El salvaje río recién nacido tomó por sorpresa a miles, arrojó coches como si fueran juguetes y derribó construcciones cercanas a las márgenes normalmente secas del canal, que quedaron ensanchadas con bordes irregulares.
Por Joseph Wilson
BARCELONA (AP).— Han pasado doce días desde que catastróficas inundaciones repentinas dejaron una cicatriz fangosa a través de Valencia, al este de España, matando a más de 200 personas y ensuciando los hogares de miles más.
Las escenas apocalípticas documentadas por los fotógrafos de The Associated Press hablan del terrorífico poder de la naturaleza desatado en toda su furia.
Era como si un tsunami, en lugar de haber sido generado en las profundidades del océano y enviado a estrellarse contra la costa, hubiera sido vertido por algún dios vengativo del cielo y arrasado con pueblos somnolientos y barrios ordinarios.
El salvaje río recién nacido tomó por sorpresa a miles, arrojó coches como si fueran juguetes y derribó construcciones cercanas a las márgenes normalmente secas del canal, que quedaron ensanchadas con bordes irregulares.
Los sobrevivientes dicen que sólo se requirieron 15 minutos para que un canal de drenaje —que desempeñó un papel crucial en la catástrofe— pasara de estar vacío a desbordarse. Casas adyacentes canalizaron el agua impetuosa para ampliar su onda de choque. Las autoridades regionales no alertaron a la población a tiempo, y en algunos lugares ni siquiera llovió para poner en alerta a las personas, lo que amplificó el caos.
En el periodo posterior, las calles parecen haber vuelto a la época medieval, cubiertas por capas de lodo que ocultaban cualquier vislumbre de pavimento o empedrado.
Todo en la planta baja se convirtió en basura en cuestión de minutos cuando el agua irrumpió en los hogares. Muebles, ropa, juguetes, fotos, reliquias... nada se salvó.
El sentimiento de abandono de muchos residentes se convirtió en ira, expresada lanzándole barro al rey Felipe VI y al Presidente de Gobierno Pedro Sánchez, cuando visitaron la zona devastada.
Todos los pies cubiertos de lodo, en la suciedad marrón pegajosa que, después de días, sigue brotando de hogares y tiendas arruinadas, no importa cuánto se saque con palas y escobas.
Helicópteros militares sobrevuelan la zona, la cual ha sido llamada la “zona cero” de las inundaciones del 29 de octubre.
La búsqueda continúa ahora por los desaparecidos. Los equipos de rescate introducen postes en los bancos de lodo con la esperanza de encontrar y recuperar los cuerpos de los muertos.
Pero también es posible hallar la generosidad humana en medio de la desesperación.
Mientras miles de soldados y refuerzos policiales retiran los innumerables coches destrozados, son las propias personas, residentes, vecinos y voluntarios, quienes llegan a pie para apoyar.
Extraños que ayudan a los necesitados sumergiéndose en el barro, y con cada palada avanzan lentamente hacia una renovación distante.
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