María Rivera
13/06/2024 - 12:01 am
Democracia
«Hay que conceder que hay un muerto en la sala: el cadáver de sus ideas y aspiraciones para el país que ya no gobiernan».
Estos días, querido lector, se escribe mucho sobre la democracia. Los opinadores de mesas de discusión la traen para acá y para allá, o mejor dicho, sus sepultureros. Leyendo y escuchándolos, uno se pregunta ¿en serio pueden decir que la democracia se ha acabado, tras tener las más grandes elecciones democráticas que el país ha tenido? Todo es muy extraño, querido lector. Y yo diría, más que extraño, delirante. La oposición y sus intelectuales no parecen haber entendido nada, o más bien, no han querido entender nada. El sesgo con que se leen los resultados, entre diagnósticos estrambóticos, termina por dar risa. Desde la “desencadenadora” Denise Dresser, que “le quitó las cadenas a los mexicanos” que necios e ignorantes se las volvieron a poner, hasta los que, en el colmo del ridículo, argumentaron que en México hubo una “elección de Estado”. Ya se les olvidó que durante la dictadura perfecta del PRI no había INE y que, en realidad, no había sino simulación de las elecciones, organizadas por Gobernación: esas sí eran elecciones de Estado. También, ya se les olvidó que durante la transición democrática, los partidos compraban votos, desviaban recursos; nada, se les borró de la memoria. También que la alianza entre el PRI, el PAN y PVEM gozaron de mayorías calificadas en el Congreso y con ellas modificaron la Constitución para llevar a cabo sus reformas. Sí, querido lector, se les olvidó, naturalmente, la resistencia que opuso la izquierda, entonces la oposición, y que resultó inútil: eran una minoría, irrelevante numéricamente. Ya se les olvidó que pasaron su mayoría sobre ella muchas veces y adujeron que las reformas eran obra de la democracia.
Ya se les olvidó que su hegemonía durante tres sexenios no les parecía preocupante, ni especial, ni autoritaria, ni ponía en riesgo a la democracia: ningún intelectual le escribió una esquela. Tampoco les inquietó que no hubiera habido alternancia en la presidencia en el año dos mil doce. No leyeron como signo de “autoritarismo” o de un “régimen autocrático”, que el PAN repitiera en la presidencia, sino como la manifestación de la voluntad ciudadana democrática que había que defender con uñas y dientes. Pero ya se les olvidó. Les pasó de noche que, durante dieciocho años tuvieron una hegemonía política y pasaron todas las reformas que quisieron. Sus “pactos por México”, sus aplanadoras legislativas ya se les olvidaron. Ya no se acuerdan de las manifestaciones de la izquierda afuera del Congreso ante sus reformas o ante la toma de posesión de sus presidentes. Ya se les olvidó su autoritarismo y sus crímenes, seguro que ya ni se acuerdan de Juan Francisco Kuykendall o de Alexis Benhumea, de los asesinados en Tlatlaya. Ya se les olvidaron las sesiones maratónicas, e inútiles, contra la reforma energética. También, se les olvidó que su sistema democrático reprimía a disidentes, a movimientos populares de manera violenta. Sí, se les borró Atenco, y las violaciones de mujeres. También se les olvidó cómo el expresidente entregó el gobierno a un narcotraficante, o cómo otro gobierno despareció a 43 estudiantes. Ah, esa democracia ya se les olvidó. Se acuerdan de una, ideal, que no, no existió como la pintan, querido lector, pero que lloran como si hubiera existido y, en un futuro y por culpa de Morena, se hubiera perdido. Doblemente extraño, querido lector, se lamentan por algo que no existió y que, además, se va a perder en un futuro que no existe… todo porque ganó las elecciones por segunda vez consecutiva la izquierda.
O tal vez sí se acuerdan, y en realidad no se reponen a la irrefutable verdad de que ya no son los representantes de la voluntad mayoritaria, ni lo serán por los próximos seis años; que su proyecto político ya no determinará el destino del país en una marcha ininterrumpida de la Historia. ¡Qué tiempos, querido lector, cuando no había alternancia real en el poder, fuera del PRI y el PAN, que sí, eran el prian! Esa democracia que hoy tanto defienden donde los poderes y contrapesos estaban cooptados. Sí, esas, sus instituciones judiciales y autónomas que no pocas veces fueron sus comparsas. Claro, muchos sí nos acordamos, pero ellos ¿cómo van ahora a entender lo que ocurre, si no lo reconocieron entonces, cuando tenían el poder?
Por eso, querido lector, por la amnesia de los opositores, en el presente hay dos versiones, totalmente opuestas e incompatibles, de lo que ocurrió el 2 de junio en México y, sobre todo, del futuro bajo el gobierno de la próxima presidenta Claudia Sheinbaum. Para la mayoría, es una fiesta democrática porque ganó el proyecto por el que votaron y para la minoría que votó en contra, un velorio. Y es cierto, hay que conceder que hay un muerto en la sala: el cadáver de sus ideas y aspiraciones para el país que ya no gobiernan. Sufrieron una enorme pérdida, pero de ellos, no del país, ni de la democracia. La pérdida de la narrativa que ya no impondrán, como hicieron, durante décadas.
Eso solo ocurre en una auténtica democracia, querido lector, en sociedades capaces de determinar su destino a través del voto ¿no cree? cuando la democracia está más viva y saludable que nunca.
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