Jorge Alberto Gudiño Hernández
21/01/2024 - 12:01 am
Reforma de pensiones: el tercer grupo
Ya que se está en ese espíritu reformador, en una de ésas sería buena idea considerar a todos aquéllos que trabajan, pagan impuestos y son productivos dentro de la economía formal, pero no reciben las prestaciones correspondientes, pensión incluida.
Mucho se ha discutido esta última semana en torno a las posibles iniciativas del Presidente para reformar el sistema de pensiones. La intención (si excluimos toda posibilidad política o electorera) sería que quienes han trabajado toda su vida reciban, al retirarse, un sueldo comparable a sus últimos ingresos por el resto de sus vidas. Es decir, que la tasa de reemplazo sea del 100 por ciento.
La idea no es mala y dudo que algún trabajador renegare por la idea. Sin embargo, parece que no es viable. Estos días he escuchado y leído análisis de especialistas que explican que eso no sucede en ningún país del mundo. Simple y llanamente porque es insostenible. La idea de las pensiones (aunque no al 100 por ciento) funcionó en México durante varias décadas. De hecho, aún sigue habiendo beneficiarios de ese sistema: todos aquéllos que comenzaron a cotizar antes de la reforma del 97 podrán aspirar a una pensión vitalicia que será más amplia que si sólo hubieran cotizado después, vía Afores. En términos muy simples, esta reforma se dio porque no hay forma de que el esquema funcione: las pensiones provienen de las aportaciones de los trabajadores en activo. El problema es que la edad de jubilación cada vez es más temprana en relación a la esperanza de vida. De ahí que haya sido necesaria dicha reforma.
No quiero entrar en las partes técnicas del asunto. Me centro en un argumento que se ha repetido varias veces. El problema es que más de la mitad de quienes trabajan en el país lo hacen en la economía informal. Ellos no cotizan y no serán pensionados nunca. Tampoco pagan impuestos como sí lo hacen quienes trabajan en alguna empresa que lleve bien sus asuntos contables y fiscales. Esto significa, según los analistas, que, de hecho, la reforma propuesta beneficiaría a las clases medias y no a las bajas, debido a que son éstas las que en su mayoría conforman la economía informal. Es probable.
De lo que he escuchado muy poco es del tercer grupo. Aquéllos que, dadas las características de sus trabajos, cobran por honorarios. Eso los convierte en un grupo muy peculiar debido a que, por una parte, pagan impuestos por sus ingresos y sus gastos y, por la otra, no reciben ningún beneficio de la seguridad social. Evidentemente, tampoco serán pensionados.
Los hay en todas las áreas: desde profesores universitarios hasta periodistas, de escritores a músicos, de entrenadores amateurs a choferes, de diseñadores a creativos, de asesores a comunicadores… La lista puede seguir a lo largo de muchos oficios y profesiones. Todos ellos no cuentan con seguridad social ni laboral. No tienen prestaciones, ni siquiera ésas que son las “mínimas de ley”. Trabajan a destajo y, si un día enferman y no pueden hacer su labor, no reciben su pago. Además, es sabido que, en muchos casos, les pagan tarde y mal, por no hablar de los infiernos burocráticos que, en ocasiones, significa entregar un recibo de honorarios que resulte válido para la entidad que lo pide.
No suena mal la idea de una reforma en el sistema de pensiones, siempre y cuando no perjudique irremediablemente al erario. Ya que se está en ese espíritu reformador, en una de ésas sería buena idea considerar a todos aquéllos que trabajan, pagan impuestos y son productivos dentro de la economía formal, pero no reciben las prestaciones correspondientes, pensión incluida.
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