Mi amigo Malcolm acaba de fallecer. Era el líder de la manada de chivos, los cuidaba y guiaba, fue el primero en partir por causas naturales, como suele suceder con el alfa en la naturaleza. La muerte de Malcolm fue tranquila y rodeado por sus compañeros. También era mi familia y aunque lo extrañamos, el dolor no es tan profundo como en otras ocasiones debido a la naturalidad del evento. En esta ocasión, no fue el resultado de la explotación.
Malcom vivió 12 años y era un chivo al que se le veía la paz en sus ojos, no quedaban restos de aquél inicio de su vida destinado a servir como alimento, todo lo que conoció es todo lo que le pudimos dar y lo que nos esforzamos en todos los santuarios por proveer a nuestros habitantes, paz, tranquilidad, alimento y salud.
Malcom era tierno y notaba la fragilidad del cuerpo humano, nos trataba con suavidad y disfrutaba de nuestra compañía y cariños físicos, le encantaba pararse en dos patas y recargarse en mi espalda para alcanzar las hojas de los árboles, le gustaba mucho la flor de bugambilia y las dulces hojas de un árbol de aguacate. Cada que entraba con el desayuno al corral de los chivos, él era el primero en saludarme, se restregaba en mis piernas como lo hacen los gatos, me gustaba pensar que se sentía como un abrazo, y aún cuando yo lo abrazaba, recargaba su cara en la mía, sin girar bruscamente, a veces pienso que sabía que sus cuernos podían hacerme daño si no teníamos cuidado.
Sin embargo, ¿cómo enfrentar tantas pérdidas en un lugar donde la esperanza de vida es tan corta? Sabemos tan poco sobre la vida de estos animales destinados a morir en su primer año de vida, pero al llegar al santuario, muchos viven hasta 15 años. Lamentablemente, muchos otros viven menos debido a los estragos en su salud causados por sus vidas anteriores y esto es sumamente común.
Cada individuo que llega al Santuario Libres Al Fin se convierte en parte de nuestra familia y amigos. Es imposible no crear vínculos afectivos con cada uno de ellos. Por tanto, podríamos decir que nuestros amigos y familiares mueren con bastante frecuencia. Lidiar con esto ha sido francamente muy difícil. El luto es breve porque para nosotros no existen las vacaciones. En esta vida que elegimos, hemos sacrificado muchas cosas, como la salud mental. Nuestros procesos de resignación y sanación emocional deben ser rápidos porque no podemos descuidar a los demás. La enfermedad para nosotros es un lujo. Sin buscar un papel de víctima, es importante exponer y ahondar en la vida emocional de las personas que se encargan y viven en un santuario de animales.
Somos personas sensibles y empáticas por naturaleza, lo que nos llevó a estar aquí. Nuestros corazones, llenos de parches y remiendos, han sido obligados a enfriarse un poco para enfrentar las pérdidas y continuar con fuerza. Lo más difícil es cuando no tenemos suficiente dinero para cremar a nuestros amigos y tenemos que cavar sus tumbas nosotros mismos. Es ritualístico y terapéutico de cierta manera, pero duele profundamente el alma, el primer puño de tierra es el más difícil, y así lo hacemos, hasta que cubrimos sus cuerpos por completo, dejamos sus rostros al final, para verlos por última vez, un último adiós, y entonces, comenzamos a palear la tierra, agotados y con los ojos hinchados, nos vamos a dormir profundamente.
Al despertar, el dolor regresa, pero no podemos hundirnos. Nos levantamos y atendemos a nuestra familia con el mejor ánimo posible. La catarsis ha terminado.
He perdido la cuenta de cuántos amigos he ganado y perdido, pero los recuerdo a todos. Ver sus fotos a veces desencadena lágrimas, pero el dolor se reduce significativamente con el tiempo. Aunque sabemos cómo consolar nuestras almas racionalmente, seguimos siendo personas sentimentales que experimentan el amor intensamente, y eso no es fácil.
Algunas personas dicen que sufro todo el tiempo, pero la verdad es que tengo más momentos felices que tristes. Cada día es un logro feliz tanto para mis amigos como para mí desde el momento en que les ayudé a tener una vida digna. Con esto en mente, podemos continuar. Como leí por ahí: «No tengo fuerzas para rendirme».