Retrato de una búsqueda estética: Alice Rahon, un destino mexicano

04/08/2024 - 12:01 am

Se pueden identificar dos etapas productivas de Alice Rahon. Su mejor época coincide con el descubrimiento del país y de sus propias aptitudes de pintora, en los años cuarenta y cincuenta: esboza paisajes de atmósfera tenue como la gasa o la niebla, con una factura que recurre a motivos arcaicos y escenas de ensoñación.

Por Sylvia Navarrete

Ciudad de México, 4 de agosto (SinEmbargo).- Este 2024 se publicó esta biografía de Alice Rahon escrita por Christine Frérot, publicada por Artes de México, que tradujo Rafael Vargas y diseñó Cristina Paoli. Creo que el libro de Christine ganó en publicarse en México, adquirió una pasta dura y un formato de álbum. Y cambió de subtítulo: en Francia es La revelación del arte y en español se convirtió en Un destino mexicano. Para mí el libro arranca, verdaderamente, en el capítulo siete, cuando Christine entra en el análisis formal, estilístico e iconográfico de ciertas obras, y sobre todo desmenuza la factura tan meticulosa de Rahon; su manera de yuxtaponer pequeñas pinceladas que parecen arañar la superficie, cómo espolvorea las arenas, cómo añade plumas, hojas de árbol o alas de mariposa a la composición: explica un oficio sumamente consumado, pues.

Christine cita una entrevista de 1987 en La Jornada donde Rahon, en vísperas de su muerte, se deslinda ella misma de esa clasificación: “Empecé a pintar a la vez que escribía, pero cuando entré en contacto con el movimiento surrealista dejé de pintar. No entendía su pintura, la sentía demasiado literaria y descriptiva. Y, para mí, pintar no es eso. Recuperé la pintura al llegar a México, con Paalen (quien fuera su marido de 1934 a 1947), en septiembre de 1939”. A Rahon no le interesó el tratamiento narrativo de la imagen, y entre otras cualidades, esto vuelve su propia obra más compleja a nivel plástico. Christine la define como la representación introspectiva de “una naturaleza acuática, aérea e incendiaria (…) y profundamente anclada en la tactibilidad sensible y sensual” (p. 33).

Los ponentes de la primera presentación del libro en el Museo Kaluz. Alberto Ruy Sánchez, Sylvia Navarrete Bouzard y Jaime Moreno Villareal, 28 de junio de 2024.

Se aparta Christine de la tentación esotérica en que cayeron todos los críticos al abordar la obra de Alice Rahon ⎯una tentación retrógrada-. Desconocida en Francia, Rahon obtuvo el éxito y la fortuna crítica en México, desde su primera exposición individual en la Galería Arte Mexicano de Inés Amor en 1944. Comentaron su obra César Moro, Jorge Crespo de la Serna, Anaïs Nin, Margarita Nelken, Fernando Gamboa, Max Pol Fouchet, Raquel Tibol, entre otros, pero siempre dentro de un registro ocultista que la alzó al rango de chamana, sibila, hada milagrosa. En cambio, Christine Frérot acota las influencias tempranas de la pintora en las lecturas, los viajes (Altamira, la India, Alaska, la Columbia Británica…) y en las amistades vanguardistas de juventud. También señala la pasión por las artes cavernarias e indígenas que compartió con Paalen, relata las vivencias que la marcaron, y sobre todo asimila la intuición onírica de Rahon a la categoría de lo “real maravilloso”.

Lo real maravilloso es un concepto de ficción literaria que, en reacción al surrealismo ya por entonces anquilosado, acuñó el novelista cubano Alejo Carpentier en el prólogo de su novela El reino de este mundo (1949). Plantea “forjar un lenguaje apto para expresar las realidades del continente americano, el único continente en que el hombre del siglo XX puede vivir con hombres situados en distintas épocas que se remontan hasta el neolítico y que le son contemporáneos”. Lo real maravilloso de Carpentier pugna por una nueva estética que, a través de una espléndida prosa barroca, recobre el aspecto irracional del mundo latinoamericano, su tiempo supuestamente no lineal sino simultáneo (que hace convivir el pasado precolombino, el presente moderno y un futuro revolucionario prometedor) y, desde luego, sus mestizajes raciales y culturales. Se trata de una lengua fastuosa, festiva, fértil y embriagante.

Para contraargumentar, diré que difícilmente se puede calificar de barroca la factura o la composición de las obras de Alice Rahon. Al revés, lo suyo es la simplificación sintética (que vemos por ejemplo en los signos cuneiformes y las formas geométricas arcaizantes); lo suyo es la composición “flotante”, sin jerarquías espaciales, que da la sensación de atmósferas brumosas, ingrávidas. Lo suyo es la sutileza de las texturas, que con la mezcla de pigmentos y arena o cenizas de volcán, cobran visos minerales. Y desde luego, los colores, magníficos y de gamas refinadas (Crespo de la Serna habla de “líquenes y piedras preciosas”; César Moro alaba “la lentitud del nácar, el fuego ardiendo en el agua esmeraldina”).
Sin embargo, lo real maravilloso que percibe Christine en los óleos de Rahon podría manifestarse en aquella “opulencia imaginativa y efusión lírica” (como diría Margarita Nelken), y seguramente, al nivel del sentido de la imagen, en los paisajes y escenas sobrenaturales donde los motivos de astros, relámpagos y aves se fusionan con elementos topográficos y culturales locales (eso sí: apenas sugeridos), como ciudades fabulosas, pirámides, fiestas pueblerinas, procesiones y quemas de Judas.

De acuerdo con lo anterior, se pueden identificar dos etapas productivas de Alice Rahon. Su mejor época coincide con el descubrimiento del país y de sus propias aptitudes de pintora, en los años cuarenta y cincuenta: esboza paisajes de atmósfera tenue como la gasa o la niebla, con una factura que recurre a motivos arcaicos y escenas de ensoñación. Más adelante, Rahon comete amplios planos cromáticos atravesados por pinceladas diagonales, pero en esa “depuración” informalista que suprime la sugestión del dibujo, pierde expresividad y sustancia plástica. Se adivina la intención sin ver resultados.

Otra contribución valiosa del libro es ponernos al día. 1) La autora cuantifica la producción de Rahon (¡Setecientas cincuenta obras en total!) y destaca su presencia constante en galerías y museos de México y Estados Unidos, desde 1944 hasta 2020. 2) Frérot actualiza también el censo de exposiciones póstumas y documenta los esfuerzos recientes de promoción internacional, por ejemplo de la Galería de Wendi Norris en San Francisco , y que publicó en 2021 un libro sobre Alice Rahon con textos de Daniel Garza Usabiaga y Tere Arcq. 3) Y, por último, alienta futuras investigaciones, aunque hay que aclarar que los archivos de Rahon los vendió una sobrina al Getty Research Institute de Los Ángeles, y que Christine no los pudo consultar debido a la pandemia y porque todavía no están disponibles en línea. En suma, Frérot, ante la nula recepción de su obra en Francia, nos convence de la urgencia de revalorar a Alice Rahon como se merece.

Para terminar, quiero contarles una anécdota curiosa, y que tiene que ver con la desintegración del surrealismo en Europa por efecto de la Segunda Guerra Mundial. Conocí hace poco una joven estadounidense, vitralista con pinta de modelo, que posee un espacio underground en la colonia Portales para acoger a artistas multimedia, grafiteros y de performance. El espacio se llama The Womb (La Matriz) y recientemente tuvo inauguración a puertas abiertas. Resultó que esta joven, de seudónimo Joui Turandot, es sobrina nieta de la cineasta francesa Agnès Varda y me contó que su abuelo, Yanko Varda, había muerto de un ataque cardíaco en México, en 1971, saliendo del avión que lo trajo a visitar a su ex amante Alice Rahon.

Alice Rahon, un destino mexicano, Artes de México, páginas 65 y 66, 2024.

Yanko Varda (1893-1971) hacía collage y mosaicos, y formó parte de la vanguardia parisina y londinense de los años veinte y treinta. Pasaba los veranos en la casa del crítico y coleccionista Roland Penrose, el esposo de Valentine, poeta con quien Rahon viajó a la India en 1936 para escapar de un amorío con Picasso. Y allí, en el sur de Francia, Yanko Varda conoció a Paalen y convivió con Miró, Derain, Ernst, etc.

En víspera de la Segunda Guerra Mundial, Varda se mudó a California, donde fundó una comuna pre-hippie con Henry Miller, a quien presentó a Anaïs Nin, quien era amiga de Rahon y le dedicó unos párrafos admirativos en sus Diarios. Luego Varda compró, con el pintor surrealista inglés Gordon Onslow Ford, un viejo ferry boat en Sausalito para hospedar veladas literarias y de desenfreno. Gordon Onslow Ford estaba casado con Jacqueline Johnson, quien en la revista DYN de Paalen reseñó la primera exposición individual de Rahon en la GAM; Christine Frérot menciona en su libro que ambos, Gordon y Jacqueline, se establecieron en Pátzcuaro donde acogían a artistas e intelectuales emigrados como la pareja Paalen-Rahon; y anota Frérot: “Alice Rahon describe este lugar como “una isla suspendida en la luz.” (p. 62), lo cual nos remite inmediatamente a la calidad evanescente de sus cuadros…

Me encantó el encuentro fortuito con la excéntrica Joui Turandot en vísperas de esta presentación del libro de Christine Frérot. Interpreto esa coincidencia como una prueba de la interconexión de ideas y personas talentosas en los círculos creativos en que se desarrolló Alice Rahon en el continente americano, y como un eco de los fenómenos culturales, de la vida de Alice Rahon y de su pintura que describe Christine en su libro.

Presentación del libro en el Museo Kaluz, realizada el 28 de junio de 2024

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