Héctor Alejandro Quintanar
18/10/2024 - 12:05 am
La sentencia jurídica de García Luna y la condena histórica al calderonismo
"El incendio provocado por García Luna, Calderón y sus compinches hoy nos aqueja aún en colectivo".
Desde el 9 de noviembre de 2005 lo debimos sospechar y desde 2006 lo debimos confirmar: Genaro García Luna era un delincuente notorio. Sólo una pulsión criminal lo pudo haber hecho encabezar aquella farsa mediática en el noticiario Primero Noticias, en complicidad con el porro montajista Carlos Loret, en donde fingieron un operativo contra un grupo de secuestradores y ejercieron la tortura en vivo a un hombre que, a la fecha, sigue preso injustamente sin sentencia.
Ese hecho, denunciado por diversos periodistas de inmediato como una pantomima, debió significar una alerta total a la opinión pública mexicana, que veía en vivo una colusión mafiosa entre el hampa mediática y un grupúsculo policial, en un entramado indignante en sí mismo, porque sólo la corrupción o la perversidad podrían instar a alguien a usar el aparato del poder y los medios para un engaño de ese calibre.
Pero los indicios ineludibles vinieron poco después. Fue en octubre de 2006 cuando tres generales, según publicó la periodista Olga Wornat, se reunieron con dos personajes de confianza de Felipe Calderón antes de que tomara posesión como presidente espurio: Juan Camilo Mouriño y Jordy Herrera, para informarles que el Ejército y la Marina investigaban a García Luna, a quien el panista pensaba nombrar Secretario de Seguridad Pública, y descubrieron que desde el gobierno de Fox estaba coludido con el Cártel de Sinaloa.
Los militares entregaron documentos, fotografías y otros elementos probatorios, mismos que Mouriño rechazó en un berrinche. Poco tiempo después, arriesgando sus vidas, el comandante Luis Herrera Valles y Tomás Ángeles Dauahare informaron directamente a Calderón, incluso por escrito, sobre las andanzas mafiosas de García Luna. Los informes no sólo fueron ignorados sino que los mensajeros fueron injustamente castigados.
El sexenio que inició en diciembre de 2006, con sus propios hechos, debió dejarnos en claro que algo muy turbio ocurría en el país a manos de los supuestos responsables de la seguridad pública, porque los hechos de violencia inusitada que atestiguamos hablaban por sí mismos: el crecimiento en un 900 por ciento de los grupos criminales; la escalada de violencia aumentada a un 192 por ciento; y una parte ínfima de las detenciones en ese sexenio dedicadas al cártel del entredicho, debieron ser indicios fuertes para que todos interpretáramos que al país, en un rubro como la seguridad, estaba en manos en ineptos totales en el mejor de los casos, o en hampones cómplices en el peor.
Lo que se quiere decir es que, desde hace dieciocho años, la figura de García Luna y su empleador, Felipe Calderón, debieron generarnos las peores sospechas. Y desde los albores de su sexenio, cuando se hicieron públicas las denuncias contra el secretario de seguridad pública por parte, entre otros, de un ex subsecretario de la Defensa Nacional, donde se le acusaba de colusión con el crimen, debimos haber confirmado esas sospechas. Todo ello, si el brutal baño de sangre y la conducta turbia de muchos jerarcas policiales, subalternos de García Luna, no nos había convencido ya de que algo muy grave ocurría en ese gobierno y en el país.
Si eso no era suficiente, también debió generarnos sospechas el hecho de que un personaje siniestro, como la señora Isabel Miranda de Wallace, contara con el uso patrimonial de todo un comando de Policías Federales, esa institución que creó el calderonismo en 2008, para con ellos violentar vidas inocentes en una presunta búsqueda de su hijo que, como ha documentado Ricardo Raphael, se ha tratado de una farsa sangrienta que ha cobrado la libertad de inocentes y que ha amenazado de muerte o destruido el patrimonio de muchas personas, en una frenética y fallida búsqueda donde Wallace, atenida a la impunidad que le dieron Calderón y García Luna, destruyó casas de gente inocente y les puso armas largas en sus caras a pesar de saber que estaban en sitios equivocados, como ocurrió en diversos operativos fallidos hechos en 2009 y 2010. Todos ellos, encabezados ilegal y autoritariamente por Isabel Miranda de Wallace en colusión con Genaro García Luna.
Dicho de otro modo: desde el albor del sexenio de 2006 tuvimos las pruebas y los indicios de frente: García Luna era un hampón, y su jefe, un pirómano que siempre supo de las pruebas en contra de su empleado y, a través de la miseria y autoritarismo, dio acuse de recibo de las mismas, al encarcelar el 18 de noviembre de 2008 a Javier Herrera Valles, personaje que, en un deber legal y patriótico, alertó con pruebas a Calderón y a su paje César Nava sobre el inmundo historial de García Luna.
La historia del calderonismo abrió con un fraude sucio y cerró con un mar de sangre. Nada de eso fue a resultas de una estrategia fallida o errores. El calderonismo no fue un gobierno sólo de funcionarios cretinos sino de delincuentes ineptos. Hoy, uno de los principales, García Luna, ha sido sentenciado no por ser cómplice de un cártel, sino por él mismo usar enclaves del Estado para traficar cocaína y para favorecer a un cártel, mientras sus colegas de la Policía Federal -como Cárdenas Palomino, Reyes Arzate o Pequeño García- secundaban su historial sucio cometiendo sus propias atrocidades. La cárcel de García Luna en Brooklyn y las sanciones que han recibido esos pillastres nos indican que la sevicia, corrupción y gangsterismo en el gobierno de Calderón no fueron la excepción, sino la regla.
Y de ello, todo el país debió darse cuenta hace lustros. El año 2012 debió ser el gesto mayor del hartazgo contra la corrupción del calderonismo y García Luna. En esa coyuntura, por primera vez en la historia un partido gobernante se iba al tercer lugar en la elección presidencial producto del rechazo que concitaba. En realidad, el gesto debió ser mayor. Mandar al tercer lugar al partido de Calderón debió implicar también mandar al calderonismo al basurero de la historia para siempre.
Por eso hoy nos deben sorprender los sorprendidos. En diciembre de 2019 fue detenido García Luna en Estados Unidos porque se expuso que fue un funcionario al servicio del narco, hecho que debió a todos indignarnos pero no impactarnos, porque no fue ninguna sorpresa. Y debió no sólo indignarnos sino agraviarnos el cinismo con que Felipe Calderón, cómplice de García Luna por dolo corrupto o estupidez criminal, se ha conducido desde entonces, ya sea al tratar de deslindarse de su mano derecha o ya sea al abrir la boca contra la violencia que aqueja al país pero que él perpetró. Algo tan indigno como si el pederasta Marcial Maciel hablara cualquier cosa sobre de los derechos de la infancia.
¿Por qué ha sido posible este cinismo? ¿Qué es la derecha mexicana como para que sea campo fértil para la desmemoria y el descaro, que le han permitido a Calderón y sus remanentes seguir como figuras políticas activas? Vale la pena señalar aquí sólo a algunos que han sido cómplices no jurídicos pero sí ideológicos de esas taras terribles:
Ahí está Carlos Loret de Mola, quien operó montajes mediáticos a García Luna, que bien podrían interpretarse hoy como la versión televisiva de las narcomantas.
Ahí están los principales medios en marzo de 2011, que con la firma del pacto de silencio sobre la violencia en el país contribuyeron a blanquearle la cara al gobierno de Calderón.
Ahí está el ideólogo del PRIAN Enrique Krauze, quien llamó al baño de sangre de 2006 “una guerra necesaria”.
Ahí está la señora Isabel Miranda de Wallace, compañera de ruta del calderonismo y aliada de García Luna, quien fue postulada en 2012 a ser Jefa de Gobierno por el PAN, que así demostró que Santiago Taboada, líder del cártel inmobiliario, no fue el primer sospechoso de transas que abanderaron para gobernar la ciudad.
Ahí están los resabios del gabinete calderonista, quienes muy orondos aparecen aún haciendo política o aspirando a hacerla, sin haberse nunca deslindado de su colega corrupto, y a quien con su silencio defienden, como Javier Lozano, Max Káiser o Roberto Gil.
Ahí está Margarita Zavala, beneficiaria directa de las andanzas criminales de García Luna, quien expone sus ínfulas de hambre insaciable de poder y las de su esposo al tratar de formar un nuevo partido político y seguir aún contaminando la vida pública con su sola presencia.
La lista es larga. Y hoy, todos esos seres estarían obligados a hacer un mea culpa, un ofrecimiento de perdón y un deslinde total de sus brutales negligencias del pasado en favor de García Luna, así sea directa o indirectamente. Si nunca se dieron cuenta de los groseros crímenes de ese hampón en quien tuvieron cercanía, pueden ser tildados de ingenuos o de tontos. Pero a partir del miércoles pasado, cuando el hampón fue sentenciado, no hacer un distanciamiento y un resarcimiento de su propio pasado significaría no hacerse responsables de lo que han dicho y hecho en la vida pública mexicana.
El incendio provocado por García Luna, Calderón y sus compinches hoy nos aqueja aún en colectivo. Apagarlo pasa también por señalar a los irresponsables que lo alentaron o que miraron para otro lado cuando se inició.
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