Héctor Alejandro Quintanar
20/12/2024 - 12:05 am
Roberto Gil, Marisela Morales y Luis Lavalle: herencia calderonista
"Aunque no hubiera incurrido en actos de corrupción, la sola trayectoria calderonista de Lavalle lo acredita como un personaje contrario a la soberanía nacional, que es el sentido rector de los principios de Morena".
En días recientes se dio a conocer una lista parcial de personas que podrían competir para diversos cargos en el Poder Judicial, regido ya con las nuevas reglas provenientes de la Reforma de este año, donde destaca el hecho que tendrán que someterse a votación popular.
En ese sentido, destacan dos nombres que pretenden alcanzar el cargo de Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y que son Roberto Gil Zuarth y Marisela Morales Ibáñez, personajes en cuyas biografías existe una coincidencia mayor: se trata de ex altos funcionarios del calderonismo.
Roberto Gil, panista chiapaneco, sólo ha resaltado en su carrera política por haber sido funcionario de la secretaría de Gobernación de Felipe Calderón y, en 2011, su secretario particular, poco antes de fungir como coordinador de campaña presidencial de Josefina Vázquez Mota en 2012, en una contienda donde el presidente espurio se decantó por apoyar al priista Peña Nieto, mientras funcionarios de García Luna espiaban al equipo de campaña de la panista.
Gil fue cercano colaborador de un presidente políticamente olvidable pero de taras imborrables, donde destaca el hecho de haber sido un gobierno que puso al Estado como plataforma de servicio de un cártel y que tornó al país en fosa común y al debate público en fosa séptica. El propio Gil tuvo una destacada actuación en ese sentido, cuando en la primavera de 2012 su partido, el PAN, emitió un espot abiertamente calumnioso donde editaron un discurso de López Obrador en Tlatelolco, y cortaron su enunciado, para que pareciera que el entonces perredista llamaba a un alzamiento armado, cuando en su alocución precisamente había dicho lo contrario. Gil apareció en un programa de debate para justificar esa canallada calumniosa panista, al señalar, como si él fuera un lector de mentes, que AMLO en realidad quiso decir lo que no dijo y que por lo tanto el espot panista no mentía.
A ese currículum turbio se suma el hecho de que Gil Zuarth fue condenado en Barcelona, hace doce años, por haber golpeado a policías, en una noche de bacanales donde el ex panista, como miembro de una camada de Júniors prepotentes, fue a España a hacer alarde de los modos indignos de conducta del mirreynato mexicano. Así, Gil representa una estampa de la vileza que es el calderonismo.
En el mismo tenor va la señora Marisela Morales, ex Procuradora General de la República de Calderón en 2011, luego de sustituir al grisáceo Arturo Chávez, sitial donde la funcionaria pasó con más pena que gloria, en un momento donde recrudecía la violencia y sangre de la farsa de la “guerra contra el narco” y la impunidad campeaba en el país.
Morales tenía tras de sí un currículum nada loable. Antes de eso, había sido una grisácea funcionaria en la subprocuraduría de Delitos Federales de la PGR en tiempos de Vicent Fox, donde el subprocurador era un burócrata autoritario llamado Carlos Vega Memije, politicastro guerrerense que pasó a la historia por dos cuestiones:
La primera fue aparecer en pantalla aplaudiendo un discurso de José López Portillo donde lamentó hasta las lágrimas haberle fallado a los más pobres del país, en un informe de gobierno, a la par que hacía aspavientos con las manos. Mientras el histriónico López Portillo derramaba llanto de cocodrilo en una escena grotesca, empeoraba la imagen el funcionario Vega Memije, que aplaudía conmovido el lloriqueo de su jefe.
La segunda cuestión es aún más notable, pues Vega Memije fue el fiscal encargado de llevar la causa del desafuero de López Obrador en la coyuntura iniciada en 2004, cargo al cual tuvo que renunciar cuando el 27 de abril de 2005, Vicente Fox aceptó públicamente que esa acusación era una farsa autoritaria que pretendía no un acto de legalidad sino encarcelar a un inocente para impedirle ser candidato presidencial.
Días antes, Vega Memije fue el encargado de dar el discurso de la PGR el día del desafuero. El 7 de abril de 2005, el subprocurador foxista que antes había sido priista, fue a arengar a favor de la prepotencia de su patrón, acusando sin bases que el jefe de gobierno debía ser desaforado. A su lado, como una escribana de los deseos vulgares de Fox, apareció Marisela Morales, quien junto con Vega y Macedo de la Concha llevaron la causa tramposa del primer gobierno del PAN. Más tarde, Vega Memije desapareció de escena, pero su subalterna escaló en la burocracia de la PGR en el siguiente sexenio sangriento. Así, Marisela Morales representa la antidemocracia del calderonismo, no sólo por haber emergido de un fraude electoral, sino de haberlo cocinado desde sus raíces con el desafuero, que no era otra cosa que un golpe de estado preventivo.
Años después de estos sucesos, es necesario seguir diciéndolo hasta el cansancio: la vida pública mexicana necesita hacer un cerco sanitario contra todo el calderonismo y sus resabios, cuyo legado es el mar de sangre y dolor que significó la guerra contra el narcotráfico, y, en el mejor de los casos, una sistemática violación a las reglas mínimas de la democracia.
Por eso, es de resaltar aún más lo que sucede en Campeche, donde la gobernadora Layda Sansores, morenista fundadora de su partido, nombró recientemente al calderonista Luis Lavalle Maury como Secretario de Desarrollo Económico, personaje que es la representación nítida del calderonismo.
Vale hacer memoria y decir que si algo significan el obradorismo y Morena, partido donde milita la gobernadora Sansores, es precisamente la antítesis del calderonismo. El partido guinda nació en 2004 oponiéndose al desafuero (ese que perpetró Marisela Morales) y de ahí evolucionó a un movimiento nacional precisamente denunciando las peores canalladas de Felipe Calderón y su séquito, primero su fraude electoral en 2006, luego su añagaza de la guerra contra la delincuencia organizada y en 2008 su intento de privatización energética.
La identidad de Morena se construyó, así, con las proclamas en favor de la limpieza electoral. Con ellas el movimiento que antecede a Morena se dio una génesis, y, con la lucha contra la privatización energética, consolidó su madurez. Todo ello, en un marco de tiempo donde destacó siempre la serie de taras más horrible del calderonismo como su principal antagonista.
Y así como Marisela Morales representa el antidemocrático desafuero, Lavalle Maury representa la visión espuria del calderonismo, al ser un precursor de la privatización energética que, si bien no se logró en el sexenio panista en 2008, sí se logró en 2014 en el gobierno de Peña Nieto, hecho ante el cual, el 16 de agosto de 2014, con la reforma constitucional privatizadora y la traición a los principios soberanistas consumada, Lavalle escribió que “México entraba en una nueva etapa”, en una hueca vanagloria del despojo energético padecido.
Pero lo peor del caso vino después, cuando se hizo público que esa privatización energética no se dio por mera vacuidad ideológica del PAN sino a través de corrupción grotesca y sobornos, donde el señor Lavalle Maury fue un principal activo para corromper y destacó como una pieza clave del caso Odebretch en México, la trama criminal más notoria en Latinoamérica en los últimos lustros.
Aunque no hubiera incurrido en actos de corrupción, la sola trayectoria calderonista de Lavalle lo acredita como un personaje contrario a la soberanía nacional, que es el sentido rector de los principios de Morena. Nada tendría que hacer en un proyecto soberanista, menos aún en el sureste mexicano, donde la historia petrolera agrava aún más el error de la gobernadora Sansores.
Así, Lavalle no sólo representa el carácter vendepatrias del calderonismo, sino la venalidad corrupta y corruptora, aderezada de un cinismo patológico,fundado en el hecho de que el personaje de marras habrá de presentarse a sus oficinas de gobierno morenista ostentando en su muñeca el brazalete de preso.
El cerco sanitario al calderonismo es una exigencia ética que no sólo tendría que hacer el PAN y la derecha mexicana para sanearse un poco. También la vida pública y el debate mediático tendrían que hacer lo mismo para elevarse. Que hoy el PAN hubiera resucitado la muerta carrera de Lavalle habría sido un hecho imperdonable. Pero que lo haga una gobernadora Morenista, es ya un hecho surreal.
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