Fabrizio Mejía Madrid
17/07/2024 - 12:05 am
Este hombre ensangrentado
«No se puede saber a ciencia cierta qué es el trumpismo, con un lider, este hombre ensangrentado y con el puño derecho en alto, salvo por lo que dicen ellos de sus opositores».
¿Quién es este hombre que aparece en la fotografía con el puño derecho en alto, sangrando de una oreja, con la bandera de las barras y las estrellas de fondo? Este hombre es Donald Trump, ahora candidato presidencial del Partido Republicano para las eleccciones de noviembre. No es el mismo Trump de su primera contienda electoral. Le han pasado muchas cosas en el camino y ha acumulado ganas de venganza. Para empezar, perdió su propia relección en 2020 contra los Demócratas de Joe Biden que, ahora es un hombre desorientado, incoherente, que le extiende el saludo a quien no está ahí. Este hombre al que un muchacho republicano le disparó para asesinarlo en Butler, Pensilvania, quiere volver a la Casa Blanca para hacer lo que realmente se proponía en el primer periodo como Presidente que —digámoslo con todas sus letras— fue un caos admnistrativo, y tuvo más memes que decisiones de política pública. Pero lo que define a este hombre ensangrentado con el puño en alto gritando: “Pelea, pelea”, es que no ha dejado de trabajar para regresar a su cargo presidencial. Trató de negar la derrota, la litigó, y finalmente mandó formar ocho corporativos de activistas y abogados conservadores que agrupan a los que estuvieron detrás de la toma del Capitolio el 6 de enero de 2021.
Cuando perdió la reelección en 2020, este hombre mandó que el Instituto para la asociación conservadora, (Conservative Partnership Institute) cuestionara los resultados desde un día antes. El abogado republicano, Sidney Powell, ideó la estrategia que sólo lo él no consideró absurda, de que las máquinas de conteo de votos, fabricadas por la empresa Dominion, habían sido usadas también en Venezuela. Menos estúpida fue la idea de Cleta Mitchell, del Instituto Conservador, de pedirle a los abogados de derecha una interpretación de la ley por medio de la cual el Vicepresidente era quien podía o no certificar la elección presidencial. Propuso tirar la elección en siete estados y reelgir los colegios electorales. Todo recaía sobre el Vicepresidente, Mike Pence y, de hecho, el mitin anterior a la toma del Capitolio, tenía como uno de sus objetivos presionarlo para que aceptara esa chicana lamentable. Ya con la multitud enardecida ese 6 de enero de 2021, también tenía como objetivo matar a Nancy Pelossi, la líder del Congreso. Para ella pusieron una horca a las afueras del Capitolio. Pero también emprendieron acciones supuestamente legales. Cleta Mitchell y Trump le llamaron por teléfono al secretario del estado de Georgia con una petición: “Encuéntrame 11 mil 780 votos”, le dijo Trump descaradamente pidiendo que hiciera un fraude electoral. Pero igual perdió. Todavía meses después de que Joe Biden hubiera tomado posesión como Presidente electo, Save America, la organización de Trump estaba financiando a los bufetes de abogados para tirar la elección en Arizona y Georgia. La organización de litigio estratégico, Brújula Legal, está financiada en parte por la Asociación Nacional del Rifle y le dio asesoría legal a todos los que fueron acusados de intentar el fraude electoral. Para estos abogados, ser acusados por el sistema judicial es un timbre de honor y saben que cuentan con apoyo financiero para defender sus ilegalidades. La idea de una conspiración para perseguirlos políticamente es quizás el único rasgo esencial del trumpismo. Sostienen que los demócratas convirtieron al gobierno federal en un arma contra los conservadores y a eso le llaman el Estado profundo, en el que tanto el Departamento de Justicia como la comunidad de inteligencia estadounidense se confabulan para silenciar las voces de la derecha. Y Trump es el máximo mártir del movimiento conservador.
Este es un hombre con la oreja sangrando y el puño dertecho en alto, es quien le ordenó a Ginni Thomas, la esposa de un ministro de la Suprema Corte, hacer listas de todos aquellos que colaboraron con la justicia para acusarlo. Es un hombre que quiere algún tipo de retribución por lo que, según él, le hicieron: acusarlo de tratar de revertir por la fuerza la elección presidencial. Ahora se concentra en la lealtad. Este es un hombre que demandó “lealtad” cuando el Secretario de Defensa le dijo que no se podría invadir México y cuando Homeland Security le informó que dispararle a los migrantes en el Río Bravo era una violación de 70 leyes al mismo tiempo. Para Trump estas son deslealtades que deben ser castigadas. Por supuesto, en su lista están sus propios colaboradores, incluyendo la ex embajadora en Ucrania, que testificaron en su contra por tratar de condicionar la ayuda exterior a que se investigaran los negocios del hijo de Joe Biden en ese país. A todos los que hablaron en las audiencias contra él, de su manejo de documentos oficiales, de sus llamadas telefónicas de política exterior e, incluso, de sus devaneos sexuales con dinero público, este hombre ensangrentado con el puño derecho en alto les ha jurado una revancha. “A todos los traicionados”, dijo en Miami, “les prometo que yo soy su retribución. Soy su guerrero. Soy su justicia”.
Escirbe esta semana Jonathan Blitzer en The New Yorker: “A finales de 2021, el Instituto Conservador había ayudado a formar ocho nuevos grupos, cada uno con una misión diferente pero complementaria. La American Accountability Foundation se centró en atacar a los candidatos de Biden. La State Freedom Caucus Network ayudó a los legisladores estatales a crear sus propias versiones del House Freedom Caucus para desafiar a sus instituciones republicanas locales. La Red de Integridad Electoral, dirigida por Mitchell, capacitó a voluntarios para monitorear los lugares de votación e investigar a los funcionarios electorales estatales y locales. American Moment se concentró en formar a la próxima generación de empleados conservadores en Washington”. El reportaje de Blitzer es sobre un grupo de ultraconservadores tratando de ser el contrapeso interno del Partido Republicano, de sus Ted Cruz y sus Greg Abotts. No se sabe qué son porque se auto definen tanto como “conservadurismo anti-establishment” como “nacionalistas cristianos”. Lo que sabemos es que están convencidos de que el enemigo es interno: los liberales de los derechos raciales y de género, lo que ellos llaman “woke”, es decir el “buenaondismo”, los medios de comunicación corporativos, y Hollywood. Sin tener una definición propia, se definen ante el enemigo que los persigue, los aplasta, los traiciona. Ahora, a los liberales se les une otro enemigo: los propios republicanos que aceptaron la derrota de la elección de 2020 y los que colaboraron con la justicia para fichar a Donald Trump. Este es el hombre que vemos en la fotografía probablemente trucada para que tuviera una bandera norteamericana que no aparece en otras fotos.
Este hombre ensangrentado y con el puño derecho en alto ha recibido 900 páginas de un documento llamado Proyecto 2025 que contiene las soluciones para todo lo que salió mal la primera vez. La parte de la inmigración la redactó Stephen Miller, el principal asesor político de Trump y quien le escribía los discursos. Miller propone resolver lo que salió mal en el primer periodo de Trump: la falta de personal en la frontera para hacer los arrestos, la negativa de los funcionarios demócratas a hacer lo que se les ordena. Plantea deportar a un millón de personas por año. Para ello, Homeland Security no sería suficiente por lo que se plantea llevar al ejército a la frontera con México y habilitar campos de concetración para detener a los inmigrantes ilegales. Sumado a esto, se plantea expandir la prohibición de que entren a los Estados Unidos los que provienen de países musulmanes y negar las visa de estudiante a quienes se considere activistas políticos.
El documento que ha costado ya casi 20 millones de dólares, tiene una base de datos de todos los ervidores públicos organizada por Oracle. El reportero del New Yorker, Jonathan Blitzer tuvo acceso al documento que plantea un primer día de gobierno de Trump. La primera acción es destituir al director del FBI, Christopher Wray, quien fue instrumental en el arresto de los que tomaron el Capitolio el 6 de enero de 2021. Se le achaca haberse puesto del lado de los perseguidores políticos, porque —hay que escucharlo— el trumpismo consiera a los encarcelados por irrumpir en el Capitolio como “presos políticos”. Escribe Blitzer que la pregunta que Trump le hizo a Mike Pompeo de “¿Cómo nos iría si fuéramos a la guerra contra México?” sigue presente en la idea de bombardear a los cárteles de la drogas como se hizo en Medio oriente contra los terroristas.
Otro foco rojo es el del trato a la oposición liberal en los Estados Unidos. Escribe Blitzer: “Los cercanos a Trump también anticipan grandes protestas si gana en noviembre. Su primer mandato estuvo esencialmente marcado por manifestaciones, desde la Marcha de las Mujeres y los mítines contra la prohibición musulmana hasta el movimiento de masas que salió a las calles después del asesinato de George Floyd, en el verano de 2020. Jeffrey Clark y otros han estado trabajando en planes imponer una versión de la Ley de Insurrección que permitiría al Presidente enviar tropas para que sirvieran como fuerza policial nacional. Invocar la ley permitiría a Trump arrestar a manifestantes, me dijo la persona. Trump estuvo a punto de hacerlo en los últimos meses de su mandato, en respuesta a las protestas de Black Lives Matter, pero fue bloqueado por su Secretario de Defensa y el presidente del Estado Mayor Conjunto”.
No se puede saber a ciencia cierta qué es el trumpismo, con un lider, este hombre ensangrentado y con el puño derecho en alto, salvo por lo que dicen ellos de sus opositores. Para ellos Joe Biden es “el presidente más corrupto en la historia de Eastados Unidos”, “desatará la Tercera Guerra Mundial”, o “ha emprendido una guerra contra las mujeres y los niños”. Esto último se refiere a una creencia conservadora de que la elección de género es un atentado contra Dios. El enemigo ya no es externo como en las guerras imperialistas de la Guerra Fría o la lucha contra el terrorismo, sino interno y son los liberales de las universidades, las historias de Hollywood, los inmigrantes, sobre todo, los mexicanos. Todo ello con una idea relgiosa de lo que significa la política: la idea de la retribución por los resultados de la Guerra de Secesión, el movimiento anti-guerra de Vietnam o Irak, el avance de la corrección política y, sobre todo, el fin de los puestos de trabajo en Estados Unidos como consecuencia de la globalización.
Un documental de HBO llamado “El amor ha trunfado” es el cierre de esta videocolumna. Cuenta la historia de Amy Carlson, una gerente de un McDonalds que se convierte en lider de una secta religiosa que, entre otras cosas, cree en que Donald Trump es un ser “galáctico” que ha venido del espacio para salvar a la Humanidad. Si lider se hace llamar, por supuesto, la Madre de Dios, y recibe mensajes tanto de Trump como del comediante Robin Williams. La secta se forma vía Facebook y terminan llevando el cadáver de La Madre de Dios por todo Estados Unidos, creyendo fervientemente en que sigue viva porque, de haber ascendido hacia la nave espacial, se habría llevado también su cuerpo. Lo cierto es que Amy Carlson había muerte de desnutrición, fallas en el hígado por exceso de alcohol, y por tomar colágeno de plata, que ella creía que era una medicina natural. Pero lo que me interesa de esta secta, además del “ser galáctico” de Donald Trump, son sus integrantes. Uno de ellos, llamado, por supuesto, el Padre de Dios, Juan Castillo, un teporocho que, hasta su llegada a la secta, vivía en las calles de Los Ángeles, sin casa y de trabajos informales como electricista. Al ser entrevistado sobre los motivos para afiliarse a la secta de la Mamá de Dios, Castillo simplemente dice: “Ella me dijo que yo era luminoso”. Y, en cierta medida, esa extraña oposición que es el trumpismo que ha crecido en contra incluso del propio Partido Republicano, sienten que, de alguna extraña forma, un magnate inmobiliario de Nueva York, un junior que heredó su fortuna, un conductor de realities, un bravucon, los encarna. Lo verificable es que tiene una mitad de la intención de voto en los Estados Unidos, a pesar del desastre que fue su primera administración, donde hubo más cambios de secretarios que en las anteriores cinco Presidencias. Ese es el hombre ensangrentado con el puño derecho en alto que enfrentará al ausente Joe Biden, si es que no lo cambian por otro candidato. Es ese hombre que nunca se sabe qué va a hacer, que no tiene realmente un plan de gobierno. Cuando se le preguntó por el Proyecto 2025 dijo que no lo conocía ni tenía nada que ver con ellos. Que les deseaba, sin más, mucha suerte.
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