Para poder entender lo que les voy a platicar, es necesario que entendamos primero quienes son los delfines. Mi activismo como vegana antiespecista se centra en ampliar las voces de aquellos que hablan en otro lenguaje, pero que poseen una riqueza de comunicación y comprensión mucho más profunda de lo que generalmente reconocemos.
Los delfines, seres altamente inteligentes con cerebros evolucionados, han demostrado habilidades cognitivas que desafían nuestras percepciones sobre la inteligencia animal. Silbidos individuales para el reconocimiento, posiblemente un lenguaje propio, y la transmisión de conocimientos, como el uso de herramientas enseñado de madre a hija, revelan no sólo inteligencia, sino también una cultura única entre poblaciones.
En México, la realidad para los delfines es cruel e injusta, somos una nación que ha visto crecer su industria de delfinarios hasta convertirse en una de las más grandes y poderosas del mundo. Desde su inicio en los años 70, la captura violenta de delfines nariz de botella en México se llevó a cabo de diferentes ciudades e incluso importó delfines de las brutales cacerías de Japón. Cientos de delfines han perdido la vida al ser capturados y encerrados en pequeñas piscinas.
El proceso de cautiverio implica capturas violentas, aclimatación forzada a la alimentación humana y transporte estresante. Los encierros generan alteraciones graves en el comportamiento, con agresiones, estrés y enfermedades como resultado. Las muertes por enfermedades infecciosas, manejo irresponsable y problemas relacionados con el estrés son comunes, contradiciendo los argumentos a favor de los delfinarios.
Detrás de los espectáculos y programas de interacción, se esconde un interés económico que perpetúa el sufrimiento de estos animales, la compañía más grande de México y del Caribe, The Dolphin Co, ha justificado la explotación de los delfines con la conservación, pero es importante mencionar que esta especie no está en peligro de extinción y la falta de estudios sobre el impacto de las capturas y su vida en cautiverio es evidente.
La llamada delfinoterapia, presentada como curativa y que muchos delfinarios la utilizan para un falso marketing, carece de respaldo científico y plantea riesgos tanto para humanos como para delfines. La posibilidad de transmisión de enfermedades entre ambas especies es real y de mucha preocupación.
La explotación de delfines y lobos marinos en México refleja un problema ético, de salud pública y ambiental significativo. Estos animales no deben ser sacrificados en el altar del entretenimiento y la ganancia económica.