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Susan Crowley

02/11/2024 - 12:03 am

Al diablo con la juventud

«Mujeres que lucen espectaculares hay muchas, no sé si son más felices, pero pareciera que esta no es la cuestión cuando empiezan desde los tempranos treinta a inyectarse el rostro y el cuerpo».

La obsesión por conservar la juventud parece no tener límite. En un artículo del diario El País, nos cuentan como una mujer llamada Liz Parrish se obsesionó con la genética y logró vencer la enfermedad de uno de sus hijos. Fue así como se convirtió en una especie de “contra científica” y está sometiendo a su propio cuerpo para conseguir no verse más joven, sino recuperar la juventud. Una lucha legendaria, que ha dado a la literatura muchas páginas. Benjamin ButtonDr Fausto, Dorian Grey, El Caso Macropulous, Bomarzo y recientemente la película La Sustancia, relatos cuyos personajes han terminado condenados a infiernos literarios que nadie quisiera padecer. Pactos con el diablo, quien cambia el alma por la juventud; seres que traspasan el tiempo como ánimas sin descanso. Parece que estas moralejas pasan de noche en el espíritu imbatible de Liz Parrish.

Sin ser científica ni contar con una profesión que la avale, va por el mundo propagando su éxito. Es su propio conejillo de indias. A sus 53 años presume verse mucho más joven y asegura jamás haberse sometido a ningún tratamiento cosmético para modificar su apariencia. Esa no es su intención, afirma a los medios, su meta es vencer genéticamente el paso del tiempo. En su búsqueda ha retado a varios laboratorios y a especialistas que no dudan en cuestionar sus prácticas.

Lo curioso es que su imagen no parece mostrar que su rejuvenecimiento sea tan solo genético. Su piel lozana; sus mejillas, como dice el autor del reportaje, turgentes; sus labios, están cuidadosamente maquillados y me atrevería a decir, retocados con algunos rellenos sintéticos. Se dice que los cincuenta son los nuevos cuarenta y si una mujer ha tenido una vida cabalmente decorosa y se viste y arregla a la moda, es lógico que luzca más joven. Si además se dedica a promover su imagen, no hay duda de que hará todo para lucir mejor.

Mujeres que lucen espectaculares hay muchas, no sé si son más felices, pero pareciera que esta no es la cuestión cuando empiezan desde los tempranos treinta a inyectarse el rostro y el cuerpo; deben vivir sometidas al dolor y a una especie de adicción que cada vez cuesta más y exige más y con menos resultados. El destino de cualquiera de ellas será terrible porque se tendrá que enfrentar al espejo tarde o temprano y ver que el tiempo sí pasa.

Si Parrish logra romper la línea que el destino ha forjado para ella, ¿cambiará los avatares que conlleva la existencia y que son inesperados? Es el misterio de la vida y la muerte en el que la ciencia aún no puede garantizar resultados. Tal vez lo que me molesta de las declaraciones de la rozagante neo genetista es que parece olvidar que existe otro tipo de mujeres que han vivido en condiciones muy distintas; que no por su gusto, se han tenido que someter a maltratos de todo tipo; a horarios de trabajo extenuantes; a situaciones económicas angustiosas, a múltiples embarazos; a cargar con la responsabilidad de familias completas.

Los deseos de Parrish pertenecen a una sociedad alejada de estas realidades. Es una moda entre las mujeres cuya posición social y económica les permiten estos sueños. Aunque las ganas de verse y sentirse joven son un anhelo, el dinero es el vehículo que lo posibilita. ¿Qué significa verse más joven? ¿Tener una piel lozana a fuerza de torturantes tratamientos? O tal vez, ¿que nuestra mirada brille con emoción frente a las sorpresas que la vida nos depara?

Las fábricas de juventud no están en los laboratorios sino en una disposición de nuestro espíritu. Las experiencias de la vida, tendrían que ser las verdaderas pócimas para rejuvenecer. Un instante de gozo, de risas, incluso de lágrimas, una pizca de curiosidad son un bálsamos que excitan el músculo de la imaginación. El resultado no es vernos más jóvenes, desde luego, pero sí más llenos de vida y volvernos más reflexivos.

Mientras leo el artículo de El País sobe Parrish, pienso en esos “jóvenes” artistas en sus avanzados ochenta y que siguen generando ideas que asombran, que tal vez sufren un dolor de espalda, que necesitan lentes para leer, que ya no pueden cargar muchos kilos, que les es imposible caminar como antes, pero han convertido sus experiencias de vida en una sustancia fascinante que los mantiene aún jóvenes. Me viene a la mente Michelangelo Pistoletto, Giussepe Penone, Daniel Buren, Georg Bazelits, Anselm Kiefer, todos ellos han rebasado los ochenta con dignidad y un espíritu inquebrantable; la gran Carmen Herrera quien vivió y pintó hasta los 106 años o la mexicana Beatriz Zamora que, a sus 89 años ha creado una obra enorme en contenido y belleza.

No tengo nada en contra de la ciencia y el avance. La inteligencia artificial traerá logros que ni nos imaginamos. Las experimentaciones en humanos han permitido que la gente viva más y mejor. Las vacunas contra enfermedades erradicaron epidemias que mataban pueblos completos. El avance genético es la esperanza de que una niña que nació sorda, vuelva a oír. Detener las enfermedades seniles entusiasma a cualquiera. Envejecer mejor es un ideal al que aspiramos todos.

Pero la sociedad de consumo ha creado patrones estéticos alarmantes. La riqueza económica es el detonador de una enorme cantidad de seudocientíficos que promueven la recuperación de la juventud. Las empresas de cosméticos y laboratorios seguirán invirtiendo fortunas para lograr que la genética se adapte a los deseos de muchos.

Voy a cumplir sesenta años. En ciertos lugares ya me están ofreciendo entrar como sinior o adulto mayor. Voy aclimatándome a mis canas, a mi piel que se ablanda, a mis arrugas y a mis ojeras. Las siento como trofeos porque me han costado años obtenerlas. ¿De veras te vas a dejar las canas? Me preguntan amigas preocupadas por mi nuevo aspecto. Yo me río y si no dejo que me entre la inseguridad, iré peinándolas con paciencia y, espero, sabiduría. No pienso obsequiárselas a ningún médico brujo que me engañe con que, con hilos de oro, Botox, pintura, hormonas de crecimiento, dolorosos rellenos me podré ver más joven. No puedo dejar de aterrarme con la idea de una prolongación de vida como la que experimenta Demi Moore en la película La Sustancia de la que habré de escribir algún artículo.

Pertenecemos a una sociedad que ridiculiza la vejez, que la ve como algo desechable, inservible, que ha creado patrones de juventud para ganar más dinero. La edad rompe todos los esquemas porque nos somete a la consciencia de muerte. Es saber que el paso del tiempo nos acerca inexorablemente al final. Me parece que ante esta realidad ineludible el único antídoto es haber vivido plenamente.  @Suscrowley

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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