Óscar de la Borbolla
05/02/2024 - 12:03 am
La paradoja de la fidelidad
En ambos casos la fidelidad es imposible: si me mantengo fiel al que fui, los demás creerán que soy digno de confianza, que soy fiel, pues seguiré siendo el que esperan que sea, y yo, en cambio, sentiré que estoy traicionándome a mí mismo.
Más allá de la lógica, forjadora de modelos coherentes que vuelven comprensible el mundo, hay algo que uno aprende cuando las experiencias se acumulan y el pasado adquiere un cierto espesor: uno empieza a admitir que las cosas no son como creíamos o como los demás dicen que son y que, mas bien, son paradójicas, confusas, insostenibles y, en alguna medida, imposibles. Este es el caso de la fidelidad.
Y no me refiero tan solo a la que se prometen dos personas, sino a la fidelidad a unos principios, a unas ideas, a una causa política, a una fe religiosa, a una postura estética, a todo aquello por lo que en algún momento uno estuvo dispuesto a dar la vida. Hablo de la fidelidad que está en el fondo de todas las fidelidades: la fidelidad a uno mismo. Porque es esta la que sostiene a las demás, la que las funda. Solo porque creemos que siempre seremos fieles a nosotros mismos es por lo que nos creemos capaces de amar para siempre o siempre abrazar la misma causa o defender hasta el final nuestros principios. Pero, ¿qué pasa? Pues pasa el tiempo y uno cambia, y uno deja de amar y de estar tan completamente convencido y comienza a entender que hay un conflicto entre quien fue uno y quien es uno. ¿Cómo poder ser fieles a nosotros mismos si cambiamos?, o dicho de otro modo: ¿cómo fundar la fidelidad cuando el fundamento no es firme?
Y entonces aparece la paradoja: o traicionamos a quien somos ahora por mantener una fe que ya no sentimos o traicionamos a quien fuimos y nos entregamos a quien somos ahora.
En ambos casos la fidelidad es imposible: si me mantengo fiel al que fui, los demás creerán que soy digno de confianza, que soy fiel, pues seguiré siendo el que esperan que sea, y yo, en cambio, sentiré que estoy traicionándome a mí mismo. Si, por el contrario, soy fiel a quien soy, los demás se sentirán defraudados y a sus ojos seré un infiel irredento, no solo por traicionarlos a ellos, sino por traicionar a quien fui, por no mantener mi palabra…
El verdadero problema, sin embargo, no es tanto ¿cómo lidiar con esta contradicción en la vida personal?, sino ¿cómo fundar una polis donde todos sus integrantes cambian y, en consecuencia, nadie puede confiar en los demás? ¿Cómo vivir en una sociedad de infieles?
Este problema en apariencia insoluble, tiene no obstante una respuesta obvia, quiero decir, la respuesta está dada en la historia real de las sociedades, pues estas nunca han sido sociedades idílicas, sino sociedades llenas de conflictos, en las que se mezclan las fidelidades de temporada con las traiciones eventuales, y aparecen venganzas y perdones, encuentros y desencuentros. Parece mentira, pero lo que le da colorido a este mundo es precisamente la imposibilidad de la fidelidad, pues no habría nada más monótono y aburrido que un mundo en el que todos permaneciesen fieles a sí mismos. No serían sociedades humanas, sino hormigueros.
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