Latinoamérica 21
21/06/2024 - 12:05 am
El modelo cepalino toma Washington
El comunismo se nutría de la pobreza más que de argumentos técnicos sólidos. Por ello, no sólo no se miraba con malos ojos la propuesta desarrollista del modelo cepalino, sino que se le otorgó ayuda financiera.
Por Ottón Solís
En los años 50 la Comisión Económica para la América Latina (CEPAL), cuestionó, a partir de investigaciones de, entre otros, Raúl Prebisch, Hans Singer y Celso Furtado, la conveniencia de anclar la participación en el comercio internacional a partir de la teoría de la ventaja comparativa y el libre comercio. Desarrollaron la teoría del intercambio desigual para explicar el deterioro estructural de los términos de intercambio de aquellos países que de acuerdo a su ventaja comparativa se especializaran en la producción de productos agrícolas y materias primas.
De ahí surgió lo que se ha conocido como el modelo cepalino. Éste consistía en promover la industrialización, dotando de rentabilidad la producción local de productos industriales previamente importados, por medio de proteccionismo arancelario y subsidios. Así, los países latinoamericanos optaron por no esperar a que en algún momento las fuerzas del mercado y el libre comercio fomentaran su industrialización. En su lugar adoptaron los fundamentos del modelo de industrialización por substitución de importaciones (ISI) propuesto por el modelo cepalino.
Esa distorsión de las fuerzas del mercado y esa apuesta por la mano visible del Estado no fue desaprobada por Washington y las capitales occidentales. El comunismo se nutría de la pobreza más que de argumentos técnicos sólidos. Por ello, no sólo no se miraba con malos ojos la propuesta desarrollista del modelo cepalino, sino que se le otorgó ayuda financiera.
Sin embargo, ante la crisis económica mundial de inicios de los años 80 y la llegada al poder de Ronald Reagan y Margaret Thatcher en Estados Unidos y el Reino Unido, respectivamente, las fuerzas que siempre habían creído en el libre comercio y la ley de las ventajas comparativas, apoyadas por el FMI y el Banco Mundial, promovieron la idea de que la crisis en América Latina y otros países del Sur Global era culpa del modelo cepalino. Un nuevo consenso se impuso, el Consenso de Washington, con indiferencia al hecho de que la crisis afectó a países ricos y pobres mucho de los cuales nunca habían implementado las políticas del modelo cepalino.
En nuestro continente, aquellos que siempre buscan los sitios donde más les calienta el sol, muchos de los cuales habían sido proponentes y defensores del modelo cepalino cuando estaba de moda, de repente se convirtieron en asiduos defensores de la nueva moda: el neoliberalismo del Consenso de Washington. Los economistas y líderes más prominentes de los partidos social demócratas competían para ver cuál defendía mejor ese consenso, evaporando de esa manera toda diferencia conceptual con los partidos de derecha.
China, en un contexto diferente al latinoamericano, ha tenido éxito económico y social desde que llegó al poder Deng Xiaoping, con políticas económicas eclécticas, donde a la par del mercado y la empresa privada, se han puesto en práctica, estrategias semejantes al intervencionismo impulsado por el modelo cepalino. Ha logrado tasas de crecimiento económico superiores a cualquier otro país y región del mundo y ha excluido de la pobreza a más de 800 millones de sus habitantes.
Su modelo, ajeno tanto a la ortodoxia socialista como a la neoliberal, es tan competitivo que se ha convertido en una amenaza a la supervivencia de amplios sectores productivos de las principales economías occidentales. Por ejemplo, hoy China se ha apropiado del 75 por ciento de la industria mundial de energías limpias.
Ante esa situación uno hubiese esperado, dadas las predicas del neoliberalismo, que Estados Unidos y Europa Occidental hubiesen eliminado cualquier resabio de proteccionismo e intervencionismo estatal, con el fin de derrotar, con la mano invisible del mercado, a una economía China enamorada de la mano visible del Estado.
Pero no ha sido así. Una vez más, las economías occidentales están apelando al intervencionismo del estado para proteger sus industrias y sus mercados. Así ha ocurrido en múltiples ocasiones. Tanto ante la crisis del 2008 como otras más recientes, en lugar de confiar en las fuerzas del mercado para que encamine la economía, se han invocado nacionalizaciones, subsidios y exoneraciones tributarias.
Desde la administración Trump, Estados Unidos ha profundizado su desconfianza en la mano invisible del mercado para competir con China. El proteccionismo arancelario iniciado en su Gobierno, ha sido profundizado por el Presidente Biden, el cual recientemente impuso impuestos a las importaciones de un 100 por ciento a algunos productos. Hoy ambos buscan votos disputándose galones proteccionistas. Además, con la Ley para Reducir la Inflación (entre otras), Estados Unidos está transfiriendo subsidios multimillonarios a empresas, no seleccionadas por el mercado, sino por la burocracia y los políticos, con el fin de fomentar la producción local de bienes considerados estratégicos para el desarrollo económico de Estados Unidos.
Las políticas no distan de las que acompañaron el modelo ISI. Pero esto no obedece a que en los corredores de poder de Estados Unidos se han infiltrado herejes cepalinos. La realidad es que las prédicas del libre comercio han sido oportunistas y no técnicas. Cuando se promovieron fue con la intención de facilitar el acceso de los exportadores de ese país a nuestros mercados, no la de promover el desarrollo de los países pobres.
Estados Unidos y Europa han ido construyendo excusas para justificar sus guerras comerciales contra China: anteayer era el supuesto dumping, ayer amenazas a la seguridad. El último alegato es que China tiene sobrecapacidad productiva lo cual, en palabras de la Secretaria del Tesoro Janet Yellen, “puede terminar en grandes volúmenes de exportaciones a precios deprimidos”. Sin embargo, cuando China aún no era tan competitiva, más bien se le abrió el acceso a la Organización Mundial del Comercio (2001) y se le dio la bienvenida a su incorporación a las cadenas globales de valor agregado. Ello a pesar de que la ideología China era la misma que la de hoy y sus apoyos a la producción local (dumping) eran aún más intensos.
No es la primera vez que el pragmatismo mercantilista dirige las políticas comerciales de Washington y las economías más desarrolladas. ¿Qué dumping, qué amenaza a la seguridad y que sobrecapacidad productiva se gestan desde algunos países del continente cuando Estados Unidos impone cuotas máximas a las exportaciones de carne y azúcar o cuando Europa protege a los agricultores de las Canarias con aranceles a nuestras exportaciones de banano? ¿Cuáles de esos factores explican los multimillonarios subsidios que esas potencias otorgan a su sector agrícola?
Entiendo las contradicciones entre las prédicas y la práctica proveniente de esos exitosos países; defender los intereses nacionales es la primera obligación de todo gobernante. Por lo demás, es del análisis de especificidades y del pragmatismo y no de los dogmas neoliberales o socialistas de donde se han nutrido las políticas tanto de los viejos países exitosos como de los nuevos (Singapur, la República de Corea, la Provincia de Taiwán, China). Lo que nunca he entendido es como en nuestra parte del mundo hay tantas personas que se han tragado el cuento, al punto de defenderlo como si fuese producto de su propia creación y la extrema facilidad con la que cambian de discurso de acuerdo a lo que predique Washington.
Pero bueno, esa interesada volatilidad hoy podría rendir frutos positivos. Ante el renacer del modelo cepalino en Washington (¿neocepalismo?), no me sorprendería que pronto escucharemos, las mismas voces locales que promovieron el Consenso de Washington y defendieron a capa y espada los TLCs redactados en Estados Unidos, lisonjeando el proteccionismo y la interferencia del Estado en las fuerzas del mercado.
Lo que sí es seguro es que hoy, cuando las economías occidentales intentan competir con China imitando su modelo distorsionador de las fuerzas de mercado, a los tecnócratas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, y a los políticos de Estados Unidos se les terminó la condescendencia con la que han impulsado en el mundo políticas neoliberales y la ortodoxia del mercado. ¿Al igual que el fracaso de la Unión Soviética mostró el disparate del comunismo, el neocepalismo, afincado en Washington, muestra el disparate del neoliberalismo?
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