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Antonio Calera

24/03/2024 - 12:05 am

José Gorostiza: Una encarnación

"Resulta por lo menos inquietante analizar, con la misma intención, este 'desdoblamiento” de personalidades, la relación que existe entre las partes del todo gorostizano: en cúal de ellas reside la médula artística, cómo se comunican y cómo se conforman, en su conjunto, la obra de uno de los escritores más apreciados de nuestra literatura".

"Si bien la diplomacia fue la vencedora en un mundo real, la que consumió mayormente el tiempo del poeta, la poesía parece haber ganado el gusto del autor". Foto: Facebook José Gorostiza

El hombre dividido

Dos divisiones operan usualmente en la vida de José Gorostiza. A una primera división –el diplomático al servicio de la patria y el poeta al servicio de la palabra— se superpone otra: un poeta sí, pero un poeta del intelecto, distanciado del hombre de carne y hueso, el que no ocultó su personalidad circunspecta, su clara introversión.

Y aunque resulta una obviedad que esta taxonomía de “tres Gorostizas” —el político, el poeta y la persona– responde al interés por facilitar un diagnóstico crítico de su obra, resulta por lo menos inquietante analizar, con la misma intención, este “desdoblamiento” de personalidades, la relación que existe entre las partes del todo gorostizano: en cúal de ellas reside la médula artística, cómo se comunican y cómo se conforman, en su conjunto, la obra de uno de los escritores más apreciados de nuestra literatura.

El poeta y su trabajo

Con respecto a su trabajo diplomático, las referencias vertidas por Gorostiza no fueron ni tenues ni esporádicas. Después de haber entregado gran parte de su vida al servicio exterior, requirió de un ajuste de cuentas recurrente y complejo con aquel pasado laboral. Si bien es cierto que el propio Gorostiza hace recaer hasta Lázaro Cárdenas las circunstancias que le permitieron escribir Muerte sin fin durante seis meses concentrados— un dato más bien curioso, pintoresco— es cierto que el autor de Canciones para cantar en las barcas, se arrepentía de no haber escrito lo suficiente y se adjudicaba dicha omisión a su trabajo de oficina.

Primeramente en 1965, con motivo de su ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, dijo Gorostiza a Alfonso Reyes, encargado de su recepción: “Nunca fui un escritor profesional que consagrara su vida a las letras. Hubiese querido serlo —¡quién lo duda!—, pero como tantos otros compañeros de letras, hube de poner la mayor parte de mi esfuerzo. En otra ocasión, Gorostiza haría referencia a su sentimiento de frustración: “No me puedo morir con la sensación de haber fracasado en la vida, de haberme frustrado, sino en parte, como poeta y eso no me gusta. Me hubiera gustado más trabajar en la poesía y menos en el Gobierno, aunque… sí… Me satisface haber servido a México en todo lo que pude. Pero a pesar de este tipo de autocríticas—encaminadas a reprobar la subordinación de su pluma al trabajo del despacho— resultaría muy atrevido afirmar que Gorostiza haya concebido su trabajo político como mero ejercicio de manutención: el autor de Muerte sin fin llegó a mencionar incluso, sentirse orgulloso del mismo. Por lo demás, su dedicación al servicio exterior, brindó al país numerosos frutos no siempre conocidos. Además de haber sido Secretario de Relaciones Exteriores en el Gobierno de López Mateos, Embajador y representante de nuestro país en numerosas conferencias internacionales, escribió documentos de indudable importancia política. Según nos recuerda Silvia Pappe, el poeta decidió en 1961, la postura mexicana de abstenerse a votar por la expulsión de Cuba de la OEA y es él quien redacta la nota diplomática con la cual México informa a Estados Unidos la expropiación petrolera de 1938.

El poeta y su trabajo real

Las opiniones citada anteriormente pudieran ventilar la permanente incomodidad de Gorostiza por tender lazos conciliatorios entre actividades tan diversas, por un lado la política, donde el autor es una pieza de un engranaje de cuerdas –posturas, consignas, comunicaciones, estrategias para afianzar el escudo del Gobierno–, y por otro la poesía, ese estado de conciencia individual donde uno es a la vez rey y víctima de su vocación, un ejército artístico de disfrutable sufrimiento.

Pero, ¿cuál de estas áreas del espíritu fue la victoriosa dentro de la mente de Gorostiza? ¿Qué forma de vida le interesó más? Sin duda se trata, por lo menos, de una lucha de preferencias compleja. Si bien la diplomacia fue la vencedora en un mundo real, la que consumió mayormente el tiempo del poeta, la poesía parece haber ganado el gusto del autor y, apoyándonos en las palabras de Jaime Torres Bodet, las cualidades diplomáticas de Gorostiza “por brillantes que fueran (y lo fueron en grado altísimo), no atenuaron jamás en su alma una luz perenne; la voluntad de encontrarse y de realizarse en la plenitud esencial de la poesía”.

Es cierto. Más o menos lastre, no fue la oficina gubernamental la que expulsó a Gorostiza de la literatura. El poeta que el político llevaba por dentro, supo extraer el tiempo suficiente a su servicio diplomático, darle oxígeno a su imperiosa necesidad interior. Además, cabe señalar que para el poeta mexicano, la dedicación a la poesía no significaba una tarea aislada de cualquier utilidad, un grito al vacío. El autor de Del poema frustrado llegó a reconocer que la escritura constituía también en sus últimas consecuencias, y después de su gran parábola, un servicio político. Dijo el autor de Declaración de Bogotá, si el arte cumple su fin —esto es si se cumple él mismo, si existe, si es de verdad arte–, propagará fatalmente los más altos ideales humanos de una época, realizando así, en el más puro sentido de la palabra, una función política insustituible.

Para Gorostiza era posible que la poética derivara en la política. Y en ese sentido, a través de sus letras –un sueño para él era el de tan sólo habitar algunas páginas de la historia de la literatura– el autor sobrepasó ampliamente los niveles de suficiencia en su apoyo a la política y, su nutrimento al sistema literario –lo sabremos por mucho tiempo, incluso más del que él mismo le otorgó a su actualidad– fue más que importante. Si se trata de una obra pequeña en cantidad, se trata también de una obra gigante en sus dimensiones estéticas, en su peso dentro de nuestra poesía.

Gorostiza lo sabía. Se sabía un buen poeta. Así lo hace ver en su discurso de recepción del Premio Nacional de letras en 1968. En aquella ocasión, afirmó, sin falsa soberbia, que no recibiría ningún premio del que no se sintiera merecedor. En la generalidad de sus letras se reconoce una compleja apropiación de tradiciones y quizá, junto con Octavio Paz y Alfonso Reyes sea el poeta crítico –para utilizar un concepto de T. S. Eliot–, más respetado en el siglo veinte mexicano.

El poeta lúcido, exigente, minucioso, rigorista. El poeta intelectivo. Así suele sintetizarse a Gorostiza. Pero es aquí, en esta forma de clasificar su voz, que parte de la crítica, sobre todo la magisterial, ha sumergido en el olvido otra faceta del poeta: la interrogación como aprendizaje, la duda, el trastabilleo.

Es una lástima: las fisuras naturales en aquella inteligencia –que han sido cubiertas por una crítica totalizadora que oculta el hombre mortal–, lejos de fracturar la imagen del poeta la consolidan, la encarnan, la aproximan a nuevos lectores. Además por mencionar un problema menor, cometer el error de aislar la parte oscura de las sensibilidades, separar a los autores de la mundanidad de lo terrestre necesariamente se traduce en un vector que viaja en sentido contrario, aunque con fuerza similar, a la suma de todos los esfuerzos institucionales o no, de fomento a la lectura del libro literario.

Y si bien es cierto que dentro de su propia división de los hombres –en la que únicamente existen sobre la tierra los que se guían por la sensibilidad o por la inteligencia— el mismo poeta se hubiera ubicado en el segundo dominio, para Gorostuiza la inteligencia –refiriéndose a esta en la práctica poética, la división entre inteligentes y sensibles no debería ser tan tajante. Más claramente la inteligencia debiera ser –aquí un juego con las palabras–, lo suficientemente “inteligente” para saber ceder el paso a la intuición, cuándo dar fin a la elaboración de su artificio poético.

Dice Gorostiza: “Conociendo el importantísimo papel de la inteligencia y la necedad de que el artista la aplique a sí mismo en su espeto de facultad crítica, creemos a la vez que la inteligencia, mientras más fina más debe empeñarse en evitar que los accidentes de la composición alteren o dañen la idea primera, a fin de comunicarnosla apenas elaborada, con el estigma aún –si estigma es– de su temblor original. La de José Gorostiza entonces, parece ser una inteligencia que reconoce sus límites y se muestra, además de sabia, erudita.

Regreso. José Gorostiza se sabía un buen poeta y tenía conciencia de ello. Pero convendría mejor aventurarse a afirmar que Gorostiza se sabía un buen poeta y tenía conciencia de ello. Pero convendría mejor aventurarse a afirmar que Gorostiza se sabía más un buen hacedor de “eso” que llamamos poesía que sobre la poesía misma, aunque dicha propuesta –que tal tamaño de ejecutante pudiera saberse eficiente en el manejo de algo que no sabia perfectamente en qué consistía– parezca más que arriesgado. Sobre todo después de la lectura de su obra, de las abundantes riquezas que los estudiosos han entregado luego de buscar en las profundidades del surtidor gorostiza no. Después de tales hallazgos que van de Cuesta y Paz a Manosur y Escalante pasando entre decenas de nombres más–, es justo e imposible dejar de percibir el poeta como un poeta estricto, deudor lo mismo de la enciclopedia que del trance un espíritu que parece haber nacido para dar cuerpoa los temas trascendentales.

Gorostiza leyó. Leyó como para saber perfectamente lo que es la poesía. No hay duda de ello. Por eso se trasmina en su obra una visualización, un vislumbre de lo que significa la poesía. Todos los escritores, los que se han podido llamar así con dignidad, han sabido, de un u otra forma – primeramente por una especie de olisqueo apoyado en opiniones y luego fortalecidos por el análisis la experiencia y el juicio– como incidir en esa otra cara de la realidad que es la poesía, en dónde se puede hurgar por lo “más poético”. Pero, ¿es posible introducirse en esa duda con la que Gorostiza llegó a manifestarse, ese desarme de perspectiva, esa humildad?

La duda gorostizana

En Esquema para hacer un poema, una prosa como alegoría sobre la creación, el autor de Notas sobre poesía, nos dice que la imagen, la metáfora, “se busca a ciegas, a tientas por el corredor”. “Dicha metáfora es representativa de lo que la creación literaria supone para el poeta: tanteos, corazonadas nunca certezas. El poeta recordaría:

Un buen amigo me preguntó: ¿Qué es la poesía? Quedé perplejo. No sé lo que la poesía es. Nunca lo supe y acaso nunca lo sabré. Leí en un tiempo mucho de lo que se ha dicho de ella, de Platón a Valéry, pero me temo que lo he olvidado todo. No obstante contesté que la poesía, para mí es una investigación de ciertas esencias —el amor, la vida, la muerte, Dios– que se produce en un esfuerzo por quebrantar el lenguaje de tal manera que, haciéndolo más transparente, se pueda ver a través de él dentro de esas esencias.

Gorostiza sitúa a la poesía en coordenadas más o menos precisas pero reconoce que a pesar de las rigurosas estrategias intelectuales que se requieren para asirla, su realidad última se escapa. Sabe que hay que pescarla en su primera forma; que cuando la inteligencia es más fina no debe “dañar la idea primera”, debe mostrarla “apenas elaborada, con el estigma aún —si estigma es— de su temblor original, dice Gorostiza como respetando esta idea primera –que no primeriza–, apenas elaborada, ese esbozo o automatismo cuya substancia se conforma por el talento individual –sensibilidad e intelecto reunidos–, pero también por el estado anímico, el trozo de vida que acontece al autor y que imperceptiblemente deja de verse por su obra en un momento preciso: el verso mediado como forma que captura un estado “actual”, entre lo particular, el autor, y lo general, el mundo.

Verso que dice y calla, verso medido en el sentido de la “mesura”, del compromiso sutil de la poesía.

Este tipo de verso, atendiendo más algunos poemas de Del Poema Frustrado o a Muerte Sin Fin, apuesta de antemano por una ganancia segura. El artificio de Gorostiza en este sentido, lanza la flecha de su parábola a las alturas medias, donde la relación con el referente quedará por lo menos obnubilada. Así mediante un juego de “evaporaciones y coagulaciones” a decir de Alfonso Reyes, la relación entre el significante— y ahora se puede decir– sus significados, crea por fuerza un estado de ambigüedad. A este respecto, a esta forma de concebir la poesía se refirió Octavio Paz al hablar de Muerte Sin Fin.

Gorostiza no es un poeta insensible a la fascinación de los poderes frenéticos, por el contrario, la premeditada utilización de esas fuerzas— instaladas en el centro mismo de su creación— otorga fatalidad a su poesía e impide confundirla con un inteligente ejercicio de retorica poetica. Y en esto reside la ambigüedad de su obra. La ambigüedad –gozne sobre el que giran las puertas de todo poema– se expresa en esta poesía como claridad.

Desarticulado lo comentado por Paz, primero aparece el hombre de nombre y apellido, el que se abre al mundo y da origen a la creación de la fatalidad –amasado de pulsiones, miedos, iras, amores, horror del hombre arrojado al mundo. Después el individuo que desea convertir ese estado bruto del sentimiento en algo destilado, refinado, el hombre que requiere de su inteligencia y posteriormente,, la inteligencia para asimilar, concretar esas fuerzas frenéticas.

Es en el primer proceso que mencionar Paz, lejos de la imagen sin porosidades que la crítica ha levantado –como si hubiera sido necesario blindar al poeta con ese cúmulo de fortines académicos y eruditos – donde el poeta-hombre deja ver su mortalidad, su vulnerabilidad a ser embargado por problemas humanos. Además de afirmar sentirse incompleto por ser un mal poeta, las siguientes misivas son contundentes:

Vengo experimentando una como repugnancia por la literatura —no en los demás, por supuesto, sino en mi, y de una manera más definida por la crítica [....] tengo la seguridad de que si uno de estos días dejara de levantarme, no me levantaría ya nunca, tan temeroso así estoy de que no sea nada más el ritmo que me expulsa de la cama para echarme horas después a ella, lo que sostiene la vida en mí.

Quisiera poderle hablar de mí, pero hace tiempo que sufro de una repugnancia tan honda por hablar de mí mismo, que ningún otro tema me es más desagradable. Espero poder salir pronto de esta crisis e instalarme de nuevo en la vida de una manera más firme, purgado ya de varios orgullos, y esperanzas estúpidas. Quizá no persevere en el deseo de escribir. Ahora puedo decir ya, sin angustia, que nunca fui un escritor ni un poeta.

Acaso y eso sí desmedidamente, no haya sido siempre más que un vanidoso. He fracasado completamente y se lo digo ya sin amargura, con la terrible serenidad de una certidumbre inocultable. He fracasado. He fracasado. He fracasado..

Sería acaso blasfemo afirmar un estado de continua depresión en la vida de Gorostiza. Pocos años después de la última de las cartas citadas, se publicaron por primera vez Muerte Sin Fin. Pero la limitación de lanzar dicha afirmación favorece el nacimiento de otros puntos de interés: el carácter crónico del estado anímico del poeta; la duda como un boomerang de efectos letales que, tras sus duros embates, lo llevaría de las depresiones al silencio. Mejor aún: la desdicha y el sentimiento de frustración como un aliciente para continuar su mal necesario, ese mal que comparte con otros enfermos: escribir lo que sucede a los hombres en poesía.

Es así que aceptando los viajes de un péndulo, un péndulo que recoge la sustancia de cada una de sus tres divisiones, que viaja de la duda a la seguridad, de la inseguridad a la “humilde soberbia” en palabras del doctor Nandino, que se posibilita la reunión de las facetas de la personalidad de Gorostiza: reconocer la igualdad de importancia de cada tiza: reconocer la igualdad de importancia de “una” de sus personalidades significa arribar al poeta integral.

Y es ese Gorostiza integral, no solamente al hombre capaz de escribir el poema monumental sino también otras obras de carácter popular —una sobre la vida de una tiple y otra sobre un caso de la nota roja, o bien piezas para teatro de un tono ciertamente más bajo— al que hay que leer. Al escapado de su autopsia, al hombre atado a una silla de ruedas por las arteriosclerosis, el taurófilo y fumador empedernido, al que salía a bailar con sus amigos, el temeroso de la muerte.

José Gorostiza: uno

Decía Stefan Zweig que nuestras relaciones con los genios de la humanidad siempre han sido una disensión curiosa. Mientras que por un lado los sentimos superiores a nuestra vulgaridad, por otro lado los sentimos.

Una secreta satisfacción de conciencia, al comprobar que estos divinos creadores, sobrehumanos, han sido seres terrestres igual que nosotros; que los que nos superan en la zona espiritual, han vivido en nuestro medio, seres humanos que vivieron en casas, durmieron en camas vestían como nosotros y escribían cartas como nosotros; y por su mortalidad nos anima un afán tan devoto de conservar piadosamente todo cuanto recuerde su existencia terrestre su paso por la tierra. A raíz de esta orgullosa sensación de su proximidad, amamos lo que trae su presencia sensiblemente a la memoria.

En nuestro país, dejando a un lado la reciente discusión por sus gravámenes, el libro es un objeto muerto. Abandonado a la televisión y la subliteratura –la subcomunicación–, el pueblo mexicano no lee y en esta era de la imagen resulta por lo menos urgente atender la ide de descender a nuestros grandes escritores de su estrado, poner su voz al alcance de sus potenciales lectores y que éstos se atrevan, en un segundo tiempo, a dar el paso de su reconocimiento mutuo.

Tal vez después de descender a nuestros autores, nos lleguen a resultar extrañas las palabras de Ali Chumacero, amigo personal del autor, para quien incluso existía una contradicción entre “su obra poética y su forma de ser”. Según Chumacero continúa: “Aquellos que tuvieron trato con él, saben que, afortunadamente, la contradicción entre la obra y la persona era el fruto de una saludable separación de bienes. El poeta guarda el sitio que le otorgamos ; la persona fue solamente un hombre como cualquiera de nosotros”

Y para hablar de este “hombre como cualquiera de nosotros”, es necesario terminar con la propia voz del maestro Gorostiza. Para el poeta “el mundo poético se edifica precisamente en las zonas más vivas del ser”. y “lo que hace en fin hombre a un hombre”, son “el deseo al miedo, la angustia y el gozo”. Y en eso somos iguales a los poetas. Nosotros hemos escrito de alguna u otra forma, los poemas de Gorostiza. Los poemas de Gorstiza son nuestros aunque algunos esfuerzos académicos intenten celarlos, apartarlos de nuestra cabecera.

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