Mario Campa
05/09/2024 - 12:05 am
Enjuiciar a Elon Musk
"Si logramos que un vehículo Tesla sea desechado, que empresas con responsabilidad social abandonen X en propio pie o que algún juez salga del letargo, luego alguna trinchera habremos cavado".
Pablo Iglesias preguntó en clave polemista en una entrevista reciente en México si el comportamiento de Elon Musk merecería que autoridades judiciales de algún país ordenen su detención y puesta en prisión provisional antes de recibir un juicio. El fundador de Podemos era consciente del éxito improbable y la controversia que el acto supondría, pero también del efecto en la conversación pública y los contrapesos al poder económico-mediático. “Las cadenas son los algoritmos que fabrica Musk”, argumentaba Iglesias en un claro desmarque involuntario del reduccionismo dresseriano del poder. La reflexión fue posterior a que el dueño de X tuiteara bulos que nutrieron a la extrema derecha del Reino Unido y anterior al conflicto con la Suprema Corte brasileña que culminó con la suspensión en principio provisional de la red social en el gigante sudamericano.
El duelo en Brasil detonó interrogantes sobre qué hacer con un multimillonario cercano a Trump que amenaza desde la estabilidad política hasta la soberanía de naciones en desarrollo. Robert Reich, Secretario del Trabajo de Clinton, escribió una columna en The Guardian viralizada por sus seis recomendaciones para frenar a Musk: (1) boicotear Tesla, (2) boicotear X vía los anunciantes, (3) dar trato equivalente al de Francia con Pavel Durov de Telegram (hoy detenido), (4) invocar por difusión de bulos la sección 5 de la Ley FTC antimonopolios que prohíbe prácticas desleales o engañosas contra el comercio, (5) terminar los subsidios a SpaceX y (6) votar contra Trump. Coincidente con el diagnóstico de Iglesias, Reich parte del supuesto que la desinformación incita violencia y que el caso del hombre más rico del mundo es agravado por un poder económico-mediático asimétrico con intencionalidad e intereses indisociables del poder político.
Los llamados de freno a Musk integran un debate más amplio sobre los límites a la libertad de expresión. Medios tradicionales como la imprenta, la radio y la televisión fueron circuitos cerrados donde la censura era directa por el flujo unidireccional de la información y por el derecho a réplica controlable ante el alcance limitado de las alternativas. Si un monero pintaba desnudo al rey, el despido inmediato o en casos extremos la clausura del diario apagaba el fuego sin aspavientos. Para muchos teóricos, la frontera de la censura eran unas gotas de sangre. Si el acto incitaba violencia, podía justificar cotos a lo que hoy el propio Musk llama absolutismo.
La irrupción de las redes sociales democratizó el debate público al restar monopolio de pluma y micrófono a las élites, pero parió sus inconvenientes. La información sin filtro hoy en día no discrimina entre verdad y mentira frente a la viralidad digital, sin contar que la inmediatez de respuesta coordinada puede derramar sangre como recién ocurrió en Reino Unido y que llevó al dueño de X a alertar sobre una inminente guerra civil anclada a la migración. Si la libertad de expresión incita violencia al grado de atentar contra otros derechos elementales, entonces limitarla podría ser deseable para preservar otras libertades y la vida misma, algo que las derechas más ultras no reconocen en parte por el reduccionismo del poder al ámbito del Estado y los representantes populares. Mientras los poderes fácticos no rindan cuentas y logren habitar sombras y silencios, tendrán una licencia de impunidad como la que hoy porta Musk.
Si el magnate compró Twitter para hacer política y negocios, logra ahora mismo lo primero a costa de lo segundo. Pero podría revertirse si gana Trump, quien ya practica juegos de seducción en X. Como moneda de cambio, el candidato alaba el programa espacial que oxigena con subsidios a SpaceX y el sueño máximo de Musk: colonizar Marte. Una retribución de servicios no unciría el diablo al arado; le obsequiaría las riendas.
México pudiera unirse a Brasil en una andanada de contención contra Musk si no fuera por un inconveniente. La subordinación de los jueces al poder económico, que va desde las deudas de Salinas Pliego hasta el crimen organizado, impide que siquiera se considere llevar una carpeta así a la Suprema Corte. Con exigua representatividad y credibilidad de quienes se suponen deben poner cotos a todo el poder, no solo al político ajeno, atreverse a tocar a un milmillonario suena hoy tan descabellado como la colonización de Marte: una suerte de plan B ante la emergencia climática o ante una guerra nuclear salida de control, como hoy también desborda cauces democráticos aceptables el propio Musk.
Enjuiciar al magnate es hoy alcanzable. Solo hablar de ello adelanta trincheras, como decía Pablo Iglesias. Los contrapesos al poder económico-mediático son flacos, y cuando menos permítasenos escribir en clave hipotética como acto de expresión libre que reconoce la legitimidad teórica de los tribunales. Si logramos que un vehículo Tesla sea desechado, que empresas con responsabilidad social abandonen X en propio pie o que algún juez salga del letargo, luego alguna trinchera habremos cavado.
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