Tomás Calvillo Unna
29/11/2023 - 12:04 am
El río nuestro de cada amanecer
La distancia y la cercanía qué nos dicen, de los propósitos asumidos, qué significan.
Rendija. En su carrera por allegarse el futuro, por hacer del hoy lo más renovado y reciente, novedoso e innovador, el mundo ha acelerado su envejecimiento y así lo atestiguamos día a día en la llamada madre tierra, en sus paisajes, y en la abrumada y cada vez más densa mente colectiva que pierde el oxígeno de sus orígenes. Podemos vivir 100 años, pero en realidad es como si viviéramos 40, la suma también es una resta.
I
Los pergaminos
de la humedad
descienden de la montaña.
El paciente valle
reserva sus anhelos.
El río es quien lleva la promesa:
rocas y precipicios,
cuevas y estanques.
No cede,
ni aún ante la sequía;
su cauce invita
al águila real
a mariposas amarillas
aves peces jaurías,
que persiguen el eco
de ese agitado corazón
del agua.
No distante,
buscando terminar de reemplazarlo;
el asfalto engañoso de la superficie,
la velocidad que aventura su suerte,
la trampa de los desaciertos
revestidos de buenas intenciones;
actos fallidos de heroísmo,
enredados en las emociones
de la embriaguez.
Más sabio el río
que presiente su destino,
en esos parpadeos de plata
de las estaciones del tiempo;
los rumbos velados
de la cenicienta neblina;
ese atajo de hermosura
que desequilibra,
en la densidad oculta
que perdura.
II
Aquella cinta arrojada
es ya un mito,
arenga ante la realidad su lugar,
alza la voz de su garganta:
es cascada….
el río,
es el río;
la infancia lo reclama,
para el hoy
que ya es mañana.
Lleva los mensajes de los ancestros,
las vocales del más allá:
déjenlo pasar
Déjenlo pasar
DEJENLO PASAR.
El Valle tuvo razón de esperar,
conservó sus ansias de rebeldía;
el peso de su lugar
en la definición del día:
una serenidad
que guarda la costumbre.
Montañas arrodilladas
siembran el augurio;
montículos convertidos
en altar de las señales.
III
La plegaria del Río,
en los pliegues del atardecer
se escucha.
Las nubes ajustan
la puntuación y el ritmo.
Hay tonalidades,
blancos grises azules
y una circular orientación,
como si en la espiral
de la tierra y el cielo
lograran tocar sus extremos.
El viento calla
para escuchar aquella alabanza:
el coro,
ese tejido de voces
entre las pulidas piedras
de líquidas luces.
Magnificencia:
es el nombre del pergamino
que se despliega;
cuyo vocabulario
es el excelso aliento
de este torrente de nube
en su asombrosa fijeza:
siervas devotas
que esperan la noche;
tal vez, ciertamente,
sean las comparsas terrenas
de las estrellas.
IV
La alegría de las bugambilias,
el regalo de su reposo
a orillas de la carretera.
La cordillera, su cordón,
su invocación,
el primer ejercicio de la naturaleza:
esculpir en la nada
el ondular de los elementos;
su música enterrada.
Este círculo de promontorios
es el anillo de compromiso
del cielo con la tierra.
El testigo invitado
que todavía no llega, es el océano;
las ráfagas que anuncian tormenta,
las altas olas que golpean
los muros de piedra
donde se incrusta
la sal profunda
de la memoria que despierta.
Hay que venir a este lugar
únicamente para alzar la mirada
y poder así
leer nuestros destinos.
La distancia y la cercanía
qué nos dicen,
de los propósitos asumidos,
qué significan.
La encrucijada
del tiempo y el movimiento,
el abanico de la luz y el viento.
El puente por donde caminamos
cada amanecer.
V
Los bosques se impregnan
de la voluntad del mar.
Entre las rugosas cortezas,
los firmes troncos,
las diestras ramas,
emerge la proa
de una aventura sin igual:
cruzar el océano.
Las velas son inmensas
enredan al sol y la luna
para poder navegar
de día y de noche.
Los tripulantes saben
que los espectros desaparecen,
cuando te conviertes
en su espejo;
de otra manera,
carcomen tu corazón
y remplazan la vitalidad
por el temor
y su carga de impotencia.
Pd. Es tan breve nuestro pasaje que apenas podemos compartir y tratar de descifrar nuestro misterio. Y el amor, el acompañamiento, el más excelso bálsamo que tenemos, se extravía entre los fantasmas de la guerra, deambula en la dolorosa soledad de muerte, su suspiro es un sordo grito; el fracaso rotundo de la política, la mueca de la encarnada imbecilidad; la grotesca imagen de una violencia más.
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