Alejandro De la Garza
02/03/2024 - 12:03 am
Lawrence en México: hace un siglo
"Lawrence entró en contacto en México con el culto solar de Quetzalcóatl, figura que llegó a oponer a su odiada figura de Cristo".
El sino del escorpión ha sido su debilidad por esos escritores peregrinos, tránsfugas, emigrantes, viajeros, artistas en movimiento, pasajeros de la oscuridad y la luz. El alacrán recuerda entonces la suerte de thriller metafísico que envuelve la visita del inglés D. H. Lawrence a México hace un siglo. Más allá del escándalo de El amante de Lady Chatterly y de haber sido considerado pornógrafo por esa novela, Lawrence escribió mucho, y su novela La serpiente emplumada en fruto de su visión de México y del mito de Quetzalcóatl, así como Mañanas mexicanas relatan momentos de su estancia aquí. Pero juzgue el lector la aventura de David Herbert en nuestra ciudad.
Su biografía es su viaje personal tras el sentido del Cosmos y de la Vida, así con mayúsculas. Fue célebre en su natal Inglaterra hasta que se le persiguió por sus novelas y decidió huir en un “peregrinar salvaje” por Italia, Australia, México y Estados Unidos. Aquí destella su definición de lo que el inglés llamó los cinco Misterios Mayores (Apocalipsis, Sexo, Amor, Equilibrio, Contacto) además de sus conversiones sucesivas, la evolución de sus ideas, la escritura de una veintena de libros —The Rainbow, Women in love, Fantasia of the Unconscious, La serpiente emplumada, Mañanitas mexicanas, La mujer que huyó a caballo, El amante de Lady Chatterley, etcétera—, y sus muchos problemas con la censura.
La aventura del escritor inglés en la ciudad de México durante los primeros años veinte se conecta con una suerte de thriller metafísico imbricado en todo el relato. Esta historia conjuga un azar bárbaro, una paradoja policiaca, la muerte de tres súbditos ingleses en la capital mexicana, una queja diplomática británica, y, finalmente, un misterio oscuro e irresuelto: la relación de Lawrence con el fascista mexicano Miguel Serrano.
La Noche Vieja de 1921 el escritor inglés Wilfrid Ewart (autor de la novela Way of Revelation, donde aborda su pasado militar de ascendencia caballeresca y neo-templaria) muere por una celebratoria bala perdida en el balcón de su cuarto del Hotel Isabel de la Ciudad de México. Pocas horas antes, el también súbdito inglés Carlos Duems había sido atropellado y arrastrado por uno de esos fordcitos Protos que circulaban ya por las calles de Revillagigedo y Nuevo México (hoy Artículo 123). La víctima se hospedaba en el mismo Hotel Isabel y en el mismo piso que Ewart. A lo anterior se suma la muerte apenas tres días después, el 3 de enero siguiente, del también británico George W. Steabben, quien al dirigirse a sus oficinas es alcanzado por una bala disparada durante un enfrentamiento cantinero sostenido por dos militares en el salón Palermo, primero, y después sobre la avenida 16 de septiembre. Además de la muerte de Steabben, el saldo comprende otra media docena de heridos (un policía, un diputado y un torero entre ellos). Vaya coincidencias, piensa el escorpión cuando lee de la protesta diplomática británica por la muerte de sus súbditos.
Pocos meses después Lawrence, ya en México, recibe a un poeta estadounidense y a su acompañante, admiradores suyos, a quienes hospeda en el Hotel Monte Carlo, donde vive él mismo en una habitación espartana. Los mozos del lugar corren la broma de que ahí sucedieron las muertes de los ingleses Ewart y Duems, cuando en realidad el Hotel Monte Carlo no es el escenario de los hechos, aunque con el nombre de Hotel San Remo sí será escenario de la novela La serpiente emplumada, una de las obras sobre México más conocidas de Lawrence. La historia transita por más truculencias, desvíos, coincidencias y misterios, incluso hasta la misma pérdida de los huesos de Ewart, luego de expropiarse por utilidad pública el Cementerio Británico donde estaba su tumba, en la Calzada de la Verónica, luego avenida Melchor Ocampo y hoy Circuito interior.
Lawrence entró en contacto en México con el culto solar de Quetzalcóatl, figura que llegó a oponer a su odiada figura de Cristo. El escritor mexicano Sergio González Rodríguez documentó cómo esta preferencia admirativa del escritor inglés lo conectó con Miguel Serrano, representante del hitlerismo esotérico, quien relaciona el nazismo con el Águila Azteca de Quetzalcóatl. Esta idea ominosa se emparenta con la percepción de un nazismo hitleriano fundamentado en creencias míticas antiquísimas, en sociedades secretas, grupos preservantes de linajes históricos y destinos de grandeza ligados al sacrificio, la masacre, el sol y la sangre. Una estirpe conectada también con México y los representantes del nazismo ideológico y esotérico que abundaron en nuestro país en esos años, añade Rodríguez en su libro De sangre y de sol (2013).
Esta conexión con los rituales sanguinarios más profundos, percibidos por Lawrence (y otros artistas como Artaud), como inherentes a nuestro país, parece fascinarlo, incluso ese hechizo por la sangre llevó a Bertrand Russel a escribir que Lawrence había desarrollado toda la filosofía del fascismo antes de que los políticos pensaran en ella. Pero en Lawrence impera el ánima alentadora de sus ideas sobre el proceso desarrollista industrial como “un mal civilizatorio”, sobre la preservación del sentimiento y el instinto, y sobre la sexualidad como una sacralidad enfrentada por las prácticas modernas del sexo plástico, banal y vulgarizado. Más que un conservadurismo de quien en su momento fue calificado como obsceno y pornográfico por su obra literaria, Lawrence recupera para nuestros días la liberación del cuerpo, el impulso sanguíneo y el sexo lawrenciano como simbología de una realidad profunda, procedente de antiguos mitos, saberes teosóficos, ocultismos, sociedades secretas y misterios primitivos que también nutren al pensamiento humanista.
El alacrán lee que antes de su muerte, a los 42 años, entre divagaciones y lucidez, Lawrence reafirmó su desprecio por la civilización y su urgencia de buscar un mundo mejor en el presente inmediato. Al mismo tiempo, culminó su visión de la sexualidad con la certeza de que ésta se repetía con monotonía y agotamiento sin desarrollar paralelamente el pensamiento y la comprensión. Y siempre mencionó a México como una fuente instintiva inspiradora de sus ideas. David Herbert Richards Lawrence (Eastwood, Inglaterra, 1885 – Venice, Francia, 1930), fue otro de los artistas tocados por “la magia y el misticismo” de nuestro país.
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