Tomás Calvillo Unna
10/04/2024 - 12:04 am
El pergamino del cielo
"La frecuencia de la creación es el secreto del agua".
Rendija:
El pasado 7 de abril se conmemoraron 110 años del nacimiento de Salvador Nava Martínez y 94 años de Enrique Gonzalez Pedrero; el primero originario de San Luis Potosí, el segundo de Tabasco. Ambos patriotas provenientes de tradiciones ideológicas distintas, dejaron valiosas huellas políticas: honestidad, inteligencia, sensatos, serenos, pulcros y valientes: ciudadanos en torno al sentido común, buscaron a su manera, construir democracia y buen gobierno.
I
Este cielo
tiene la sabiduría
en sus costados
de tenue plata
de blancos y grises,
que absorben:
deseos, preocupaciones,
dolores y anhelos,
y los convierten
en un viento tibio,
y en ocasiones,
en lluvia.
Es la frescura que se expresa:
la honestidad, como esencia de la conciencia
cuando se mira a sí misma en su desnudez;
es el arte del Ser que se expande en las alturas
desde la tierra.
II
Ese árbol del altiplano de San Luis Potosí
a orillas de la carretera,
proviene del Huerto de Getsemaní,
su sequedad,
la sed de su oración ausente
la soledad de la muerte en su corteza:
la real realidad estrujada
por la virtualidad,
su tragedia mayor:
la sustitución del canto y la escritura
que ostentan la vida:
las cuerdas vocales
que sostienen la bóveda
de las letras capitulares y sus notas:
en la hondonada del ruido,
al desprenderse, horadan la visión
sin poder asir el sentido de su quehacer:
se craquéela el entramado
del espacio tiempo
que esculpe la existencia.
III
Hay un desgajamiento interior
difícil de apreciar:
el reacomodo bioquímico
ante la velocidad
y las embriagadoras imágenes,
que consumen las palabras
para reducirlas al 0 de todo o nada,
al prensar los cimientos propios,
las raíces incineradas,
su identidad metafísica arrojada
a las fauces del éxito aciago.
Los dioses convertidos en fantasmas,
los relatos primordiales traducidos
en una ciencia ficción ya caduca;
esas estelas en lo alto de la cima
arquetipos desaliñados,
desplazados,
por el ruido avasallante
de los instantes,
su tejido, la red invisible
en la corriente de la sangre
su asfixia existencial, ignorada.
IV
Una ansiedad
que arropa la angustia
de la inevitable desaparición,
que se busca negar
una y otra vez
al propagar la avasallante partitura
de la virtualidad,
su dominio de la representación:
este laberinto de espejos que habitamos.
La condición humana convertida
en un reflejo de su ausencia.
Los instintos revestidos
de su fugaz poder de destrucción,
apropiados del entramado cultural
del arte mismo de los sentidos,
en su compleja herencia
que aloja nuestro tránsito minado,
por nosotros mismos;
el terror de desconocernos como prójimos;
la violencia enaltecida.
V
He aquí una pausa
de esta vasta angustia
de la renovada esclavitud infligida;
la inercia automatizada
de las redadas de cada amanecer:
los consumos exponenciales,
incluso en el territorio del alma:
la ignorancia contagiada de la posesión.
La frecuencia de la creación
es el secreto del agua,
el don de la contemplación,
su intocable reserva.
Intentar explotarla,
determinarla
y usufructuarla,
como condición de poder
es abrir las fauces del abismo,
la criminalidad empoderada.
La herida abierta en la selva
es un buen ejemplo.
Uno de tantos
como las cuerdas electrónicas
que atan nuestro caminar
en este desabasto
continuo del Ser.
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