Alejandro De la Garza
26/10/2024 - 12:02 am
La mentira del canon periodístico
"Es difícil hablar de informar la verdad en un país donde muchas regiones y territorios son manejados o gobernador por el crimen organizado".
El sino del escorpión quiso cambiar un par de veces su destino de periodista; no obstante, nunca pudo hacerlo y desde adolescente se buscó la vida en el ejercicio de ese oficio, e incluso cursó esa carrera en la UNAM; un oficio bajo cuya denominación, valga decirlo, cabe todo: corrector, redactor, reportero, entrevistador, editor, columnista, guionista, investigador, comentarista, jefe de redacción y mucho más. El canon periodístico de aquello años —mediados de los setenta—, eran los clásicos: John Reed y Kapuściński, García Márquez y Julio Scherer, Fernando Benítez y Monsiváis, Mailer, Capote, Tom Wolfe y todo el nuevo periodismo.
Ya en la universidad vino el estudio de nuestra gran tradición periodística: del periodismo independentista y realista, que más parecía de partes de guerra, al periodismo de liberales y conservadores de la Reforma —algunos con las mejores plumas de su tiempo, como los acérrimos rivales Lucas Alamán y Francisco Zarco—; ya sobre el final del XIX y principios del siglo XX surgen los periodistas románticos y modernistas, casi todos literatos antes que escritores: Díaz Mirón, Gutiérrez Nájera y una prolongado etcétera. El escorpión no quiere aburrir a la gayola con un recuento histórico, pero del siglo XX no puede dejar de mencionar a los Estridentistas y los Contemporáneos, y de ahí a los periodistas de los cincuenta, incluido el temido y gansteril Carlos Dennegri, El Vendedor de silencios (Enrique Serna dixit), hasta llegar al viejo Excélsior de Scherer y la gran cantidad de periodistas emergidos del golpe a ese diario dado por el presidente Echeverría. Periodistas que se dispersaron y fundaron publicaciones importantes: unomàsuno, Vuelta, Nexos, La Jornada, etcétera, y que hoy están en bandos políticos enfrentados y cuyo periodismo se has vuelto otra cosa, desde un oficio lúcido hasta un oficio de tinieblas.
En el periodismo, como en todo, las modas son pasajeras. El periodismo revolucionario de los años veinte se convirtió en el periodismo priista de los sesenta. ¿Quién crea los valores y las tendencias en un mundo tan cambiante? ¿Qué garantía de permanencia posee un texto en la era del internet, las redes y YouTube? Y es más, ¿a quién le importa cómo está escrito un texto? Leo a un querido amigo, un escritor que ha llevado las historias de su saga familiar a las alturas de la gran literatura con una pluma privilegiada, pero ese mismo querido amigo escribe también las diatribas anti-López Obrador más exorbitadas y locas, así como las parodias, burlas y chistes más obvios y previsibles sobre Morena y la cuarta transformación. De igual manera, otro amigo del alacrán escribe con una pluma pésima, plagada de faltas ortográficas, sintácticas y de concordancia, las alabanzas y ocurrencias humorísticas más disparadas en pro del lopezobradorismo y la 4T.
A estas alturas de la Sala de Redacción, hay que extrapolar aquel célebre dicho y adaptarlo al presente: “recuerda, gran periodista, que tus notas exclusivas de hoy servirán para envolver el pescado mañana”, si no para algo más escatológico, o como diría Héctor Lavoe: “Tu amor es un periódico de ayer, que nadie más procura ya leer”. El periodismo se ha convertido entonces en una de las profesiones más efímeras: prácticamente en un ejercicio de la melancolía, dice el periodista español David Felipe Arranz, y es aún más triste cuando un jefe de redacción decidirá o no transformar ese hecho noticioso en portada o en una noticia breve de páginas interiores. Para esto, habrá que recordar a las nuevas generaciones puntualmente qué es un periódico, y al menos darles a conocer que una revista era un impreso semanal, quincenal o mensual que se entregaba ¡en papel!
¿Qué intereses manejan hoy los grupos de poder mediático y con qué objeto diseminan los textos, informativos y de ocio, políticos y culturales, en nuestra sociedad? Los maestros de la manipulación y directores de grandes corporativos mediáticos privados, institucionales o políticos, saben qué cuerda pulsar para llegar al inconsciente colectivo. ¿Existe hoy un canon periodístico expresado en las decenas de manuales de ética de todo tipo que se suponen dan fundamentos a la profesión? Se promueven entre los periodistas las mejores prácticas de informar la verdad, pésele a quien le pese. Es difícil hablar de informar la verdad en un país donde muchas regiones y territorios son manejados o gobernador por el crimen organizado. ¿Quién de los periodistas sinaloenses puede informar hoy, a profundidad y conciencia, qué está ocurriendo en ese estado de la República sin arriesgar la vida?
Todo esto viene a cuento, recapitula el venenoso, por la reciente entrega de los Premios Nacionales de Periodismo, galardones que, como se sabe, han transitado de ser un reconocimiento oficial y cuantioso otorgado por el Estado a sus apoyadores, a un reconocimiento por parte de instituciones independientes y periodistas respetados dirigido a periodistas mexicanos cuyo trabajo significa un aporte verdadero a la sociedad y su mejor conocimiento.
En esta edición se recibieron 1,013 postulaciones de las cuales se evaluaron 944 trabajos. Los premios son en variados géneros y pueden consultarse en la red, pero el alacrán quiere destacar que, necesariamente, las temáticas de los trabajos periodísticos tienen que ver con los desaparecidos en el país, los crímenes de Estado de los años setenta, la migración y la criminalidad en prisión, la lucha por los recursos naturales, la investigación sobre la noche de Iguala y los estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa, además de premios al periodismo científico y cultural. Felicidades a todos.
Para volver al canon del periodismo ya inexistente, el escorpión recurre al poeta guatemalteco Mario Payeras, y sus reconfortantes palabras: “Hoy sabemos que el regreso de las primaveras idas es irrealizable; / que el hábito de explicarse las cosas / acalambradas de contradicciones / es la fuente de toda lucidez; / y que el oficio de conspiradores para cambiar el mundo / es la única manera de no envejecer”. ¿No es eso el periodismo?, se pregunta el venenoso.
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