacar al país de la inercia neoliberal.

Pero si bien el discurso de un político en campaña es importante, lo es más su cauda de hechos y su entorno. Ahí, en ese proceso previo a tomar posesión, López Obrador hizo algo parecido a cuando fue dirigente nacional del PRD, donde armó una dirigencia ecléctica, incluyente, donde se rodeó de colaboradores de todas las corrientes políticas del PRD, incluidos los menos confiables: los chuchos de Nueva Izquierda.

López Obrador antes de convertirse en Jefe de Gobierno se dedicó a construir un proyecto profundo y de amplio impacto, que priorizara a los sectores históricamente marginados y recuperara la centralidad de lo público. Y en su equipo de gobierno de nuevo apostó no sólo a la pluralidad (al invitar a personajes que venían de partidos como el PCD, Marcelo Ebrard, o al maestro Bernardo Bátiz, del histórico foro democrático del PAN en 1991), sino que buscó a figuras del mundo de la academia para tener en su gobierno a técnicos humanistas ajenos a las meras dirigencias partidistas. Así, en ese entorno gobernante llegaron figuras como Carlos Urzúa, del Colegio de México, y Claudia Sheinbaum, científica de la UNAM, quien se haría cargo, por invitación directa de López Obrador en un encuentro semi público, de la Secretaría de Medio Ambiente.

El resto es historia conocida: Claudia Sheinbaum fue una funcionaria eficaz en ese gabinete diverso donde aparecían también históricas figuras de la academia y la intelectualidad mexicanas, como el maestro Enrique Semo Calev en la secretaría de Cultura, o Raquel Sosa y Asa Laurel, en las secretarías de Desarrollo Social y Salud, colaboradoras que, asimismo, formaron parte del primer gabinete paritario en términos de género en la historia de la Ciudad de México.

Además de sumarse a la eficacia administrativa, Claudia Sheinbaum comenzó a labrar su propia historia y liderazgo político, al reactivar su vida activista al defender a su gobierno legítimo de los embates antidemocráticos de Vicente Fox, en una recapitulación de su papel de activista social que en el CEU de la UNAM le había dado preeminencia.

En esta historia, vale la pena recordar que fue en enero de 2000, hace 25 años, que se publicó una de las diatribas más jocosas en contra de López Obrador y que ha mantenido vigencia en ciertos círculos obtusos desde entonces, y ello fue cuando la analista Ikram Antaki, en el periódico El Universal, acusó que el tabasqueño representaba un peligro embozado para la democracia y era, sin más, un protofascista y un golpista.

El argumento de Antaki era curioso. Con tanta información existente sobre los rasgos esenciales del fascismo, uno esperaría que al acusar a alguien de esa militancia, se encontraran cabales causas. Uno hubiera esperado que Antaki denunciara que López Obrador estaba formando grupúsculos de choque, al estilo camisas pardas, para atacar físicamente grupos minoritarios. Uno hubiera esperado que Antaki comprobara que López Obrador había construido un enemigo imaginario con base en un grupo vulnerable por su origen de clase o color de piel. Uno esperaría que Antaki documentara que López Obrador se había propuesto explícitamente acabar con la competencia democrática y, abiertamente, pugnara por un sistema totalitario sin margen alguno a la oposición, fincado en la violencia bélica y en aras de expandirse.

Pero no. El argumento de Antaki era una frivolidad: para ella López Obrador era fascista y golpista por presuntamente no cumplir un requisito terciario de residencia para ser candidato y por su proclividad a hacer referéndums. Así, la autora no sólo banalizó un concepto serio como es el de fascismo sino que terminó exhibiéndose. En su diatriba contra López Obrador, se refirió a él como un “provinciano ignorante”, insulto grotesco que conlleva, sin duda, un elitismo y un esencialismo absurdos que, oh sorpresa, se asemejan muchísimo a las posturas fascistas, inclinadas a pensar en la superioridad esencial de aquellos que no son provincianos.

Poco después la historia hizo lo suyo. López Obrador gobernó respetando los parámetros de la pluralidad, la oposición y la democracia y en ese contexto hizo un trabajo decoroso que contrastó con el gobierno federal foxista, donde afloró la corrupción, se mantuvo la inercia anti popular y, oh sorpresa, usó a la PGR para tratar de encarcelar a un inocente para evitar que se convirtiera en candidata presidencial, en un gesto autoritario que no sólo desveló su venalidad, sino que descarriló, ése sí, el proceso democratizador mexicano.

Hoy que Claudia Sheinbaum gobierna, es muy constructivo y enriquecedor observar las raíces del movimiento al que pertenece, y observar que ella, como activista y como parte de un gobierno, ya ha actuado para enfrentar mentiras y chicanas antidemocráticas.

Hoy que estas prácticas siguen vigentes en la oposición o el entorno internacional (incluso con amenazas a la soberanía), vale observar que el aprendizaje de años es mucho y que hoy el contexto es otro: Sheinbaum no sólo es presidenta, sino que encabeza también el liderazgo de facto de un movimiento que ha labrado desde hace lustros un combate frontal contra la calumnia y, a partir de 2008, a favor de la soberanía.

Hoy, ante la pirotecnia verbal del eventual gobierno de Trump en el norte, y de sus esbirros de facto en México, vale la pena recordarlo.

Héctor Alejandro Quintanar
Héctor Alejandro Quintanar es académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, doctorante y profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Hradec Králové en la República Checa, autor del libro Las Raíces del Movimiento Regeneración Naciona

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