Jorge Alberto Gudiño Hernández
09/06/2024 - 12:01 am
De regaños y pitonisos
Mi sorpresa mayor ha sido encontrarme con personas insultando a personas por el sentido de su voto. Incluyo a conocidos, a compañeros de estudio, a gente en círculos cercanos.
Cada uno de nosotros tiene derecho a festejar o lamentarse por los resultados electorales que se han ido conociendo a lo largo de esta semana. Dicha respuesta, ya sea emocional, razonada o una mezcla de ambas, depende, en muy buena medida, de nuestras preferencias electorales y, también, de cierta idea de futuro fraguada en la experiencia vital de los últimos años, sexenios o décadas. Como ya lo he comentado en este mismo espacio, las razones de unos y otros para votar por tal o cual partido son válidas siempre que sean sinceras.
Lo que más me ha sorprendido esta semana no son los resultados electorales, los berrinches de los partidos ni los vaivenes de ciertos actores políticos. Mi sorpresa mayor ha sido encontrarme con personas insultando a personas por el sentido de su voto. Incluyo a conocidos, a compañeros de estudio, a gente en círculos cercanos.
Les ha sido muy fácil denostar y calificar peyorativamente a los otros porque fueron capaces de votar como la mayoría. Insisto, no son figuras públicas ni comunicadores, no son políticos ni personas con cargos públicos; no es que estén defendiendo su hueso o algún contrato. Son personas comunes y corrientes.
Su justificación es tan clara como fantasiosa. Se arrogan el derecho de insultar porque ellos saben de cierto, con una certeza mayor a cualquier fe doctrinaria, lo que deparará el sentido del voto mayoritario. Hay quien podría decir que justo eso es lo que hacen los analistas: intentar predecir comportamientos a futuro a partir de datos presentes y pasados. Sólo que estas personas no son analistas ni necesariamente consumen las conclusiones que éstos generan (mucho menos las comparan entre unos y otros, que en los casos de adivinación sabemos que suele haber contradicciones). Así que, de nuevo, auguran un futuro gris y peligroso (como hace seis años, doce o dieciocho, siempre hay agoreros de ese estilo).
Lo que más me llama la atención es que, al calificar a los otros de “idiotas” o peores cosas, se asumen ellos mismos con una superioridad moral a toda prueba. Quien señala los defectos del otro es porque está encima de ellos.
Si siendo padre uno comete errores mientras busca el bienestar de sus hijos, asumirse como el parámetro moral para juzgar las acciones de otros que, no necesariamente, nos interesan, resulta absurdo. De ahí que el regaño sea más un asunto de coraje o incomprensión que de un conocimiento certero sobre lo que significará el futuro.
Insisto: podemos estar en desacuerdo con lo sucedido. De ahí a cargar con la culpa a quienes piensan diferente que nosotros lleva a la irracionalidad de asumirse superiores. Toca hacer muchas cosas para garantizar el futuro, el individual y el del país, insultar a quien no comparte nuestras ideas, finiquita el diálogo que se precisa para llegar a acuerdos.
No es tiempo de pitonisas ni de regaños. En verdad, eso de poco sirve.
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