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Sandra Lorenzano

17/11/2024 - 12:02 am

El silencio y el zurcido

"El silencio puede ser leído también como un silencio herido".

El 29 de agosto de 1952, ante un auditorio expectante, el pianista David Tudor estrenó una de las obras más controversiales del compositor y pensador estadounidense John Cage: 4’33’’ (“Cuatro treinta y tres”). Cuatro minutos y treinta y tres segundos de silencio. ¿Realmente era solo silencio lo que se “escuchaba”?

Según instrucciones expresas de Cage, Tudor bajaba y levantaba la tapa del teclado para marcar el comienzo y el final de cada uno de los movimientos que conforman la pieza, sin que el piano emitiera ningún otro sonido.

La expectación del público se volvió incomodidad y luego franco enojo. ¿Qué era eso que parecía no ser nada?

Tiempo antes, John Cage había entrado a la cámara anecoica –un espacio diseñado para absorber prácticamente todos los sonidos- de la Universidad de Harvard. Buscaba entonces el silencio absoluto y, sin embargo, escuchó dos sonidos, “uno alto y otro bajo”. “Según su propio testimonio, al describírselos al ingeniero técnico encargado de la cámara, éste le informó que el sonido alto correspondía a su sistema nervioso en funcionamiento, y el sonido bajo a la circulación de la sangre en sus venas.”[1]

Esta experiencia reforzó su idea, que nace con las corrientes musicales de la vanguardia del siglo XX, de que la música se compone de todos los sonidos posibles. Lo que el público escuchaba como “silencio” era en realidad un espacio para que lo sonoro “aconteciera”. En una entrevista posterior explicaba:

“El silencio no existe. Lo que creían que era silencio, porque no sabían escuchar, estaba lleno de sonidos accidentales. Se podía oír el viento agitándose en el exterior durante el primer movimiento. Durante el segundo, las gotas de lluvia empezaron a golpear el techo y durante el tercero la propia gente hizo todo tipo de sonidos interesantes mientras hablaban o se marchaban”.[2]

Algo similar había ya percibido el compositor ante otra obra de ruptura, que tuvo mucha importancia en el desarrollo del arte conceptual y minimalista de Estados Unidos, en este caso en el campo de las artes visuales: las "Pinturas Blancas" de Robert Rauschenberg. A simple vista parecían sólo tableros monocromos blancos, incluso la crítica dice que el artista intentó un “silencio visual”, pero, según Cage, eran más que eso: "Las pinturas blancas eran aeropuertos para luces, sombras y partículas". En esta reflexión estaba ya el germen de 4’33’’.

A mí estas obras de Cage y de Rauschenberg me llevan a pensar en aquella frase del filósofo judeo-francés George Steiner que dice: “Si el silencio hubiera de retornar a una civilización destruida, sería un silencio doble, clamoroso y desesperado por el recuerdo de la Palabra”.

El silencio puede ser leído también como un silencio herido. Como el silencio que surge del horror dejado por la Segunda Guerra, un silencio que surge de las cenizas. En ese caso, 4’33 o las “Pinturas blancas” de Rauschenberg serían una suerte de Kinsugi, algo de lo que ya he hablado en otros artículos: el arte japonés de pegar los fragmentos de una cerámica o porcelana rota con resina mezclada con polvo de oro, derivado de la idea de que los quiebres son parte de la memoria de la pieza y, por lo tanto, no hay que intentar ocultarlos, sino todo lo contrario. Es decir, las obras que parecieran ser “puro silencio” o “superficie blanca” (“Página blanca fue mi corazón”) funcionarían en realidad como polvo de oro o, como me gusta decir a mí, dado que somos latinoamericanos y tenemos poco oro al alcance de la mano: funcionarían como zurcido.

¿Cuáles serán los silencios “clamorosos y desesperados” que el arte y la literatura propondrán en un futuro a partir de nuestros propios horrores presentes? ¿Cuáles serán los zurcidos que tengamos que hacer entonces?


[1] Ver el artículo de Miquel Bassols i Puig, “El silencio de John Cage”.

https://miquelbassols.blogspot.com/2009/12/el-silencio-de-john-cage.html

[2] Citado por Jesús Rodríguez Lenin, en Minimalismore

https://minimalismore.es/index.php/2022/08/29/se-cumplen-sesenta-anos-del-estreno-de-433/

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, sus libros más recientes son "Herida fecunda" (Premio Málaga de Ensayo, 2023), "Abismos, quise decir" (Premio Clemencia Isaura de Poesía, 2023), y la novela "El día que no fue" (Alfaguara). Académica de la UNAM, se desempeña como Directora del Centro de Estudios Mexicanos UNAM-Cuba. Es además, desde 2022, presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación). sandralorenzano.net

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