Melvin Cantarell Gamboa
10/01/2024 - 12:05 am
La vejez
¡Qué difícil, efectivamente, es asumir la propia senectud! Cuando los seres humanos se ven degradados por los años, por lo regular se avergüenzan y prefieren guardar silencio o no hablar de su condición, debieran comprender que ser anciano no los convierte en parias.
Fraternalmente a mi amigo de la infancia
Emilio Nah Gómez, que pronto alcanzará la provecta edad de 88 años.
“Es un error no saber analizarse a tiempo y de no sentir la impotencia y extrema alteración que, como es natural acarrea la edad al cuerpo y al espíritu”.
Miguel de Montaigne.
Ensayos completos.
“El corazón no envejece,
pero es triste alojarlo en ruinas”
Voltaire.
“El individuo está tanto más lejos de la sabiduría cuanto más encarnizada es
en él la voluntad de juventud”
Arthur Schopenhauer. Senilia.
Nada más difícil de aceptar, alcanzada cierta edad, que aprender a ser viejo; no resulta fácil ver cómo se serenan las tempestades del cuerpo y de la mente, que la debilidad y la impotencia disminuyen nuestro juvenil brío. ¿Cómo tener el coraje y la dignidad de enfrentarlo sin entregar la voluntad a la resignación? En lo personal considero un absurdo querer derrotar al tiempo, aunque alarguemos nuestra vida algunos años.
“Que desgracia, exclamó el príncipe Siddhartha, que los seres débiles e ignorantes, embriagados por el orgullo propio de la juventud, no vean la vejez” (Siddhartha. Hermann Hesse). ¡Qué difícil, efectivamente, es asumir la propia senectud! Cuando los seres humanos se ven degradados por los años, por lo regular se avergüenzan y prefieren guardar silencio o no hablar de su condición, debieran comprender que ser anciano no los convierte en parias.
Lo injusto, la desdicha y la inequidad para la mayoría de los viejos es que habiendo dejado los años de juventud en el trabajo lleguen al final de sus días enfermos, marginados o abandonados y la decrepitud los doblegue sin haber alcanzado ha emanciparse como individuos y de quienes los explotaron a lo largo de sus vidas y, lo que es peor, sin haber intentado rebelarse; sin haber aprendido que la servidumbre es la obediencia de una voluntad quebrantada, abyecta y carente de arbitrio o, como escribió Montaigne (Ensayos): “sin pasar a cuchillo a sus verdugos y sin pegar fuego a sus casas”.
Le preguntaron a Diógenes de Sinope en una ocasión: ¿Qué cosa es miserable en esta vida? El sabio respondió: “Ser viejo y pobre”. Años después Schopenhauer (Senilia) escribía: “La pobreza en la vejez es una gran desdicha; sin embargo, cuando las pasiones se acallan y la sangre se enfría, puede ser una parte tolerable de la vida si en el curso de la existencia se aprende a vivir bien y se llega suavemente a la calma intelectual”. Pero ningún hombre, creía el filósofo alemán, después de los 65 años, debe ser condenado a la miseria, la soledad, a la invalidez y a la desesperación; especialmente cuando no está en sus manos decidir su situación.
En el actual régimen neoliberal, el sistema económico ve y trata al anciano como una especie extraña que no supo ahorrar lo suficiente en el banco para enfrentar su situación y a su edad se ve obligado a vivir una vida de limosna o a recibir la pensión de un Gobierno que miró hacia ellos otorgándoles una pequeña ayuda que pocas veces llega a darles dignidad o aliviar su miseria. Es más, en México, quienes se beneficiaron de su fuerza de trabajo ven esa reivindicación del Estado como algo inútil, odioso y ridículo que sólo sirve para comprar su voluntad a la hora de sufragar. Para la derecha, por ejemplo, el viejo incapaz de subvenir a sus necesidades representa siempre una carga; ignoran que es un destino biológico que se vive según el contexto social. Pretenden ignorar que el crimen más escandaloso del sistema es el trato que inflige a los seres humanos en la época de su juventud y lo extiende hasta la madurez; con su absurda visión de libertad de mercado prefabrica la condición humana de miles de millones de personas a lo largo de sus vidas; empezando con los ritmos de trabajo que provocan la mutilación de los individuos prematuramente, físicamente dolorosa, moralmente atroz y los condenan a llegar a la vejez con las manos vacías.
En la sociedad tecnológica actual, nadie cree que sirva para algo la experiencia del adulto ni que acumule algún saber; ven al anciano como un ser caduco que no interesa a nadie; se le tolera como una antigüedad que estorba y de la que sería preferible deshacerse, principalmente, sino tiene para pagar los servicios que ofrece el mercado neoliberal. En Europa, Estados Unidos y Canadá, por ejemplo, la vejez representa un negocio altamente productivo ahora que las familias y los hijos quieren deshacerse de los padres y abuelos lo antes posible; entre nosotros no hemos llegado a esto todavía, pero hacia allá apunta la tendencia; igual que en los países citados, abundan los hospitales geriátricos, clínicas de terapia, pensiones, casas de descanso, residencias, asilos para ancianos, seguros médicos y otros servicios exclusivos para quien pueda pagarlos. Es normal, una sociedad que ama el confort, la vida fácil, desobligada, que gusta viajar y no practica el cuidado de los abuelos, padece como injusticia infligida a su derecho a vivir a su modo tener que imponerse autosacrificios para prolongar la existencia del anciano, sí ésta no le ofrece a cambio ninguna recompensa.
Las antiguas civilizaciones, en cambio, atribuían a la vejez sabiduría y experiencia que las jóvenes generaciones podían aprovechar, lo que les daba el privilegio de ser escuchado, de dar consejos y, a los más sabios, se les respetaba y calificaba de hombres y mujeres prudentes y sensatas, siempre veraces porque se les consideraba libres de apetitos indeseables. La familia que contaba entre sus miembros una persona con estos atributos cuidaba de su ella, la protegían con orgullo, la llenaban de honores y se esforzaban en darle días felices hasta el momento de su muerte.
Ahora se cree que el anciano liberado de todos los deseos físicos, de todas las ambiciones económicas y políticas debe renunciar a la adquisición de nuevas experiencias vitales, sólo le queda complacerse consigo mismo sin esperar ningún otra cosa, incluso se llega a creer que puede, sin dolor, poner fin a toda sus alegrías, coincidiendo con Séneca, usurero y “filósofo”, que dijo: “El anciano goza sólo por fin de sí mismo cuando ha sido bien preparado por una larga práctica de sí que se alcanza en la vejez; ese sí mismo, le permitirá en la última etapa de su vida mantener una relación consigo mismo consumada y completa de dominio y satisfacción que se consuma en la tranquilidad del alma” (De la tranquilidad del alma).
La vejez, es cierto, puede considerársele como la etapa final de la vida, como una fase en la cual las fuerzas menguan, pero no puede negársele al anciano el derecho de proponerse metas y un proyecto de existencia con valores propios en los que no hay lugar para la resignación; no podrá vivir como un hombre joven, pero en él hay lugar aun para una vida digna, respetable, activa, ejercitada, hedonista rodeado de amigos y placeres para no tener que vivir de cualquier manera.
Afirmó Aristipo, todos podemos aspirar a un placer querido, deseado, escogido, producido en atención a sí mismo; de la misma manera, no se le puede ni debe negar al viejo la construcción de un placer, que no es otro que la consciencia clara, vigilante y lúcida que hace posible una vida activa y eficaz hasta el último día de su existencia.
Cada anciano es un destino, sin embargo, cada sociedad se forja una idea de ellos, un ejemplo, como lo señalamos más arriba, es la actual civilización, en que se juzga la vejez conforme a los intereses de clase predominante. En la ultramodernidad, si consideramos que cada sociedad mantiene una relación definida con la sociedad se ve en el anciano un individuo en decadencia e involución; no se encuentra en él nada aprovechable ni se toma en cuenta su experiencia; en la antigua Grecia, en cambio, se les vinculaba a las ideas de honor y sabiduría. En Roma se dio una extraña relación entre la condición del viejo y la estabilidad de la sociedad; si era pobre se les ahogaba, si era rico y pertenecía a la élite o a la nobleza era respetado en su calidad de propietario. Cicerón, orador extraordinario, político de altos vuelos, prototipo del filósofo que no vive conforme a lo que pretende enseñar, compone una defensa de la vejez sui generis (De la senectud), con ideas que no fueron muy cómodas para su tiempo, afirmó: “En la extrema miseria, la vejez no puede ser soportable, ni siquiera para un sabio” y, al mismo tiempo, para probar la autoridad del Senado, al que intentaba defender pues él mismo era senador, critica la hipocresía de los nobles y los ricos que sólo creían en sus placeres y ambiciones privadas, en tanto que en público respetaban los valores consagrados.
Lo innegables es que con la vejez no desaparecen los deseos que constituyen la dulzura de vivir; lo inaceptable es que una civilización como la actual se jacte de su humanismo mientras deja a los ancianos fuera de las comodidades que ofrece y lo trate como un animal desnudo porque carece de los medios para pagar el mercado tiene a la venta.
Un día las jóvenes generaciones alcanzaran la vejez, están a tiempo de prepararse para vivir sus vidas plenamente, principalmente en los años que anteceden a la ancianidad, lograrlo es posible si nos atrevemos a vivir como Catón el viejo que, según Plutarco (Vidas paralelas), fue un ejemplo de buen ciudadano, buen esposo, buen padre, buen educador y amó el interés general por encima del propio, combatió la maldad, defendió al pueblo romano de la nobleza y de los muy ricos, restituyó la fuerza a la comunidad y el poder a la colectividad y al final de sus días reconoció que haber vivido de esta manera y envejecido conforme a una vida buena le permitió llegar a viejo sin temores, sin miedos y sin arrepentimientos de ningún tipo.
La vejez no es una conclusión aun cuando el organismo mengue y sufra una involución; como persona el anciano debe evitar ser una parodia ridícula de su juventud; vivirá plenamente y satisfecho siempre y cuando sea capaz de encontrar las pasiones adecuadas a su persona, conserve la salud, mantenga la lucidez y la alegría de vivir sin caer en el tedio. De ser así, siempre habrá en el anciano lugar para el placer, algún tipo de voluptuosidad que halague sus sentidos y complemente su goce sin hacer el ridículo.
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