Mario Campa
31/10/2024 - 12:05 am
Los multimillonarios definirán la elección en Estados Unidos
«La sociedad del espectáculo y el lucro está lejos de ser insensible al ritmo que los multimillonarios imponen a una elección».
La democracia estadounidense cojea de múltiples defectos que resurgen a una semana de la elección presidencial. Un colegio electoral anacrónico que sobrepondera a un puñado de estados columpio (swing states), la manipulación distrital conocida como gerrymandering, la heterogeneidad del conteo de votos y un bipartidismo encumbrado por circunscripciones uninominales donde el ganador se lleva todo son algunas de las peculiaridades generadoras de desconfianza cada cuatro años. Pero fue la ingente y creciente influencia del gran dinero en la disputa Trump-Harris lo que redujo esta contienda a un intercambio de cañonazos afelpados donde las urgencias populares pasaron al segundo plano.
El peso del dinero en las elecciones estadounidenses es de larga data, pero alcanzó alturas insospechadas en años recientes. Una resolución de la Suprema Corte en el caso Citizens United contra la Comisión Federal Electoral entregó un poder electoral descomunal a los multimillonarios. En el 2010, el máximo tribunal eliminó la regulación que limitaba los recursos que las personas físicas podían donar a grupos de acción política independientes de las campañas oficiales conocidos como super PACs, de facto dando banderazo de salida a patrocinios cuasi-ilimitados. Desde entonces, la primera puerta que tocan los candidatos para recaudar fondos es la de magnates con intereses económicos con frecuencia desalineados del bien común.
Un análisis reciente del Financial Times (octubre 26) dimensiona la concentración de donadores en ambas campañas presidenciales. Hasta mediados de octubre, los multimillonarios habían donado 695 de los 3800 millones de dólares recaudados en el ciclo electoral vigente: un 18 por ciento conjunto. Trump, más cercano a las élites, había levantado más de un tercio de su presupuesto (34 por ciento) entre peces gordos, muy por encima del 6 por ciento equivalente de Harris. Un póker de magnates, cuatro individuos, donó 432 millones de dólares a Trump en el periodo: un cuarto de su recaudación acumulada. De los 800 multimillonarios estadounidenses enlistados por Forbes, 144 habían utilizado su dinero para influenciar la elección presidencial venidera.
Varios episodios surreales dan fe del terreno pantanoso y desnivelado abierto por la artillería de los multimillonarios, siendo el más bochornoso el de Elon Musk. El dueño de Tesla, X, SpaceX y Starlink obsequia en estados columpio efectivo directo (47 dólares por cabeza) y un millón diario en premios con la clara intención de beneficiar la campaña de Trump — una compra de votos encubierta. Hasta mediados de octubre, el hombre más rico del mundo había donado 118 millones de dólares al vehículo America PAC, de inobjetable sesgo trumpista. Y el cobro de favores ya empezó: Trump regresó a X, suavizó sus críticas a los automóviles eléctricos, ofreció más proteccionismo contra las armadoras chinas y refrendó su promesa de agrandar las misiones espaciales.
Los multimillonarios también capturaron la primera línea de la campaña Harris. Bill Gates prometió 50 millones de dólares para la candidata, mientras que otros ultrarricos como Dustin Moskovitz (Facebook), Reid Hoffman (LinkedIn) y Michael Bloomberg tiñeron sus intereses de azul. Tan en la palestra se encuentran los grandes capitales que el dueño de los Mavericks de Dallas, Mark Cuban, negó cualquier afán de integrar el hipotético gabinete de Harris ante una prensa insistente que busca descifrar la motivación real detrás de un protagonismo desbordado.
La sociedad del espectáculo y el lucro está lejos de ser insensible al ritmo que los multimillonarios imponen a una elección. En un mundo electoral dominado por el poder mediático, la compra de publicidad en estados donde unos cuantos miles de votos definirán la elección nacional guarda gran capacidad de influencia. Y como muestra el caso de Musk, la compra impúdica de votos ya de plano tergiversa las reglas del fair play electoral. Estados Unidos, que se precia de ser una democracia consolidada, depende ahora mismo de unos cuantos barones que compran voluntades y moldean políticas. Mucho puede salir mal.
La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, dijo un Lincoln anacrónico a los super PACs. En su tumba se estremecen no sus huesos sino los cimientos democráticos de una nación hoy amenazada por el germen de una plutocracia en expansión.
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