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Jorge Alberto Gudiño Hernández

10/11/2024 - 12:01 am

Discusiones frente al espejo

«Lo importante, ahora, es no dañar a las infancias y procurarles un ambiente positivo para que se desarrollen a plenitud».

«Nos hemos convencido de que la educación a través de las palabras es mucho mejor. Los resultados son más evidentes y nunca hay razón para aterrorizar a un hijo». Foto: Daniel Augusto, Cuartoscuro.

Mi abuelo era una buena persona y en más de una ocasión le pegó a sus hijos porque no obedecieron, fallaron en la escuela o le contestaron mal a alguien. No lo hizo con mala intención, sino al contrario: los golpeaba porque era la forma más eficiente de educarlos. Había funcionado con él y sus numerosos hermanos. Vamos, era un método tan eficiente que se utilizaba en todas las escuelas. Basta platicar un rato con nuestros mayores para darnos cuenta de que los maestros golpeaban con reglas, gises, borradores a los burros y a los rebeldes. Si era una práctica común en las instituciones dedicadas a la enseñanza, cómo iba a estar mal. Cierro la anécdota con el aviso: si a uno le pegaban en la escuela, más le valía no intentar una acusación contra el maestro, pues lo más probable es que los golpes se multiplicaran. En otras palabras: si un adulto le pegaba a un niño, era por culpa del menor. Y la humanidad llevaba varios milenios convencida de que era una buena práctica.

Mis hijos se ríen cuando sus abuelos les cuentan estas peripecias. Viven en un mundo edulcorado donde sus padres nunca les han pegado y arremeterían con furia contra el profesor que se atreviere a hacerlo. Ahora no se golpea a los hijos. Está mal. Nos lo han demostrado ciertas tendencias educativas. Lo importante, ahora, es no dañar a las infancias y procurarles un ambiente positivo para que se desarrollen a plenitud. Esto, claro, sin importar que en el proceso se conviertan en unos tiranos convencidos de merecerlo todo. Si ya hasta se habla de la esclavitud de los padres.

Entre un modelo y otro (en determinados contextos, por supuesto) hay menos de un siglo de distancia. Dos o tres generaciones. Nada más. ¿Qué fue lo que sucedió entre un escenario violento y otro apocalíptico? Opto por la respuesta sencilla: diálogo, mucho diálogo.

Es claro que condeno el modelo de la violencia más que el de los padres tiranizados (pese a que, quizá, sea uno de ellos). Eso no me impide, sin embargo, ver que existen ciertos valores en una educación mucho más estricta. Si hasta se bromea en reuniones de padres en donde los temas de la adolescencia saltan de inmediato: deberíamos golpearlos de nuevo. No lo haremos, por supuesto, pero a veces dan ganas…

Nos hemos convencido de que la educación a través de las palabras es mucho mejor. Los resultados son más evidentes y nunca hay razón para aterrorizar a un hijo. Sólo que esto no es necesariamente cierto. Existen datos contundentes que hablan de una mayor inteligencia dentro de las generaciones que vivieron hace cuarenta o cincuenta años. También, que los nuevos empleados que ingresan a las empresas no aguantan las cargas propias de sus puestos. No es absurdo pensar que debemos ser más estrictos.

Quizá mis hijos vayan a serlo con mis nietos. No tengo cómo saberlo justo ahora. Lo que me queda claro es que, si todos vivimos convencidos de que nuestra forma de ver al mundo es la única válida, terminaremos estancados. No es que importe la derecha o la izquierda, los conservadores o los liberales… no en el sentido de convertirlos en ideales. Todas las posturas dicotómicas tienen partes buenas y malas. Es nuestra labor aprovecharlas sin clausurar diálogos. Intentar borrar por completo lo que proponen quienes piensan diferente a uno, nos condena a aguantar nuestras propias dolencias.

Lo pienso con mis hijos. Han tenido el privilegio de convivir con sus abuelos. Y no hay nadie que los consienta más que ellos. Quizá tardaron mucho, pero descubrieron que golpear a un niño no está bien. Además, que ser estricto era algo que correspondía a sus padres. A ellos les toca gozar.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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