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Óscar de la Borbolla

11/11/2024 - 12:03 am

El Oasis de la Insignificancia: Nuestro mundo interior

«La gente, en general, dice estar ‘jodida’ para referirse a la tristeza, pero la tristeza no es sino una de las múltiples formas en las que puede encontrarse nuestro ánimo».

«De entre todas las tristezas hay una, sin embargo, que a mí me llama particularmente la atención: la melancolía». Foto: Óscar de la Borbolla

Hace mucho que no oigo la fórmula «fuero interno», y lamento que no siga circulando, pues aludía a ese ámbito o espacio interior donde se realizan los juicios y se cobra conciencia. Su destierro de las formas actuales del habla coincide con la pobreza con la que se expresan los hablantes. Y es que quizás conforme decrece el número de los vocablos que se emplean en la calle, igualmente se achica ese ámbito interior en donde alojamos los detalles del mundo. La gente, en general, dice estar «jodida» para referirse a la tristeza, pero la tristeza no es sino una de las múltiples formas en las que puede encontrarse nuestro ánimo.

Formas que conviene distinguir, pues con el solo hecho de poder nombrarlas, de especificar el tipo de tristeza que nos invade, estaríamos en mejores condiciones para librarnos de esos estados sentimentales a cual más aciagos.

Está en primerísimo lugar la tristeza. Es un término que cualquiera entiende aunque pocos puedan aprehenderlo con una definición exacta. El diccionario de la RAE poco ayuda para esclarecer su significado, pues nos dice «cualidad de triste» y si uno busca «triste» es llevado a un círculo vicioso, ya que triste, según ese mismo diccionario significa: «afligido, apesadumbrado», y sigue una lista de sinónimos que terminan por dejarlo a uno más o menos en las mismas.

Si uno quiere realmente enterarse de lo que significa la tristeza y en general los sentimientos existe un libro que no me canso de recomendar: Diccionario de las sentimientos de José Antonio Marina y Marisa López Penas. Ahí, la tristeza es el término genérico para referirse a una serie de sentimientos negativos que son desencadenados por varias causas: una pérdida, una desgracia propia o ajena, un desengaño, un fracaso, la humillación, la ausencia, el abandono, una decepción… Los motivos son incontables o, lo que es igual, las razones por las que uno puede estar triste son incontables.

Pero hay de tristezas a tristezas. No es lo mismo, aunque puedan parecer sinónimos, la pesadumbre que el abatimiento. La primera guarda relación con el peso, uno está apesadumbrado por la carga del trabajo o de algún malestar físico o moral; la culpa pesa y nos hace sentir apesadumbrados. El abatimiento, en cambio, se refiere a la debilidad que nos postra, a la desgracia que nos derriba en tierra, que nos abate o vence; quien se siente abatido ya no puede luchar, el apesadumbrado sigue con su carga.

Tampoco es lo mismo estar taciturno que nostálgico. En un caso, la persona se siente triste pero es una tristeza callada, retraída, mientras que la nostalgia, como lo marca claramente su etimología: nostos (regreso) y algios (dolor) significa añoranza por algo pasado; el nostálgico es ese que sufre porque algo en específico no regresa, y ese dolor es provocado por la pérdida que uno no asimila por más que pase el tiempo.

De entre todas las tristezas hay una, sin embargo, que a mí me llama particularmente la atención: la melancolía. Esta se caracteriza porque no tiene una causa reconocible, simplemente sobreviene, de ahí que Hipócrates la considerara una forma de temperamento; pero me gusta pensar que el melancólico es aquel que ha tenido tantos fracasos y pérdidas, tantas decepciones que ya no es capaz de reconocer la causa, es como una tristeza prolongada que se aceda y de la que es imposible salir.

El fuero interno se decora, se llena de matices. El espacio interior se ensancha cuando los significados entran a distinguir lo que hay en él. El lenguaje de los sentimientos, lo mismo sean positivos que negativos, hace que nuestro mundo interior, el que se refiere a nosotros y está en nosotros, crezca y podamos entrar a caminarlo, a recorrerlo: a conocernos.

@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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