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Antonio María Calera-Grobet

02/06/2024 - 12:05 am

La democracia según el otro

Un grupo de pensadores y escritores, ciudadanos al fin y al cabo, de distintas edades y oficios responden sobre la democracia.

Un tráiler con 960 mil boletas electorales arribó al Instituto Nacional Electoral en Veracruz. Foto: Victoria Razo, Cuartoscuro

Pregunté a 38 pensadores, creadores, escritores, ciudadanos mexicanos de distintas edades y oficios, me compartieran su idea de democracia. Ya fuera desde una palabra o hasta mil caracteres. Sin importar su orientación política, sin, digamos, frontalidad de escenario. No me importaba y creo que, a nadie, invitarlos a saber sus opiniones contra partidos, expresidentes, exdiputados, políticos en funciones y menos contendientes de esta coyuntura o no. ¿Qué piensas tú, puramente, por decirlo así, es la democracia? En sentido como se te antoje. Prometí publicar sus ideas sin cambiar una coma y todas juntas. Estas reflexiones son las que llegaron. ¿Qué es la democracia para ti?


Daniel Lezama

Esbozo de una democracia mexicana. En México, a diferencia de lo histórico y el devenir de Occidente, el toro de la democracia deberá tomarse por otros cuernos. Antes que la aceptación de un Estado de Derecho, asociémoslo primero con la idea del pacto social que rige toda convivencia. El pacto que une a los mexicanos es volátil y trágico: cimiento anclado en la mentira sobreentendida, en lo tácito, en un “toma y daca” de supervivencia y violencia ancestral. Actuaremos como iguales, tendremos igualdad de derechos en el bendito papel, en la coreografía de la cortesía social. Pero lo que se ve no se dice, citando al tremendo Juan Gabriel. Se nos aparecen hoy taras inmencionables: un atormentado hermetismo, un egoísmo que es urdimbre de dolor y rencor, la tozudez que es impermeable a la educación, o al despliegue o florecimiento de cualquier facultad u horizonte bienhechor.

Lo que Carlota de Habsburgo en un momento de lucidez amorosa llamó la “Nada Mexicana”: un vientecillo apenas, una oquedad invisible, pero más sólida e impenetrable que el granito.  Así, hoy parece resquebrajado ese pacto, y nos acecha la perdida y el terror acicateados desde el poder. Rasgado el velo de la simulación, que fue para bien o para mal el andamiaje funcional del siglo XX mexicano, se ha revelado hoy cómo el ejercicio cínico de la política – el arte perdido de equilibrar la polis-, usa de pretexto la igualdad democrática para manipular al cívicamente impedido, y establecer el mayoriteo y la opinocracia como perversión de la idea de equidad.

Tengamos presente que, contra todo pesimismo, las nociones libertarias también han tomado forma y rostro en México, sembrados en una conciencia que es como pedregal árido. La democracia, la representatividad, y la institucionalidad, facetas del idealismo occidental, del humanismo oriundo del lejano sol frugal del Mediterráneo que nos llama a todos libres, iguales, rebeldes; eventualmente constructores de un pacto otro que no es el del poder y el sometimiento, sino el del abrazo de los pares y la reconciliación de los opuestos. Este pensamiento logró hallar aquí tierras que en lo superficial son fatalistas y estériles, pero cuyas profundidades albergan un manto de aguas fértiles: Desde la égida de la nostalgia solar y rebelde para Flores Magón, la intuición de Madero o la alquimia del bronce y el volcán de Vasconcelos o Atl, el derrumbe rulfiano de los patriarcas arrepentidos, nace un guiño cómplice, el mestizaje, el trabajo amado, el deseo agazapado, el despliegue de la infancia en el paraíso terrenal. Surge en nosotros lo que podemos llamar una filosofía del destino y no de la fatalidad. Una contemplación del futuro tan pausada como la obsesión por el pasado. El barroco de la tierra y los hombres desembocando en un terco optimismo. Bajo las reglas floridas de la ficción y del arte, la democracia es tan posible como un sueño despierto. Dándose la mano la visión lúcida de la polis griega, con la gravitas y la austeridad del tequio antiguo. Un pacto de vida y acción, no una fingida igualdad. No somos iguales: estamos a la par, frente a un espejo siempre opaco. Yo es otro. Saberlo, éso es la democracia ilustrada. Dejemos de lado el fundado temor y ejerzámosla.

Jorge F. Hernández

Crecí en un bosque en otro idioma, entre los dos y catorce años inmerso en un apabullante purgatorio constante de lo que se conoce como: American Founding Fathers The Constitution, pero no nunca dejé de ser mexicano. A pesar de crecer en el extranjero y al llegar a México más o menos ya entrada la adolescencia, tuve la oportunidad de votar por primera vez y ya enterarme de los estragos que había sufrido la generación inmediatamente anterior a la mía para lograr un paisaje democrático en México, interrumpido, quizá, por la presidencia de Francisco I. Madero. Yo anulé el primer voto que me tocó emitir en mi vida adulta. Escribí sobre la boleta: “Que se acabe la farsa”. En los años en donde ya me sentía escritor y me preparé como historiador también, fui un mal demócrata porque nunca tuve en orden la credencial de elector. De hecho, como un error del sistema, llegué a tener cuatro versiones diferentes, con cuatro versiones diferentes de mis apellidos, o bien de mi nombre, o de la “F” con la que firmo. De manera que nunca puse en orden aquello y me fui envejeciendo como un amargado crítico que parecería desconocer la democracia. Acepto que tal vez la desdeñe. Fue hasta tener hijos brillantes, músicos fantásticos, que con sus letras y sus vidas me ayudaron a ser un poco más democrático y creer más en la pluralidad de un contrato social, quizá, más justo que nos merecemos como anhelo, pero la pasada década viví en España y no fui votante de lejos. Ahora regreso a México, a vísperas de las elecciones, no tengo la credencial para poder confirmar que, en primer lugar, la democracia es un gerundio que se construye mientas se camina, al igual que sucede en el sendero de la sobriedad para quienes padecemos la enfermedad del alcoholismo. La democracia es de todos los días, es de tolerancia, pero también no funciona sin libros o sin leer, leer por placer para convivir en armonía. A lo mejor esa sería mi definición ideal de democracia.

Guillermo Fadanelli

“La democracia no es solamente la suma de los votos, sino, según pienso, es un concepto y una estrategia que persigue el bienestar y el progreso de la mayoría de los ciudadanos (no la tiranía política de su representación). Su finalidad es la equidad y la justicia en el seno de la convivencia pública. El político es el criado de la cosa pública, o de los asuntos comunes.”

ROCÍO CÉRON

Trueno del temporal: oigo en tus quejas

crujir los esqueletos en parejas,

oigo lo que se fue, lo que aún no toco

y la hora actual con su vientre de coco.

Y oigo en el brinco de tu ida y venida,

oh trueno, la ruleta de mi vida.

Ramón López Velarde

Observamos desde un presente que se quiere claro, pero no lo es, ¿qué se mira entonces?, ¿qué no se mira?: nebulosas. Realidades múltiples que conforman una realidad que vuelve a hacerse múltiple según la persona y sus circunstancias. Un país es una construcción de subjetividades, para unos es un país ideal, para otros es un infierno. Pensar un país es pensar la relación que uno tiene con éste desde la infancia. Relacionarse con la idea de “país”, de “nación”, de “democracia”, comienza no sólo en las aulas, la historia se teje con la vida en las calles y en la casa donde no siempre hay un reflejo exacto de los discursos oficiales. La conformación personal se anuda entre el deseo de una colectividad democrática, plural y de igualdad y el paisaje enrarecido de corrupción, desigualdad, racismo, clasismo y pobreza que permea, y ha permeado, a México desde hace siglos.

Desde niña supe que vivimos en un país de promesas. México se asienta entre el colapso y la resurrección. El país se desangra en pugnas políticas y económicas. Pero sé que más allá de los discursos caducos de políticos de derecha, izquierda, centro y todos los demás ángulos y tendencias, hay una fuerza colectiva que está ejerciendo la posibilidad de desestabilizar las promesas de siglos, los discursos caducos, las formas de hacer política en el país. Algunas promesas suenan igual que las dichas, y manoseadas, hace décadas, algunas no. Esa marea solidaria ante desastres naturales o la violencia (cáncer que carcome al país entero) movilice nuestra musculatura social, educativa y económica para generar nuevas formas de convivencia, de hacer comunidad, de crear espacios colaborativos y de respeto ante las diferencias.

La democracia exige ejercer la empatía y el diálogo, es en la pluralidad y el respeto en las diferencias donde se da el verdadero diálogo. No en el discurso único. Ahi se abre la posibilidad de ser otro para meterse en piel ajena, para caminar con otros músculos, en otra gravedad y peso, dejando lo propio para observar con los ojos de ese que nos es distinto o, incluso, ausente.

El cambio democrático no provendrá de la cúpula, ni de los partidos políticos, ni de los poderes fácticos, todo tenderá a desestabilizarse y eso habrá de cambiar incluso cómo se configuran los cuerpos, cómo nos relacionamos en el espacio público los unos con los otros. El espacio compartido es también el espacio de la mirada, del reconocimiento, de la escucha. Ahí no hay cabida para los discursos ni las promesas sino para un territorio de un instante continuo desde donde cuestionar y construir o reconstruir un país, el nuestro. Un espacio también donde la memoria tanto histórica como la de miles de subjetividades que dan rostro al país, deben ser revisitadas, releídas, escuchadas.

Pienso en la capa de injusticia, corrupción y desasosiego que permea a México desde hace décadas. Ahora que pienso en esta geografía, en sus paisajes, en su gente, en la fuerza demostrada a la hora del voto, pienso en horadar y crear puentes, aunque sea subterráneos, celulares, de pequeñas comunidades que resisten. Pienso en la educación como piedra de toque, de encuentro y avance. Pienso en un compromiso entre las personas, entre los vecinos, entre el pasajero de al lado del colectivo, un compromiso de respeto, de tolerancia, de reconocimiento. Mirarse a uno mismo en los gestos de alguien que está frente a nosotros, es decir, verse en la humanidad de ese otro.

No hay nada escrito aún, hay muchas voces, muchas promesas y un país sangrante y herido ante la inmensa problemática de violencia y los miles de desaparecidos, cientos de miles de familias rotas, desesperación e injusticia. La nebulosa seguirá mientras no seamos capaces de convocar a acciones de reconocimiento, de escucha, de diálogo: una democracia basada en la justicia. La escritura, y la poesía, siempre la poesía, son una de esas capas donde el vaciamiento de las voces personales permite que entre la voz colectiva al oído de un país, y de ahí al cuerpo entero. Estos próximo seis años, con una sociedad ya ejercitada en generar cambios, bien podrían ser el llamamiento a mirarnos las unas a los otros, y a la inversa, para construir espacios anómalos, distintos, subversivos. 

Élmer Mendoza

Dicen que no existe, pero sí, asegura Ray Bradbury a Ulán Bator. El ejemplo está en Crónicas marcianas. Lo mismo que en La autopista del sur, agrega Julio Cortázar acariciando a Adorno. ¿Acaso no escribí La región más transparente? Interviene Carlos Fuentes, que ahora canta una canción napolitana. En Amor en los tiempos del cólera, dejo esa vaina en claro, Gabriel García Márquez apura un whiskey que le sirvió Benito Taibo. Pedro Páramo trata justamente de eso, expresa Juan Rulfo, después de fotografiar a sus fantasmas. En Noticias del imperio, Maximiliano toma baños con ella en el jardín Borda. ¿Vieron cómo trato ese asunto en La noche de Tlatelolco? Elena Poniatowska toma asiento con el grupo. Es un Río Subterráneo, afirma Inés Arredondo, la hermosa. Es Libertad bajo palabra, asegura Octavio Paz, que mal resiste su antojo de churros con chocolate. Yo no lo sé de cierto, pero supongo, Jaime Sabines dice salud y solicita un cigarrillo. Es La contracultura en México, responde José Agustín, y le pasa las tres. Es El lado salvaje, opina Mónica Lavín y dice salud. Yo la percibo como Aquellas horas que nos robaron, revela Mónica Castellanos, pensando en Pasta de Conchos. Algo así como La corte de los ilusos, señala Rosa Beltrán, al cien en una caminadora. Puede que sea La palabra enemiga, de muchos, filosofa Jaime Labastida, luego de un putt perfecto. Son Los demonios de la culpa, asegura Sealtiel Alatriste, con un gesto amistoso y una copa de nostalgias. Quizá un Laberinto, Eduardo Antonio Parra enciende un cigarro. O La primavera del mal, F.G. Haghenbeck, acaricia su barba. Quizá un Complot Mongol, desliza Rafael Bernal y entra a un restaurant chino. Opto por El peso de vivir en la tierra, propone David Toscana, y se sirve otra copa. Definitivamente, no es Los recuerdos del porvenir, exclama Elena Garro y asusta a siete de sus gatos. Puedo vivir sin ella, pero no es lo mismo, digo yo, abrazando I should have known better, con Los Beatles y brindando decentemente por mis maestros, maestras, amigas y amigos del alma. Salud.

“La democracia no es solamente la suma de los votos, sino, según pienso, es un concepto y una estrategia que persigue el bienestar y el progreso de la mayoría de los ciudadanos (no la tiranía política de su representación). Su finalidad es la equidad y la justicia en el seno de la convivencia pública. El político es el criado de la cosa pública, o de los asuntos comunes.” Latebra Joyce, verano de 2024.

Antonio Gritón

La democracia comenzó a dejar de existir a la caída de la civilización griega. La democracia actual no es más que una trinchera muy bien elaborada del capitalismo en la que al 70 por ciento de la población, “democráticamente”, le “toca” ser pobre, al 29 por ciento ser de clase media y al uno por ciento ser rica, millonaria. Esa es la vulgar democracia moderna.

Hay que recordar que la democracia griega se sostenía sobre un sistema de esclavitud y de pago de tributos de pueblos conquistados como lo fue Egipto en su momento.

Hace ya más de dos mil años que se inventó la democracia y poco más de 400 años que el capitalismo la hizo resurgir para manipular a los pueblos y cabe hacernos la pregunta: ¿a estas alturas del año dos mil veinticuatro no hemos sido capaces de enarbolar nuevos sistemas de decisión?

Dentro del anarquismo o del comunismo, no hace falta la democracia porque todo mundo es buena persona, todo mundo es responsable porque se trabaja en comunidad y por el bien común

José Mauricio

Para mí, la democracia es un ejercicio de libertad instaurado desde la antigua Grecia, que nos permite elegir lo que creemos conveniente para nuestra sociedad.  Toda democracia conlleva un alto grado de responsabilidad y justo por eso tenemos que estar muy bien informados de por quién y por qué es que vamos a votar. El mayor enemigo de la democracia es la ignorancia y la apatía.

Alejandro Espinosa Galindo

El laboratorio más fantasmagórico de la ilustración

Pati Peñaloza

Un consenso/acuerdo social, en aras de la justicia y la libertad (dentro de lo posible).

Alejandro Gutiérrez Rincón

La voz colectiva que, desde el ágora de la participación, posibilita movimiento, acción y cambios a través de la dialéctica y la retórica.

Alfredo Ballesteros

La democracia es un ideal en el que la mayoría del pueblo decide sus formas y estrategias de gobierno. En nuestro sistema actual, se puede aplicar en pequeñas comunidades, pero es una mentira que se realice a nivel nación.

Luis Bugarini

La democracia es una mala herencia de la Revolución francesa, en donde el individualismo se impone al interés colectivo y hasta al sentido común.

César Martínez

Sinestesia

Rafael Salmones

Un sistema de acuerdos en el que inicialmente se privilegia la aritmética, pero sin excluir la palabra, los derechos, ni la importancia de que existan quienes no caben en la masa

Antonio María Calera-Grobet
(México, 1973). Escritor, editor y promotor cultural. Colaborador de diversos diarios y revistas de circulación nacional. Editor de Mantarraya Ediciones. Autor de Gula. De sesos y Lengua (2011). Propietario de “Hostería La Bota”.

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