Este es mi primer artículo, así que hablaré brevemente sobre mí y mi propio entendimiento con los animales a través de mi experiencia.
Podría considerarme como una «caregiver», un rol que en los santuarios de animales sirve para darles cuidado y cariño a todos ellos, es algo que me da mucho gusto hacer. Pienso que los humanos les debemos tanto a los animales. Antes de dedicarme a esto, mi vida seguía por inercia y sin propósito. Estaba enojada con el mundo por el trato hacia los animales y buscaba hacer algo al respecto.
Mi rol va un poco más allá en el Santuario Libres al Fin. Además de alimentarlos y cuidar la salud básica de cada individuo, también me concentro en la salud emocional y ambiental de cada uno. Conozco sus personalidades, gustos, disgustos y dedico mi tiempo a que sean felices y rehabilitarlos en todo sentido de ser necesario. Un ejemplo de esto es un burrito llamado Cleveland, que estuvo amarrado a un árbol durante años. Por supuesto, se volvió arisco, agresivo y no sabía cómo expresar sus emociones. A pesar de llevar 12 años viviendo en el santuario, su rehabilitación emocional nunca termina. Ha aprendido a convivir con humanos y a dejar de temerles. Incluso deja que sus cuidadores principales lo abracen y se emociona mucho. Anda con total libertad por todos lados y tiene muchos amigos de distintas especies. Ha aprendido a relacionarse sin estar a la defensiva y ha aprendido a confiar. Este tipo de cosas hacen que cada minuto de esfuerzo valga la pena, porque a pesar de ser distintos y de no hablar el mismo idioma, nos entendemos perfectamente y me permiten ayudarlos.
Uno pensaría que los únicos animales con personalidad y sentimientos son los perros y gatos, con quienes no hemos parado de crear vínculos afectivos y emocionales. Los consideramos familia, los amamos y valoramos, atendemos sus necesidades incondicionalmente y somos felices haciéndolo. Sin embargo, esto no es del todo verdad. Por supuesto, es difícil saberlo cuando no convives con otras especies. Unos pocos ejemplos son los cerditos, quienes más me recuerdan a los perritos. Tienen una increíble capacidad de comunicación con los demás y son extremadamente sensibles e inteligentes. Cuando son bebés, se comportan como cualquier bebé que te imagines, sólo quieren estar con su mamá, reconocen a la gente y a los distintos individuos con los que conviven, crean una rutina y encuentran la manera de transmitir sus necesidades. Al crecer, se adaptan a los cambios y siguen reconociendo a su mamá y confiando en ella y en sus hermanos. Son apegados a su familia y a sus rutinas. Los chivos me recuerdan a los gatos, ya que aman las caricias y los apapachos, pero sólo cuando ellos lo piden; también son algo bruscos al expresar cariño, sin embargo, no pierden su ternura al hacerlo. Tienen miradas intensas que se interpretan extremadamente fácil.
Lo que tienen en común todos los animales (desde mi propia experiencia e investigación) es que todos poseen inteligencia propia de cada especie y sintiencia. El error que cometemos como humanos es esperar que todas las especies se expresen igual que nosotros. Esperamos que expresen la incomodidad, el dolor, la tristeza o la felicidad igual que nosotros, y este pensamiento nos ayuda a sobrellevar y aceptar la realidad de la crueldad que ejercemos sobre ellos todos los días, directa o indirectamente. Reflexiono mucho sobre el por qué el humano no se da la oportunidad de conocer a otros animales con la misma accesibilidad con la que interactuamos con los perros y gatos. A lo mejor es porque estamos acostumbrados a su imagen y nos gusta lo que conocemos y «controlamos».
En resumen, mi experiencia en el Santuario Libres al Fin me ha enseñado que todos los animales merecen ser tratados con respeto y compasión. A través de mi trabajo como «caregiver», he llegado a comprender que cada ser vivo tiene su propia personalidad, emociones y necesidades. Es nuestra responsabilidad como humanos reconocer y respetar estas diferencias. Al convivir con una variedad de especies, he visto de primera mano la inteligencia y sensibilidad que poseen, desafiando así la noción errónea de que solo los perros y gatos son capaces de sentir y expresar emociones. Es hora de que ampliemos nuestra comprensión y empatía hacia todas las criaturas con las que compartimos este planeta y reconozcamos el valor intrínseco de cada una de ellas. Sólo entonces podremos avanzar hacia un mundo más justo y compasivo para todos los seres vivos.