Álvaro Delgado Gómez
21/05/2024 - 12:05 am
La carota de Xóchitl Gálvez
"Tras el debate del domingo, los prosélitos de Xóchitl Gálvez exhibieron en las mesas de análisis el enojo y la frustración, los rostros agrios y descompuestos del fracaso con la justificación del ataque y las mentiras".
El rostro de Xóchitl Gálvez es muy revelador de su estado emocional y político, de ella y de sus impulsores. De principio a fin del tercer y último debate presidencial ante Claudia Sheinbaum y Jorge Álvarez Máznez, volvió al talante del primero: Enfadada, tensa, impotente, harta, inexorablemente derrotada.
Tras el papelazo del debate del 7 de abril, cuando apareció incómoda y con cara de mal humor, Xóchitl Gálvez culpó al formato, al supuesto acoso de consejeras del Instituto Nacional Electoral (INE) y a las instrucciones contradictorias de sus asesores hasta por obligarla a vestir traje sastre. “Entonces yo realmente voy a hacer lo que yo pienso que debo hacer”, anunció, muy rebelde, tras el desastre.
En el segundo debate, el 30 de abril, ya vestida con el huipil de su preferencia, armada de cartelones y con un comportamiento de adolescente contra Sheinbaum, despuntó sobre todo por la retahíla de mentiras que le aconsejaron los fanáticos de la guerra sucia, pero no brilló más allá de sus prosélitos.
Este domingo 19 de mayo, a dos semanas de la elección, Xóchitl Gálvez alcanzó sus límites con un desempeño mediocre, paradójicamente cuando debería tener el más notable tras la movilización del PRIAN en el Zócalo y en vísperas de que personajes del mundo cultural le brindó su respaldo explícito.
Tras la campaña, que en los hechos ya terminó, en la candidata de la derecha se materializa el Principio de Peter, según el cual toda persona que realiza bien su trabajo es promovida a puestos de mayor responsabilidad, hasta llegar a uno que no es capaz de desempeñar, alcanzando así su máximo nivel de incompetencia.
En el mejor de los casos, el desempeño de Gálvez en el último debate ha cohesionado al electorado que tomó la decisión de votar por ella desde que, el 4 de septiembre de 2023, las élites la ungieron como su candidata y, en el peor escenario, hará crecer a Álvarez Máynez, que en cualquiera de los dos casos configura un desastre para ella y para la derecha.
¿A quiénes culpará ahora Xóchitl Gálvez? ¿A los que la llevaron desde temprano al Zócalo el mismo día del debate, justo cuando debía reservar su vitalidad para el esfuerzo final de la competencia, y sólo para pronunciar un discurso anodino y mentiroso, ella que en la transmisión jamás apareció ante la multitud?
¿Por qué quién se cree a estas alturas el cuento de que los mexicanos enfrenta la disyuntiva de tiranía o libertad, dictadura o democracia? Sólo militan en ese “relato maniqueo y falaz” los enanos que inventaron al monstruo de cien cabezas para sentirse guerreros gloriosos.
Pero el rostro descompuesto de Xóchitl Gálvez no es el único. Lo exhiben también sus impulsores, en particular los que armaron la coalición del PRIAN y su candidatura: El oligarca Claudio X. González Guajardo y los jefes de la intelectualidad opositora, Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín.
Tras el debate del domingo, los prosélitos de Xóchitl Gálvez exhibieron en las mesas de análisis el enojo y la frustración, los rostros agrios y descompuestos del fracaso con la justificación del ataque y las mentiras.
José Antonio Crespo, en algún tiempo considerado por algunos un académico serio, invocó a Maquiavelo para avalar las infamias: “Si no engañas no ganas”. Es tanto como el principio que guía al afamado periodista Raymundo Riva Palacio: “La verdad ya es irrelevante”.
Son exactamente los mismos que guardan un silencio cómplice sobre la reunión clandestina de la ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Norma Piña, con magistrados electorales, en diciembre del año pasado, para ponerlos a las órdenes de Alejandro “Alito" Moreno Cárdenas, presidente del PRI, y el coordinador de la campaña de Gálvez, Santiago Creel.
Son los que callaron, también, las reuniones secretas del presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), Lorenzo Córdova, en la casa del secretario ejecutivo, Edmundo Jacobo Molina, con los presidentes del bloque opositor, en pleno proceso electoral de 2021.
Alguna vez los intelectuales que se resisten a ser identificados con la derecha, aunque agiten todas sus banderas y ahora hasta dejen por escrito lo que todo mundo sabía, se ilusionaron con Xóchitl Gálvez.
Aguilar Camín escribió, el 10 de julio del año pasado, un ditirambo sobre Gálvez y su inesperada irrupción contra el presidente Andrés Manuel López Obrador: “Xóchitl tiene un discurso alternativo, un habla que conecta con la gente, y que tiene, sobre el discurso del Presidente, las ventajas de la frescura, la fluidez y el humor. No es un discurso construido por comunicadores o estrategas de campaña. Es un discurso que nace de la persona misma de Xóchitl Gálvez. El mensaje es uno con la mensajera. El discurso de Xóchitl brota de ella con naturalidad, como el de López Obrador, pero su emisión es aire fresco en el ambiente duro, polarizado y rijoso del habla del Presidente”.
Krauze también se embelesó con la senadora del PAN. Escribió el 3 de septiembre: “Xóchitl Gálvez no cree ‘encarnar’ al pueblo. Es parte natural de ese pueblo. Ahí reside su carisma. Mujer ante todo, y de origen modesto, indígena y mestiza, sojuzgada, liberada por sí misma, estudiante, ingeniera, empresaria, funcionaria pública, su biografía es una metáfora del mexicano que busca una vida mejor. Nada más, pero nada menos. Alegre, valiente, firme, no se doblegará”.
Pero el “fenómeno” que veían sus impulsores jamás se materializó y la frescura y alegría de Gálvez descritas por Krauze y Aguilar Camín se han tornado en enfadado e impotencia, fatiga y hartazgo, como lo deja ver el rostro de la candidata.
Con el espantajo reciclado de la “regresión autoritaria”, cuyo antecedente es el desplegado “contra la deriva autoritaria” de julio de 2020, este grupo de intelectuales firmó un manifiesto para llamar al voto por Gálvez.
Qué bueno que depongan la hipocresía y se asuman explícitamente en el polo de la derecha. Ejercen los derechos que la Constitución garantiza. Que se sepa, ninguno de los abajofirmantes firmó el manifiesto desde las mazmorras de la dictadura en la que dicen vivir.
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