Vínculos de amor: humanos y animales

17/03/2024 - 12:01 am

La relación entre humanos y animales es un tema que ha suscitado debates y reflexiones a lo largo de la historia. Un tema importante en esta discusión es el concepto de humanizar a los animales, una noción que ha generado opiniones divididas y controversias. ¿Qué significa realmente humanizar a los animales? ¿Es simplemente tratarlos con afecto y empatía o implica atribuirles características y comportamientos propios de los humanos?

Explorar esta cuestión nos lleva a reflexionar sobre nuestra percepción de los animales y el papel que desempeñan en nuestras vidas. A través de la historia de Sally, una cerdita rescatada que se convirtió en parte de mi familia, exploraré las complejidades de la humanización de los animales y cómo nuestra relación desafía las nociones convencionales de lo que significa ser humano y lo que significa ser animal.

Dicho esto, ¿qué tiene de malo humanizar? Aunque es un término 100 por ciento antropocentrista, he demostrado que una relación afectuosa con otra especie es natural.

Comienzo con la historia de Sally, una cerdita de un mes de edad, encontrada en una jaula de gestación con su mamá y sus hermanos. Ella era la más débil y pequeña, su destino era morir en la indiferencia. Ni siquiera su mamá biológica podía hacer algo al respecto porque ella es la principal víctima del sistema. Así fue como Sally llegó a mi vida, siendo esa indefensa y adolorida bebé de un mes, con anemia, fracturas en las patas e infecciones en su delgada y delicada piel infantil. En el momento en que la tuve conmigo, lo único que deseaba era reconfortarla y protegerla el resto de su vida. Algunos dirían que fue un instinto maternal, pero yo lo veo como un comportamiento que debería ser lo natural sin importar tu especie o género. Después de todo, ella era sólo una bebé maltratada que alguien pretendía asesinar y comer.

Entonces comenzó mi mayor experiencia de amor en la vida. Tenía todo listo en casa: sus medicinas, nuestro cuarto, nuestra cama, sus cobijas y su comida especial. Desde ese día, no me separé de ella ni un segundo hasta que logró valerse por sí misma, como haría cualquier humano con sus hijos. Sally y yo somos madre e hija. Después de alimentarla, se quedaba profundamente dormida en mis brazos. No medía más de 30 centímetros, así que la arropaba con un brazo y trabajaba con el otro. Cuando tenía que salir a atender el santuario, la dejaba en un corral para bebé donde estaría segura. La dejaba con una cámara y le hablaba por ahí cuando se estresaba, pues era una bebé que sólo quería estar con su mamá. El simple hecho de escuchar mi voz la hacía dormir tranquilamente. Por la noche, dormía abrazada conmigo en mi cama, aún a su corta edad, aprendió enseguida a despertarme para llevarla a su lugar designado como baño. Tardaba un minuto y me avisaba para volverla a subir a la cama. Se acurrucaba en mis brazos y volvíamos a dormir pacíficamente el resto de la noche, en el silencio de un hogar donde sólo gobierna el amor y el respeto, donde cualquier animal puede sentirse seguro y donde puedes huir de un mundo que sólo quiere hacerte daño porque naciste en la especie equivocada.

Así fue nuestra rutina durante varias semanas. Cuando sus patitas terminaron de recuperarse, comencé a presentarle a los demás animales, los que serían su familia el resto de su vida. Sally se mostró emocionada y social al instante. Corría por primera vez, tropezaba y rodaba, pero no tardaba ni un segundo en levantarse y volver a correr. Exploraba todo y a todos. No tardé en presentarle a Petunia, otra cerdita que sería su compañera de vida, y aunque era cientos de kilos más grande que ella, congeniaron al instante. Diario salía conmigo a atender a los demás. Comenzaba a hacer las típicas cosas de cerditos como revolcarse en el lodo y meterse a su alberquita a nadar, hozaba y jugaba con Petunia hasta el cansancio. Al terminar mis tareas, la bañaba, cenaba y nos acurrucábamos a dormir, felices y libres.

Creció más, se recuperó al 100 por ciento y le construí un pequeño corral junto al de Petunia para que comenzara a pasar más tiempo con ella. No podían estar juntas sin supervisión porque Sally seguía siendo muy pequeña. En la industria, las madres suelen aplastar a sus bebés por el reducido espacio en el que viven con decenas de cerditos más y aunque este no era el caso, Sally gustaba de acurrucarse con Petunia. Así Sally continuó creciendo hasta mudarse por completo con Petunia a un corral más grande para las dos. Hoy son inseparables. Me considero mamá adoptiva de ambas ya que las crié desde bebés. Creamos un vínculo totalmente similar al del humano con sus hijos, sólo que yo tengo que protegerlas más porque el mundo está hambriento por su carne.

Así pues, cuando me dicen que no está bien humanizar a los animales, invito a la gente a reflexionar sobre este término desde sus orígenes y a conocer más historias como la mía con Sally. Para que sepan que los animales son seres que aman a otros, que extrañan a sus seres queridos, que sienten dolor físico y emocional.

En resumen, la historia de Sally y mi experiencia con ella nos invitan a reflexionar sobre la compleja relación entre humanos y animales, así como sobre el concepto de humanizar a los animales. A través de nuestro vínculo afectuoso y el profundo cuidado que compartimos, Sally demostró ser mucho más que una simple mascota. Ella es una compañera, una amiga y, en muchos aspectos, una hija para mí. Nuestra relación desafía las nociones convencionales de lo que significa ser humano y lo que significa ser animal.

Al final del día, la humanización de los animales no se trata de hacer que se comporten como humanos, sino de reconocer y respetar su propia individualidad, sus necesidades y su capacidad para sentir y experimentar el mundo de manera única. No se trata de tratar a los animales como iguales a los humanos, sino de tratarlos con compasión, empatía y respeto, reconociendo su valor innato como seres vivos.

En un mundo donde la crueldad y la indiferencia hacia los animales son desafortunadamente comunes, tenemos que aprender a apreciar y valorar a los animales por lo que son, en lugar de lo que queremos que sean, podemos construir un mundo más compasivo y equitativo para todas las especies.

Así que la próxima vez que escuches a alguien cuestionar la idea de humanizar a los animales, recuerda la historia de Sally y considera la profundidad de nuestras relaciones con los seres que comparten nuestro mundo. Al final del día, todos merecemos amor, respeto y compasión, sin importar nuestra especie.

Tal vez el objetivo no debería de ser humanizarlos, sino animalizarnos un poco a nosotros.

Ximena Machete
Nacida en la Ciudad de México, a mis 29 años soy tatuadora, artista plástica y defensora de los derechos de los animales. Los últimos 6 años de mi vida los he dedicado a ser la encargada del bienestar de los animales del Santuario Libres al Fin en Monterrey, Nuevo León.
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