Jorge Alberto Gudiño Hernández
24/11/2024 - 12:01 am
Legislar sin ideología
"Lo peor, es que ya ni siquiera es un asunto de ideología: es pura conveniencia".
Recuerdo que iba manejando, aunque no el destino; que escuchaba un noticiero, aunque no sé cuál; que me interesaba el tema y lo sigue haciendo. Estaban hablando de las votaciones que se darían en Argentina para legalizar el aborto. No entraré en el tema porque hay posturas de los dos lados y no es el objetivo de este ejemplo. Lo que me interesó en ese momento, más allá de la discusión, fue escuchar a un legislador del parlamento argentino. Se confesaba conservador y hablaba con una profunda serenidad, sin arrebatos. Tras insistir en que siempre había votado en contra del aborto, debido a su ideología y creencias, aseguró que, entre los muchos testimonios y argumentos de los defensores de la legalización, había encontrado varios que lo habían convencido. Por esa razón, no sólo el sentido de su voto sería a favor de dicha ley, sino que, en ese mismo momento, había tomado la palabra para convencer a sus compañeros de facción no de que se sumaran a su causa, sino que ponderaran, racionalmente, los argumentos, más allá de los sesgos ideológicos y de sus propias convicciones.
Es claro que me sorprendí por tan claro manifiesto. El legislador no sólo confesaba que estaba en contra de esa reforma, sino que, pese a ello, la apoyaría dado que los argumentos eran sólidos y, más aún, intentaría convencer a todos los que estaban en una posición similar a la suya a abrirse a todo lo que se había dicho.
Supe que es justo así como debe ser el ejercicio de quienes legislan: escuchar, ponderar, consultar a expertos, desprenderse de las creencias propias, de sus ideologías, incluso de las cuotas partidistas y votar por lo que creen que es mejor para todos.
Algo que, desafortunadamente, no sucede en nuestro país (ni, quizá, en un gran número de parlamentos). Aquí se vota sin leer las propuestas de ley. Tan es así que las contradicciones saltan a la vista casi de inmediato. Se vota apresuradamente, pues se cree que el ejercicio legislativo tiene más que ver con la prisa que con la calidad de lo votado. Se vota porque así lo indican los líderes de las bancadas. ¿Acaso no es común que todos los representantes populares de un partido voten en el mismo sentido? Se vota, también, sin una verdadera conciencia de lo que es mejor para todos los gobernados. ¿Cómo podrían tener ese mínimo reparo, si ni siquiera se leyeron las propuestas de modificaciones?
Es claro que existen temas en los que es imposible ponerse de acuerdo. En nuestras propias casas no queda claro que es lo que conviene más a sus habitantes. Mucho menos, si lo llevamos a las colonias, a las asambleas vecinales, al chat de los chicos de la escuela. Entre más personas intervienen, más puntos de vista caben y más disensos existen. Cuando la voluntad es buena, esos disensos deberían ser el punto de partida para discusiones que aporten salidas que convengan a todos. Sin embargo, nuestro legislativo es como el padre autoritario, el matón de la colonia o quien se aprovecha de algún descuido: se impone la fuerza sobre la razón, la cantidad sobre la calidad y, al final del día, nos quedamos con esos rescoldos que no son otra cosa sino un grupo de líderes de partido convencidos de que les fue bien porque se chingaron a los otros, a nosotros.
Lo peor, es que ya ni siquiera es un asunto de ideología: es pura conveniencia.
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