Alejandro Páez Varela
04/03/2024 - 12:08 am
Toda la sangre al asador
Xóchitl fue literal: se extrajo sangre de un dedo, la mostró al público mientras escurría y luego la estampó en un documento que, quizás, no sé porque no soy notario público, quedó invalidado en el acto. En la cultura mafiosa italiana, plagada de traiciones, los capi o jefes de las organizaciones criminales suelen firmar acuerdos con sangre. Apelan a valores “superiores” como Dios o todos los santos porque sus propios valores no sirven de un carajo. El mensaje de Xóchitl fue que su palabra no basta, pero tomó el riesgo porque la campaña se basa en la sangre. Sangre-sangre-sangre. Sangre, y miedo.
Jorge G. Castañeda, quien fuera el Secretario de Relaciones Exteriores de Vicente Fox, suele andar por la vida sin filtros. Algunas veces lo que escribe y lo que dice toma forma de bala y le pega en un pie; en otras puede servir, grosso modo, como guía de lo que se piensa y se hace en los grupos políticos en los que se desenvuelve. El desparpajo, sin embargo, no lo desnuda del todo. Es un animal político que usa la prensa, la extranjera en particular, para posicionar ideas. Pero no siempre transparenta en lo que anda. Alguien me contaba, por ejemplo, que ha sido “nuestro hombre en Washington” para la oposición, un lobista enclavado en los grupos de presión de Estados Unidos.
Cualquiera puede revisar sus últimos textos y allí encontrará la guía para golpear a Andrés Manuel López Obrador con lo dado a conocer por ProPublica y The New York Times; o hallará cómo el equipo de Xóchitl se convenció de echar toda la sangre al asador para los 90 días de campaña. Quizás por arrogancia, siempre con patanería y por supuesto con grandes dosis de irresponsabilidad, suele soltar recomendaciones como “olvidarse de las tonterías de la Ley Electoral” (19 de diciembre 2023, Nexos) o como en 2004, cuando pidió frenar a AMLO sin importar cómo: “Creo que hay que ganarle a la buena, a la mala y de todas las maneras posibles”.
Justo en ese texto de diciembre pasado, Castañeda recomienda a la oposición usar la violencia que se vive en México como herramienta electoral, porque “la brecha entre la candidata opositora y la candidata oficial es amplia y se mantiene”.
“La inseguridad, la violencia, el horror de todo lo que sucede semana tras semana en todo México, constituye una posibilidad al respecto”, dice, y luego pide “aprovechar cada episodio, cada tragedia, cada desgracia, para martillar el mismo asunto: el statu quo es un desastre, hay una propuesta para cambiarlo”.
El 27 de febrero pasado, Castañeda delineó con más claridad lo que veríamos en el arranque de la campaña de Xóchitl Gálvez. Escribió: “La opción para modificar el statu quo no es obvia. Pero se puede uno imaginar un par de factores. El primero consiste en un descalabro del Gobierno, desde #NarcoPresidente hasta un evento disruptivo en materia de seguridad, de salud, o financiero. Se ve poco probable, aunque no imposible. El segundo es más viable: una campaña negativa feroz, de rompe y rasga, de patín y trompón, en el fango, de una candidata contra la otra”. Luego dice: “Si la oposición quiere acercarse [a los números que trae la candidata de Morena], probablemente se trate de su única alternativa, con una campaña negativa muy personalizada contra Sheinbaum. Sería lógico, pero para que funcione, todos los apoyos de Xóchitl en su frente deben jalar parejo”.
El viernes quedó claro que la estrategia de Xóchitl Gálvez será concentrarse en la sangre. En 24 horas del 1 de marzo pasado protagonizó una marcha tétrica con veladoras y mujeres llorando; prometió una nueva prisión de alta seguridad (hay varias en el país) para los criminales; habló de una guerra frontal contra los infractores de la Ley y para coronar su día, firmó con sangre el compromiso de no desaparecer los programas sociales impulsados por López Obrador pero que su partido, Acción Nacional, no quiso avalar en el Congreso. Y en esto último fue literal: se extrajo sangre de un dedo, la mostró al público mientras escurría y luego la estampó en un documento que, quizás, no sé porque no soy notario público, quedó invalidado en el acto. En la cultura mafiosa italiana, plagada de traiciones, los capi o jefes de las organizaciones criminales suelen firmar acuerdos con sangre. Apelan a valores “superiores” como Dios o todos los santos porque los propios no sirven de un carajo. El mensaje de Xóchitl fue que su palabra no basta, pero tomó el riesgo porque la campaña se basa en la sangre. Sangre-sangre-sangre. Sangre, y miedo.
Miedo. ¿Sirve la estrategia del miedo para elecciones? Sí, si sirve, y hay muchos estudios y ensayos al respecto. La estrategia del miedo ha sido una campaña constante de la derecha contra López Obrador. Somos sociedades sometidas por el miedo. Reaccionamos de inmediato al riesgo; nos mueve, nos adoctrinaron para ello. Miedo a quedarnos sin trabajo; miedo a que los extranjeros o los criminales se apropien de lo nuestro; miedo a perder la vida; miedo a perder la libertad por violar leyes que ni siquiera conocemos. El miedo se ha utilizado para controlar sociedades. Se inventan amenazas para validar acciones que benefician a minorías, como sucede con las guerras. Los ultraconservadores de Estados Unidos, por ejemplo, suelen alimentar el miedo para justificar guerras preventivas y para actuar, en nombre de la seguridad interna, contra fuerzas externas que existen o que construyen: el comunismo, los terroristas, los criminales, los gobiernos de izquierda, etcétera. Y se usa electoralmente para construir muros y militarizar fronteras, como lo hacen en campaña Donald Trump o Joe Biden. Sangre y miedo. Eso será, como ya vimos, la campaña de Gálvez.
Castañeda ha sido uno de los principales y más abiertos promotores de la idea de usar el miedo para mover las encuestas, que desfavorecen a Xóchitl, su candidata. Y quizás, por lo que él mismo cuenta, sea una de las fuentes ocultas de ProPublica contra López Obrador. Poco después de que saliera el texto de Tim Golden, el excanciller escribió: “En 2009 [seis años después de haber dejado la Cancillería], un alto funcionario de la Embajada de Estados Unidos en México me confió que su Gobierno sabía que el plantón de López Obrador había sido parcialmente financiado por el crimen organizado, pero que no harían ni dirían nada al respecto” (Sobre el narco y el Peje en 2006, 2 de febrero 2024, Nexos). Tal cual lo dice Golden. Castañeda escribe en su texto ¿#Narcopresidente? (9 de febrero 2024, Nexos): “Es perfectamente posible que dicha investigación en algún momento se reabra, o que información adicional sea filtrada por la DEA, debido a su propia reacción ante lo que considera los agravios del Gobierno mexicano”. No por nada es uno de los promotores de ese hashtag contra el Presidente.
Dos consideraciones necesarias. La primera es que Jorge G. Castañeda no gana elecciones, ni siquiera la propia: quiso ser candidato presidencial y su proyecto naufragó, estrepitosamente; y fue coordinador de la campaña de Ricardo Anaya, quien sacó en 2018 menos votos (12,610,120) que Josefina Vázquez Mota (12,732,630) seis años antes, cuando Felipe Calderón y el panismo la bloqueó para abrirle paso a Enrique Peña Nieto.
La segunda consideración es que el excanciller no es el único, dentro del cuarto de guerra de Gálvez, que se iban a inclinar por una campaña basada en el derramamiento de sangre. Maximiliano Cortázar fue uno de los que participaron en la estrategia del miedo de las elecciones 2006 y luego operó Comunicación Social de Presidencia cuando estalló la guerra de Felipe Calderón; sabe del tema. Y muchos más. De hecho, lo que sobra dentro de la derecha son “especialistas” en temas de “seguridad” que no son capaces de generar políticas públicas contra la violencia, pero sí son buenos para utilizarla como recurso de campaña.
No dudo que Max Cortázar aconsejó a Xóchitl cortarse en público con una navaja y mostrar su dedo ensangrentado antes de firmar; y seguramente se decidió por la “campaña negativa feroz, de rompe y rasga, de patín y trompón, en el fango”, basada en el miedo, de la que escribe Jorge G. Castañeda. Pero creo que, como en sus otras acciones “espectaculares”, está metiéndose en un terreno gelatinoso del que no le será fácil salir. Guanajuato ha sido gobernado tres décadas por su partido, el PAN; la Ciudad de México ha estado en manos de la izquierda durante 30 años, también. Y resulta que en los últimos años, la capital mexicana se volvió un centro de atracción para millones de vacacionistas extranjeros, conforme los indicadores de la violencia bajaron. En tanto, ciudades y pueblos guanajuatenses viven (aquí sí) aterrorizados por criminales que ya no esperan la noche para matar, cobrar piso o desaparecer.
¿Qué sigue para la candidata de la derecha? ¿Hacerle caso a Germán Martínez y ofrecer que va a “guanajuatizar” todo México? Nadie lo descarte. En su primer discurso dijo que “todo México tiene miedo”, es decir, que todo México es Guanajuato. Pero no, no todo México es Guanajuato. Gracias a Dios. Y gracias, también, a que una buena parte de la población no se deja asustar tan fácilmente porque ya conoció, en carne propia, lo que significa “guanajuatizar”; qué sucede cuando le hace caso a sus miedos y se inclina por gobiernos de mano dura, de balazos y cancelación de derechos; gobiernos del terror como el de Felipe Calderón, quien ha tomado la campaña de Xóchitl Gálvez para contraminarla de sangre y para, muy probablemente, acompañarla en la derrota. Pero esta vez no será sólo una derrota electoral. Será también una derrota ética y moral: la derrota del modelo del miedo.
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